El Debate en Israel
Haifa, la ciudad israelí amenazada por Hezbolá: «Tenemos que mostrarnos fuertes por nuestros hijos»
El norte de Israel vive desde hace más de un año bajo la constante amenaza de la milicia chií libanesa de Hezbolá, que lanzacohetes de manera diaria contra las localidades más cercanas —y también más alejadas— de la frontera con el Líbano. Haifa es la mayor ciudad del norte del país hebreo y la tercera más grande, después de Tel Aviv y Jerusalén, además de contar con el puerto marítimo más importante de Israel. Esta ciudad cuenta con una población de más de 286.000 personas, sin embargo, gran parte de sus ciudadanos han optado por marcharse ante la inestable situación de seguridad, en una localidad donde apenas cuentan con un minuto para resguardarse si suenan las alarmas, algo que ocurre día sí y día también.
Haifa se ha convertido en una ciudad casi fantasmal, al igual que gran parte de las ciudades norteñas. Alrededor de 60.000 personas han sido evacuadas de sus hogares desde el inicio de la contienda el 8 de octubre de 2023, cuando Hezbolá decidió abrir un segundo frente contra Israel en apoyo a Hamás tras la masacre del 7 de octubre en el sur del país que desencadenó la actual guerra en la franja de Gaza. A pesar de que sobre Haifa no recae una orden de evacuación, el miedo impera en sus calles. Una vista general a la ciudad muestra negocios cerrados y calles prácticamente vacías. Gran parte de los desplazados se encuentran desde hace más de un año reasentados en hoteles a lo largo de todo el país. La ciudad costera de Haifa, a pesar de ser objetivo de la milicia chií libanesa, también acoge a gran parte de los evacuados de localidades cercanas a la linde con el Líbano.
«No hay nada como estar en casa», repite constantemente Mijal, 46 años, que permanece desde hace más de 13 meses en un hotel de Haifa, tras salir con lo puesto de Shlomi, ciudad israelí a tan solo dos kilómetros de la frontera con el Líbano. Mijal cuenta con pesar que se han visto obligados a construir una «rutina de emergencia», pero siguen viviendo bajo la sombra del miedo. Esta mujer israelí insiste en que el peor sentimiento de todos es la incertidumbre, no saber nunca qué va a pasar con ellos y cuándo podrán regresar a sus hogares. Mijal relata cómo la vida sigue su curso, pero todo está marcado por la guerra. «Una de mis hijas está en el Ejército, otra se casa y llevó más de un año sin ver a mi hijo que está destinado en la frontera. ¿Cuándo se va a acabar esto?», se pregunta.
No saben cuándo volverán, cada mes que pasa, las autoridades israelíes alargan la estancia de los evacuados. La mujer ha visitado en varias ocasiones su casa, pero asegura que está totalmente destruida. Un cohete impactó contra la estructura dejando un enorme agujero. «Toda la casa olía a humo», recuerda. Mijal es profesora y trata de seguir con su vocación. Empezó dando clases en el hotel a los niños desplazados, sin embargo, muchas familias decidieron irse y alquilar apartamentos en otras ciudades como Nahariya o Acre, por lo que el alcalde de esta última decidió abrir un colegio para los menores. Desde entonces, Mijal realiza un trayecto de más de una hora todos los días para impartir las lecciones.
Asher, 41 años, y Janit, 38 años, tienen tres hijos de 14, 11 y ocho años, y son un claro ejemplo de la dificultad que supone educar y criar a tres niños en un hotel, sin rutinas y compartiendo desde hace más de un año la misma habitación. El escenario es idílico, lo que contrasta con la compleja situación que sufren los desplazados. Desde las ventanas del hotel Leonardo Plaza de Haifa se contempla una espectacular puesta del sol sobre la playa Carmel de arena fina y agua cristalina, donde los más valientes tratan de evadirse practicando surf.
Para Asher y Janit, sin embargo, este último año está siendo extremadamente duro. Su hijo pequeño se niega a volver al colegio, tiene miedo y no quiere salir del cuarto. El mayor da las clases por internet. «Pierdes la autoridad, los niños no están en su ambiente, no tienen sus cosas, aun así intentamos tener un equilibrio», explica Asher. Por su parte, Janit señala que en una situación así es inevitable que la relación familiar se dañe, incluso entre la joven pareja han aparecido disputas, mientras Asher está decidido a volver a su hogar en Shlomi, Janit tiene miedo.
«Solo un bosque nos separa del sur del Líbano y me pone muy nerviosa», relata la joven. El matrimonio acababa de construirse la casa y apenas pudieron estrenarla cuando fueron evacuados. «Tenemos que mostrarnos fuertes por nuestros hijos», concluye Janit. En esta misma línea se pronuncia Suzi, 50 años, que señala que a todo el mundo le ha costado acostumbrarse a la incertidumbre. Esta mujer israelí era secretaria en la municipalidad de Shlomi y ahora se encarga de la organización de los evacuados en el hotel. El establecimiento acoge ahora a entre 110-120 personas, pero llegó a tener hasta 600 desplazados. Suzi reconoce que no todo es malo y que ahora conoce mejor a su comunidad. «Ahora son mi familia», asevera. Su casa, como la mayoría, ha sufrido los estragos de la guerra y confiesa que prefiere no ir porque para ella «es demasiado triste».
A 50 minutos en coche, unos 57 kilómetros de distancia del Hotel Leonardo, en Mitzpé Hila, un comandante de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) explica a un grupo de periodistas la operación terrestre que desempeñan sus soldados en el sur del Líbano desde el pasado 1 de octubre. El oficial israelí asegura que actualmente hay cuatro divisiones operando en el país vecino, donde más de cuarenta de sus soldados han muerto en las últimas siete semanas. Israel incluyó el pasado mes de septiembre la vuelta de todos los evacuados del norte de Israel como el cuarto objetivo de la guerra que se inició el 7 de octubre de 2023. El comandante de las FDI asegura que el Ejército ya ha conseguido acabar con el 80 % de la capacidad militar de Hezbolá, aunque reconoce que los ataques con drones se han convertido en un nuevo desafío.
Desde el inicio de la contienda, la milicia proiraní ha lanzado más de 16.100 proyectiles desde el Líbano contra el norte de Israel, incluidos cohetes, vehículos aéreos no tripulados y misiles. El comandante del Ejército israelí asegura que no van a dejar atrás esta parte del país y están decididos a acabar con la amenaza que supone Hezbolá. Mientras el oficial habla con las periodistas, se pueden escuchar los bombardeos israelíes sobre las localidades del sur del Líbano, un ruido atronador que el uniformado identifica con el «sonido de la libertad». A pesar de la presión militar israelí sobre la milicia chií libanesa, Haifa sigue siendo blanco de ataques de Hezbolá. Sin ir más lejos, este domingo un cohete se estrelló contra un edificio residencial, causando dos heridos.
La posibilidad de alcanzar un alto el fuego parece cada vez más real. Este lunes, medios hebreos y estadounidenses informaban de que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha dado el visto bueno a una propuesta de Estados Unidos que plantea un cese de hostilidades de 60 días, que pueda transformarse en uno permanente, la retirada total del Ejército israelí del sur del Líbano y el traslado del armamento de Hezbolá al norte del río Litani. El gabinete de guerra israelí tiene previsto reunirse este martes para aprobar el acuerdo. Sin embargo, hasta que el alto el fuego se traslade al campo de batalla, Suzi confiesa que cada vez que suenan las sirenas, el miedo y el pánico les invade. Nadie se puede acostumbrar a vivir así.