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Juan Rodríguez Garat | Almirante (R)1.000 días de guerra en Ucrania

¿Qué pretende Biden al permitir a Ucrania lanzar sus misiles Atacms sobre Rusia?

Se cumplen 1.000 días de la guerra y cualquier ser humano racional habrá de reconocer que, oportuna o no, eficaz o inútil, la decisión es justa

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, junto al presidente de los EE.UU., Joe BidenRedes sociales

Cuando se aproxima el fin de su mandato, el presidente Biden ha decidido autorizar a Ucrania el empleo de sus misiles balísticos Atacms dentro del territorio ruso y, en concreto, en la región de Kursk. Es un paso limitado y tomado con mucho retraso, como todos los que hemos visto dar al político norteamericano, que no ha demostrado ser el líder que necesitaba un mundo en guerra.

Sin embargo, el momento elegido —caracterizado por la entrada en combate de tropas norcoreanas y, sobre todo, por la reelección del expresidente Trump—dará mucho que hablar en los próximos días.

Cualquier ser humano racional habrá de reconocer que, oportuna o no, eficaz o inútil, la decisión es justa. Solo hace dos días que Rusia lanzó sobre Ucrania todos los misiles que pudo fabricar en casi dos meses, y no para atacar al Ejército de Zelenski, sino las centrales eléctricas que dan energía a los hogares ucranianos.

¿Cómo negar el derecho del agredido a intentar destruir los lanzadores de los misiles que Putin utiliza para intentar matarle, donde quiera que se encuentren? Sin embargo, los seres humanos sólo somos racionales hasta donde llegan nuestras convicciones. Para quienes defienden el derecho de la madre Rusia a poner a la díscola Ucrania en su regazo y azotarla hasta hacerla sangrar —un método de persuasión en el que coincide el rusoplanismo de ultraderecha con el de ultraizquierda— toda resistencia es una provocación.

La fábula del elefante

Hay, por supuesto, otras interpretaciones. Recordará el lector la fábula que nos muestra a algunos sabios ciegos tratando de explicarse unos a otros cómo es el elefante al que cada uno palpa en diferentes partes de su cuerpo. No tan sabios pero, en algunos casos, igual de ciegos, analistas de todo el mundo compiten por dar su propia interpretación de los hechos. Veamos algunas de ellas.

Para muchos analistas políticos, la autorización de uso del misil Atacms en Rusia es la despedida internacional del presidente Biden, quién sabe si destinada a defender su legado o a dejar un regalo envenenado a su sucesor. Para algunos estrategas, es una respuesta proporcionada a la presencia en el frente de los soldados de Kim Jong-un. Para el pueblo ucraniano, es un abrazo de consuelo en momentos difíciles.

Para Putin, que prometió la guerra con la OTAN si se aprobaba esta medida, es un trágala más, el último de una larga serie. Para Trump, es un desafío a su autoridad y una carga de profundidad a cualquiera que sea su plan para poner fin a la guerra. Para el pueblo ruso, lo ocurrido no significa nada, porque se le ahorrará toda humillación haciendo desaparecer de su memoria, bajo pena de cárcel, las vanas amenazas de su presidente. Para los que solo se informan en X —quizá el sector de la población que ha ganado las elecciones norteamericanas y que, en cualquier caso, no leerá este artículo— el elefante de la fábula será trompa o colmillo, rabo u oreja según lo que dictamine el gurú de su elección. Incluso habrá quien, contra toda lógica, vea el hecho como una demostración de que Occidente —no se trata solo de EE.UU., recordemos que Biden había sido presionado por Macron y Starmer para que diera ese paso— está cansado de apoyar a Ucrania.

La perspectiva militar

Si en el terreno de la política todo parece ser del color del cristal con que uno mira, la perspectiva militar es mucho más homogénea. ¿Qué va a pasar ahora? Cualquiera que sea su interlocutor, seguramente le dirá que muy poca cosa. Si, a falta de una bola de cristal, nos fiamos de lo que nos enseña la historia más reciente, Putin no va a declarar la guerra a la OTAN. No lo hizo con el Leopard, ni con los Himars o los F-16.

En la prensa rusa, los efectos de la autorización dada por Biden ya se limitan a un «incremento de la tensión». Pero es igualmente cierta la otra cara de la moneda: ningún arma en concreto va a dar ventaja decisiva a los contendientes. El valor de un Ejército no lo da la suma de sus componentes, sino su integración. Y eso no se improvisa.

Para no cansar al lector que pudiera estar interesado, le remito al artículo «Armas occidentales en territorio ruso. ¿Qué es lo que está en juego?», publicado en septiembre por El Debate. Nada de lo que ha ocurrido desde entonces contradice lo que allí expuse. Pero si está falto de tiempo, quédese con la posición de tablas que muestra el tablero de juego desde que fracasaron el mate del pastor en febrero de 2022 y la apertura rusa sobre el Donbás tres meses después.

Es cierto que ahora habrá un alfil ucraniano con más movilidad en una de las diagonales, y probablemente algunos soldados rusos morirán por ello. Pero no quedan piezas en el tablero para decidir la partida —Putin tiene la iniciativa, pero no va a conquistar Ucrania con medio millón de hombres, y lo sabe— y solo queda esperar a que, por puro cansancio, uno de los dos jugadores decida levantarse de la mesa. Algo que tardará en producirse porque, ¿dónde iría Putin si no gana la partida? ¿dónde el pueblo ucraniano si es derrotado?

La incógnita Trump

Después de 1.000 días de guerra —lean «operación especial» los rusoplanistas— son muchos los ciudadanos que quieren esperanza. En Rusia, en Occidente y, sobre todo, en Ucrania. Y algunos han visto como una luz al final del túnel las palabras de Trump: «yo no he venido a comenzar guerras, sino a parar las que ya hay».

Lástima que el expresidente recién reelegido empleara palabras muy parecidas —«tomamos acciones anoche para detener una guerra, no para comenzarla»— cuando, a punto de finalizar su primer mandato, le dejó a Biden su propia patata caliente —en todas partes cuecen habas— ordenando la muerte en Bagdad del general iraní Soleimani, jefe de la Fuerza Quds.

Entienda el lector que esto no supone una crítica a Trump. Creo honestamente que el mundo está mejor sin el general Soleimani. Pero, si ese es el procedimiento que el reelegido presidente va a utilizar para poner fin a la lacra de la guerra, me temo que no supone ninguna novedad. La humanidad lleva intentando recetas parecidas durante muchos siglos, y se me hace difícil creer que, de un día para otro, con o sin misiles Atacms volando sobre tierras rusas, haya verdaderos motivos para la esperanza. ¡Ojalá me equivoque!