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AnálisisJavier RupérezElecciones en Estados Unidos 2024

Kamala Harris, la inesperada candidata demócrata que puede convertirse en la primera mujer presidente

Nacida en Oakland, en California, sintió pronto la llamada de la vocación pública y llegó a desempeñar, tras reñida competencia, los puestos de Fiscal General del distrito de la ciudad de San Francisco

Tribuna Actualizada 04:30

La candidata demócrata y vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala HarrisAFP

Acaba de cumplir sesenta años. Nacida en Estados Unidos, procede, como tantos otros de sus compatriotas, de una compleja fuente migratoria que, en su caso, se concretó en un padre jamaicano y una madre india. Es mujer de color, que unos calificarían de negro y otros de marrón. Tempranamente dedicada al estudio, cursó los universitarios, con buenas calificaciones, en la universidad Howard de Washington especializada en cubrir las necesidades educativas de los afroamericanos.

Nacida en Oakland, en California, sintió pronto la llamada de la vocación pública y llegó a desempeñar, tras reñida competencia, los puestos de Fiscal General del distrito de la ciudad de San Francisco y, posteriormente, también de Fiscal General del Estado de California. Fue luego elegida Senadora en representación de ese estado, antes de su elección como vicepresidenta de los Estados Unidos en los comicios nacionales del año 2020 y bajo la presidencia de Joe Biden. Era la primera mujer, y la primera de color, en ocupar esa responsabilidad.

Bajo la cual, por razones que seguramente tienen que ver con la complicada relación que en el mosaico nacional americano suelen mantener presidentes y vicepresidentes, mantuvo un perfil discreto no exento de dudas públicas: el encargo que en ella confió el presidente Biden para ordenar medidas de contención y control en la frontera sur del país no dieron resultados tangibles. Aunque luego lo medios administrativos explicaran que su tarea no había sido de presente sino de futuro. Era evidente que, en el silencio, la vicepresidenta Harris sentía nostalgia por su actividad en el Senado del país, en Washington D.C., donde había tenido la ocasión de entrar en contacto, y luego desarrollar una próxima amistad, con el expresidente Barack Obama.

Recientemente la periodista española Maria Ramírez, buena conocedora de la realidad política norteamericana, escribía: «Harris tiene en común con Obama y con Biden su moderación y su pragmatismo político. Se identifica más con el centro del partido. En algunos asuntos ha modificado sus posiciones hacia la izquierda por la influencia de políticos como Bernie Sanders y Elizabeth Warren, pero no aspira a la revolución». «No estoy intentando reestructura la sociedad. Solo estoy intentando atender los problemas que despiertan a la gente en mitad de la noche» dijo en una entrevista en el New York Times durante su campaña en las primarias. (Maria Ramírez, Kamala Harris, la primera, pág. 63, Penguin/ Debate, 2024).

Ha conseguido cristalizar la unidad del Partido Demócrata de cara a las elecciones presidenciales del 5 de noviembre y devolver a sus filas la realidad de estar en una contienda que podían ganar. Precisamente cuando las últimas manifestaciones públicas de Joe Biden, que todavía pretendía ser el candidato a un segundo mandato presidencial, y en particular la muy negativa experiencia recogida de su debate televisivo con el candidato republicano Donald Trump, habían forzado la complicada decisión de sustituirle en la candidatura. Con Kamala Harris, los demócratas volvían a estar en la contienda y, como van revelando las muy igualitarias encuestas, con posibilidad de ganarla. Y haciendo gala de sus capacidades: fue ella la que aplastó a Trump en el primer y único debate televisivo que ambos candidatos han mantenido. Hasta el extremo que Trump no ha querido repetir la experiencia.

Kamala Harris, como viene demostrando, posee las suficientes capacidades para desarrollar desde la Casa Blanca las funciones de la que sería la primera mujer «presidenta» de los Estados Unidos. Y además la primera mujer de color. Encarna hoy, como ha puesto de relieve en su programa electoral, 92 páginas de interesante lectura, por cierto, una voluntad centrista de entendimiento y reconciliación en el que priman las preocupaciones, como ella misma indica, por el desarrollo de una sociedad más justa y equilibrada, donde caben todos aquellos dispuestos a respetar los derechos y las obligaciones que la Constitución contiene. Naturalmente, y como tradicional participe del Partido Demócrata, es partidaria de la reimplantación nacional del derecho a la interrupción del embarazo. Tema este tan sensible para la sociedad americana que incluso Trump se ha inclinado a considerar fórmulas de acomodo para las demandas de aborto.

Aunque, como muchos ciudadanos americanos sienten, y entre ellos no pocos republicanos disidentes, Kamala encarna sobre todo la posibilidad de evitar a los Estados Unidos y al mundo el horror de una nueva presidencia de Donald Trump. La candidata demócrata es hoy la previsibilidad de un comportamiento que, como vienen demostrando los americanos desde 1945, con todos sus aciertos y sus errores, significa la proyección de una potencia mundial representada por los valores de la libertad y de la democracia, de la razón y de la capacidad creativa, de la prosperidad para los que en la parte baja del escalón mas la necesitan, de la estabilidad y de la paz. Y desde luego el comienzo del destierro de los desmanes populistas, autocráticos y delictivos de los que Trump ha dado amplia muestra en su vida personal y política. Kamala Harris es la esperanza. Solo queda desear que los ciudadanos americanos mayoritariamente así lo comprendan y manifieste el día 5 de noviembre del año 2024.