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Dos niñas caminan frente a la entrada de un refugio antiaéreo en la ciudad de Safed, en el norte de IsraelAFP

La odisea de una familia del norte de Israel: «La invasión del Líbano es necesaria, solo así podemos destruir los túneles de Hezbolá»

Más de 65.000 israelíes han tenido que abandonar sus hogares por los continuos ataques de la milicia chií libanesa contra las localidades fronterizas

«La invasión terrestre en el sur del Líbano es necesaria, porque solo así podemos destruir los túneles que construyó Hezbolá para entrar a Israel», confiesa Shira –nombre ficticio–, 33 años, fisioterapeuta y vecina de la ciudad israelí de Nahariya, a tan solo ocho kilómetros de la frontera con el país del cedro. La joven israelí accede a contar su historia a El Debate bajo condición de anonimato, para no exponer a su familia.

Shira nos advierte de que en cualquier momento podría verse obligada a colgar y correr a la habitación de seguridad ante el constante lanzamiento de cohetes de la milicia chií libanesa. «Aquí tan solo tenemos 15 segundos para encontrar resguardo», señala. Su testimonio, reconoce, es tan solo uno de entre las más de 65.000 historias de todos aquellos civiles que se han visto obligados a abandonar sus hogares en el norte de Israel desde el pasado 8 de octubre.

La vida de Shira sufrió un giro radical cuando hace casi un año, el pasado 7 de octubre, Hamás ejecutó la mayor masacre contra el Estado judío en su corta historia. Miles de milicianos palestinos se infiltraron en el sur de Israel desde la franja de Gaza matando a sangre fría a más de 1.200 civiles y tomando como rehenes a unos 250, de los cuales 101 aún permanecen cautivos en el enclave palestino. Un día después, Hezbolá decidió abrir un segundo frente en apoyo a la milicia palestina y desde entonces el fuego cruzado en la frontera norte de Israel no ha cesado, a excepción de la semana de tregua del pasado mes de noviembre. Shira, casada y madre de una niña de 3 años y un bebé de tan solo 4 meses, temió entonces que la milicia chií libanesa cometiera el mismo acto terrorista que Hamás.

«(Hezbolá) ha construido también un complejo entramado de túneles y son capaces de infiltrarse en Israel», explica por conversación telefónica la joven israelí. Con el miedo en el cuerpo, Shira y su esposo decidieron abandonar su casa e irse a un lugar seguro. «Hicimos las maletas y condujimos hacia un lugar seguro», relata. Los primeros meses fueron caóticos, saltaron de un sitio a otro, vagando sin aparente rumbo, hasta que finalmente se asentaron en un pequeño piso en el kibutz de Afikim. Shira cuenta que, como acababa de dar a luz y estaba de baja por maternidad, se pasaba el día en casa. «Salía de vez en cuando a dar una vuelta con los niños. No podía tenerlos siempre encerrados», confiesa.

Pero la situación, poco a poco, la fue superando. Lejos de su casa, de su comodidad y de su rutina diaria, decidió que lo mejor era volver a Nahariya. «Prefiero estar en mi ciudad, al lado de mi familia y mis amigos, aunque escuchemos de fondo el sonido de los misiles y cohetes de Hezbolá», señala. Tras cinco meses, la familia al completo volvió a su ciudad. Pero, en ese momento, empezó otro calvario, su marido empezó a sufrir episodios de estrés postraumático, motivados por su servició militar durante la guerra en la franja de Gaza de 2014. El sonido de los bombardeos a apenas ocho kilómetros de su casa desbloqueó recuerdos de su tiempo como soldado.

«Sus peores recuerdos salieron a la luz, empezó a reproducir en su cabeza, una y otra vez, el momento en el que un niño de tan solo ocho años trató de matarlos en Gaza, a él y a sus compañeros con un RPG», narra. Ante esta situación, su marido decidió nuevamente irse de Nahariya a casa de un familiar en la capital israelí. El matrimonio tuvo que tomar la difícil decisión de separarse durante unos meses, mientras que Shira conducía todos los fines de semanas hasta Tel Aviv, para que sus hijos pudieran pasar tiempo con su padre. La historia, con todas sus complicaciones y matices, tiene un final feliz. Actualmente se encuentran todos juntos en Nahariya, poco a poco superando los miedos. «Estamos progresando, está yendo a terapia, pero todavía no es capaz de coger el coche para ir a trabajar», cuenta Shira.

La situación en el norte de Israel ha escalado peligrosamente en las últimas semanas, tras las explosiones de los sistemas de comunicación de los milicianos de Hezbolá –buscapersonas y walkie-talkies– que provocó 3.500 mutilados y más de 40 muertos, pero, sobre todo, con la muerte del líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, en un ataque israelí contra un suburbio de Beirut, el pasado viernes, y el inicio de la incursión terrestre «limitada» de las tropas hebreas en el sur del Líbano durante la madrugada de este martes.

Sobre Nasralá, Shira asegura que Israel «tenía que matarlo». «Lo recuerdo como una figura que infundía mucho miedo entre los israelíes y que nos estaba maltratando psicológicamente», explica la joven. Pero no se muestra demasiado optimista tras la muerte del máximo líder de Hezbolá y confiesa que seguramente quien sustituya a Nasralá al frente de la milicia chií libanesa «tendrá la misma agenda extremista e incluso peor».

Para Shira el futuro es incierto. «No creo que vayamos a tener una paz real con el Líbano», reconoce. Sin embargo, sí cree que la operación limitada que ha lanzado el Ejército de Israel sobre el sur del país vecino ayudará a promover una solución diplomática. En este sentido, la joven espera que el nuevo arreglo diplomático «sea efectivo, no como el que tuvimos después de la segunda guerra con el Líbano». La historia de Shira es tan solo uno de los miles de testimonios que se pueden contar a ambos lados de la frontera entre Israel y el Líbano, donde la guerra ha provocado que miles de civiles tengan que abandonar sus hogares para salvar sus vidas.