El bárbaro ataque del 7 de octubre, refulgente advertencia
«Periodistas», funcionarios de entidades internacionales, miembros de ONG y una turba de politiqueros arrojaron sentencias, engaños, aspavientos y chácharas turbias para opacar la luz de ese suceso
Inmersos en un mundo de alegorías y comparaciones, solemos confundir el valor de estas o, incluso, equivocar su significado. Desde la publicidad más banal hasta el más torpe de los 'periodistas', que en el ejercicio de la cobertura de Israel abundan de manera elocuente, su uso ha venido a devaluar este recurso discursivo.
El faro, acaso por su carácter añejo, perseverante, protector allí donde lo agreste, lo inhóspito y lo abrupto se conjuran para encrespar la naturaleza, ha venido formar parte de copiosas de tales figuras del decir. Su utilización vinculada a la moral es ya un lugar común. La luz se asocia siempre, o casi siempre, a un juicio ético. Incluso, es dable al menos sospechar, cuando se presenta bajo la forma «el faro que echa luz sobre los hechos»: se pretende que un elevado trazo de luz ilumina aquella porción del terreno, de la realidad, que desea (o que puede) enfocar. Ninguna otra. Y siempre la misma.
La metáfora, nunca mejor dicho, naufraga. Porque el faro no pretende iluminar, sino, por medio de la luz, advertir un peligro precisamente en su fuente, o, más bien, en la cercanía de esta. Nada más alejado de una encumbrada soberbia arrojando su claridad cadenciosa para alumbrar, para esclarecer. Más bien, se parece a la luz estroboscópicas de alarmas y sirenas.
Y naufragó, invariablemente, el 7 de octubre de 2023: el bárbaro ataque del grupo islamista Hamás debería haber desempeñado el papel del tan mentado faro para alumbrar cabalmente a aquellos siempre tan predispuestos a erigirse automáticamente en apólogos de esa violencia sistemática e indiscriminada, en repetidores de sus eslóganes y fabricaciones, en censuradores de la verdad. Pero no hizo nada de eso. Al faro lo inutilizaron. Una alegoría cancelada, otra entraba a jugar detrás de los silencios: una cueva, unas sombras. Y paradójicamente, muchos de esos devinieron «fuentes autorizadas» para «informar», en fiscalizadores y jueces de las acciones israelíes.
En breve, «periodistas» que son cualquier otra cosa menos informadores. Funcionarios de entidades internacionales que parecen tener unos compromisos divorciados de los derechos humanos. Miembros de ONG que realizan exactamente lo contrario de aquello para lo que esas organizaciones fueron fundadas. Y una turba de politiqueros, expertos en todo menos en lo que concierne, y diplomáticos sin decoro. Todos arrojando sentencias, engaños, aspavientos y chácharas turbias para opacar la luz de ese suceso que dice tanto de los fines de ciertos grupos y estados; asemejándose a aquellos «agentes de influencia» de los que se servían los soviéticos para corroerle las certidumbres y el discernimiento a Occidente.
Mas, la luz es persistente. Porque no depende del conjuro de un símbolo. Y porque, aunque existiera la posibilidad de sofocarla, quienes andan en manipulaciones oscurantistas adolecen de necedad e, invariablemente, terminan siendo, en su intento sombrío, inequívocamente alumbrados, develados como nefastos actores que no pueden evitar los histrionismos propios de la estupidez y medianía de su aerofágico ego, toda vez que se ven entregados a los papeles infames a los que se consagran con la avidez de una última oportunidad, de una ventaja abyecta.
Una luminosidad tenaz. Como la del rostro de Naama Levy, descubriendo desde el fondo de los horrores de Hamás en Gaza la miseria de esas mujeres que, diciéndose feministas, le dieron la espalda rotunda. Pero las espaladas son tan conocidas, que ya no ocultan la identidad frontal: son las mismas que jalean a los ayatolás que encarcelan, torturan y asesinan mujeres. Son, ni más ni menos las que, diciendo «mujer», «derechos» y «ni una más», se hicieron con un privilegio, o lo intentaron o intentan. El feminismo devenido más en medio que en convicción.
Incluso, las palabras oscuras y siniestras no dejan de confabular una claridad que no sólo define a quien las pronuncia, sino, sobre todo, a quien se desvive por que no tengan audiencia porque menoscaba notablemente su profesión de fe ideológica, su dedicación de propagandista, de fabulador. Dichos como los de Samir Zaqout, jefe de la «oficina política» en Gaza de la Yihad Islámica Palestina (financiada por Irán), quien en junio de 2023 espetaba que «el islam conquistará Europa». Ninguna novedad. Otros líderes islamistas han dicho eso antes y después que él. Y la claridad que emiten es palmaria: «no se trata sólo de Israel, estúpido».
O expresiones que, de tan lóbregas, se transforman en un resplandor vivo y persistente: Ghazi Hamad, de Hamás, decía hace menos de un mes después del ataque genocida contra los israelíes que repetirían la agresión del 7 de octubre «una y otra vez» hasta que «Israel sea aniquilado». Demasiada luz para no desviarla del campo de visión de la audiencia occidental. Y es que, no hay que publicitar que se está abocando al público a la inmolación contra el futuro inmediato, a entregarlo a la estulticia de adorar lo vil como mera «expresión (multi)cultural», y sobre todo, como «romántica resistencia anticolonial»: la crueldad de los que en Teherán cuelgan a los homosexuales de grúas; de los que arrastran, apalean y disparan discrepantes por las calles de Gaza, o los que en Ramala premian pecuniariamente a terroristas - según la severidad de lo perpetrado…
Con indignaciones de tres peniques y caprichitos de niño bien, van y vienen por calles, universidades, platós de radio y televisión y demás plataformas, andan coqueteando con sus futuros amos o verdugos. Unos y otros bien alumbrados por los secuestrados israelíes que permanecen aún en Gaza, por los asesinados (israelíes y palestinos) por el régimen despreciable de Hamás; por las víctimas del régimen de la República Islámica, de Hezbolá.
Ojalá tengan tiempo los idiotas útiles de arrepentirse; de mirar hacia atrás a esos años ofrendados a escenificar la «revolución», al happening ideológico. Ojalá no tengan que lidiar ni con Hamás, la República Islámica, Qatar y la ristra de grupos terroristas que operan para ellos. Porque si se llegara a esa instancia, ya no habrá, entonces, de tan entrenados a aceptar las tinieblas, luz que sirva siquiera para advertir cuando llegue el golpe del final.
* Marcelo Wio es director asociado de Revista de Medio Oriente.