El hambre empieza a hacer mella en Cuba agravado por los apagones: «Tuve que salir huyendo de la ciudad para poder sobrevivir»
La Unión Nacional Eléctrica de Cuba (Une), dependiente del Ministerio de Energía y Minas, y gestora del monopolio eléctrico en la isla caribeña, tuvo ayer que rendirse a la evidencia tras haber prometido la víspera que estaban realizando todos los esfuerzos para restablecer el flujo a raíz del apagón general del pasado viernes: «A las 06:15 horas de hoy 19 de octubre de 2024 y a pesar de los esfuerzos toda la madrugada por tratar de volver a la normalidad en el suministro de energía eléctrica, después de haber logrado conectar subestaciones en algunas provincias, el Sistema Electroenergético Nacional ha sufrido una nueva Desconexión Nacional».
Este viernes, la Une afirmó haber generado un nivel mínimo de energía mediante «microsistemas» adicionales, que [debía] servir para reiniciar centrales termoeléctricas y generadores flotantes en varias provincias del país, y que ya beneficia a unas 19.000 personas en toda la isla de más de diez millones de habitantes. Pero al caer la noche, la práctica totalidad del país, incluida La Habana pese a su capitalidad, quedó sumida en la oscuridad, a excepción de algunos puntos de luz proporcionados por ciertos hoteles, hospitales y algunos restaurantes o bares privados, capaces de hacer funcionar generadores propios.
Que el régimen comunista admita públicamente su fracaso –a medias, utilizando palabras sibilinas, ya lo había hecho hace algún tiempo– en la gestión de un servicio público esencial podría tomarse como una aportación novedosa. Pero pierde todo su valor si se tiene en cuenta que, ya desde el jueves, reforzó preventivamente su sistema represivo para evitar protestas. Sin ir más lejos, además de movilizar a las Zona de Defensa, ha elaborado una rígida lista de prohibiciones que impiden cualquier actividad social. De momento, lo está consiguiendo: al cierre de esta edición, solo constan a este diario algunos episodios de crispación en un barrio situado en la periferia de La Habana.
Mas el daño que está causando a una población acostumbrada a apagones parciales desde hace más de dos años parece irreparable. «Cuando salió la nota oficial de qué se había caído el sistema energético nacional ya en mi casa estábamos sin corriente desde hacía más de ocho horas», señala a El Debate, desde Camagüey, Iris Mariño, expresa política en 2021 y actriz teatral cuya actividad ha sido temporalmente prohibida a causa de los apagones.
Preguntada también por este diario, su paisana, la fotógrafa independiente Inalkis Rodríguez, de Camagüey, se muestra tajante: «En mis 37 años [de vida], nunca había vivido una racha tan mala en este país, ni cuando el llamado período especial (la etapa de restricciones posterior al desmoronamiento de la Unión Soviética, que sostenía al castrismo). «En estos momentos», prosigue, «llevamos más de 36 horas de apagón y yo prácticamente tuve que salir huyendo de la ciudad para la finca de mis padres para poder sobrevivir, acá por lo menos cocinamos con leña y hay algunas frutas». Por si no fuera suficiente, «hay mosquitos, calor, no da tiempo a recargar los ventiladores y lo peor, que no hay esperanza de mejoría o de que los dictadores suelten el poder». Los testimonios de Mariño y Rodríguez fueron los únicos que El Debate pudo recabar el sábado.
Prosigue Mariño: «La falta de electricidad es un fenómeno que no puede pasar desapercibido en nuestra vida cotidiana. Más cuando se convierte en una realidad prolongada, sus efectos pueden ser devastadores: realmente, lo único que siento ahora es cansancio tengo mucho cansancio no he dormido bien no tenemos agua potable. Estoy sudando, pues apenas puedo darme un baño». También en Camagüey, pero el viernes, este diario pudo recabar el testimonio de Sol, joven emprendedora que lleva un pequeño negocio de venta de alimentos.
El apagón generalizado «me está perjudicando a mí y a mis proveedores, lo cual podrá disminuir la importación en los próximos tiempos y desatar una subida generalizada de precios y más hambre». Hambre es lo que empieza a padecer Palma Soriano, municipio cercano a Santiago de Cuba. Desde allí, la activista del grupo opositor Flamur Denia Fernández-Rey señaló a El Debate que «no sabemos si tenemos alimentos o no, porque en la bodega [tipo de tienda estatal en el que el régimen distribuye comida racionada] no ha llegado nada de arroz ni de azúcar». También empieza a escasear el agua en buena parte del territorio, pues los apagones paralizan los sistemas de bombeo. Cuba se encamina inexorablemente hacia la catástrofe humanitaria.
«Quién va a estar bien ahí?, se pregunta desde Estados Unidos la activista Yoaxis Marcheco, que encuentra dificultades desde hace un par de días para comunicarse con sus familiares en la isla. «Ellos tienen lámparas recargables, pero si los apagones son de día, es imposible; llegará el momento en que no tengan nada, incluso los alimentos refrigerados se echarán a perder, tampoco sé si tienen condiciones para cocinar», concluye.
En semejantes circunstancias cabe preguntarse si la población está empezando a perder el miedo al régimen. Las opiniones al respecto están divididas. «Creo que sí», explica desde Pinar del Río el ensayista Jorge Núñez: «Es cuestión de tiempo. Yo he llamado al Gobierno y al Partido y les he dicho 'hasta alma mía', pero sé que no he sido el único. Hace un tiempo también llamé y la funcionaria del Partido estaba ahogada en llanto por todo lo que le decía la gente con sus llamadas». El problema es que ya no pueden ni llamar.