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Un camión militar iraní transporta partes de un misil Sayad 4-B, en TeheránAFP

La prudencia de los países del Golfo frente al régimen de Irán favorece a Israel

Entienden que el apoyo a la causa palestina no implica un embargo petrolero al Estado hebreo, como pretende Teherán

El domingo 10 de noviembre se produjo un pequeño acontecimiento en Oriente Próximo: el jefe del Estado Mayor de la Defensa de Arabia Saudí, el general Fayyad al-Ruwailli, realizó una visita oficial a Teherán, donde se reunió, entre otras autoridades, con su homólogo iraní, el general Mohammad Bagheri. Un viaje que hace aún pocos años hubiera resultado imposible, teniendo en cuenta la larga rivalidad geoestratégica entre ambas potencias regionales. La visita es, por lo tanto, una de las demonstraciones más visibles del acercamiento entre Teherán y Riyad, impulsado por China a principios del pasado año.

El corolario ha sido un enfriamiento de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel –nunca hubo reconocimiento oficial mutuo, sí que constó una discreta y eficiente cooperación militar–, agudizado por el conflicto de Gaza. Precisamente, si bien Riyad lleva meses elevando el tono de sus críticas contra Israel, limita sus peticiones –a largo plazo– al establecimiento de un Estado palestino. De ahí que los saudíes hayan puesto en marcha la «Alianza Global para una Solución de Dos Estados», presentada el pasado 27 de septiembre, y a través de la cual pretenden convencer a diversos países musulmanes y occidentales. De momento, no han especificado cuales. Una iniciativa cuyo contenido, en todo caso, se sitúa a considerable distancia de las peticiones maximalistas de Irán en la materia.

La postura saudí es un fiel reflejo de la postura moderada que llevan tiempo adoptando sobre la situación en Oriente Medio y que un reciente paper del think tank británico Chatham House define como «adaptable, pragmática y ágil. Ha dado sus frutos, por ejemplo, aislando al Golfo de los recientes choques entre Irán e Israel. También ha permitido al Golfo trabajar con sucesivas administraciones estadounidenses, y ayudará a la región a sortear la imprevisibilidad y el 'transaccionalismo' de Trump». Un pragmatismo que también se ha podido percibir en el deseo de Catar, el país que suele desentonar en el Golfo Pérsico, además de histórico aliado de Irán, de que Hamás reduzca su presencia en el territorio del Emirato.

Casi una anécdota si se compara con el revés sufrido por Irán hace un mes en la cumbre de la Organización de Cooperación Islámica, celebrada en la ciudad saudí de Yedda. Su ministro de Asuntos Exteriores, Hossein Amir Abdollahian, aprovechó ese foro para instar a los países musulmanes a imponer un embargo petrolero a Israel en respuesta a la explosión en el hospital Al-Ahli de Gaza acaecida esa misma semana, el 17 de octubre para ser precisos. Atribuida a Israel por Hamás, la explosión causó centenares de muertos según el Ministerio de Sanidad de Gaza, controlado a su vez por la banda terrorista.

«Los estados islámicos que mantienen relaciones diplomáticas con el régimen sionista deben romper inmediatamente sus lazos [con Israel] y expulsar a sus embajadores», añadió Abdollahian. La respuesta de los destinatarios del mensaje iraní vino por medio de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y el Consejo de Cooperación del Golfo (que agrupa a los países del Golfo Pérsico, con la excepción de Irán e Irak): «no hay intención de celebrar una reunión extraordinaria ni de tomar medidas inmediatas para imponer un embargo de petróleo contra Israel».

Una de cal y otra de arena: si bien las monarquías del Golfo Pérsico condenaron el primer ataque de Israel a Irán y no la réplica del país chií, tampoco parecen dispuestos a optar por una alianza incondicional con el país de los ayatolas. Saben de la inferioridad militar de Irán respecto de Israel, pero también son conscientes de la capacidad iraní para explotar la inestabilidad y los fracasos de la gobernanza en toda la región, desde Yemen y Afganistán hasta Irak, Siria y Líbano, para extender su influencia y reforzar su control. Por lo tanto, pragmatismo ante todo por parte de los países del Golfo Pérsico. Pero el pragmatismo beneficia a Israel.