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Antonio Alonso Marcos
AnálisisAntonio Alonso MarcosProfesor de Relaciones Internacionales de la Universidad San Pablo CEU

El ascenso islamista en Siria no es una buena noticia

Desde la época de Obama y sus Primaveras Árabes, no había habido tal nivel de desajuste, de inestabilidad, en esta región

Los islamistas rebeldes entraron en la ciudad de Hama

El régimen de Bashar Al Asad cayó tras la entrada en Damasco de los islamistasAFP

El régimen de Al Asad ha caído y la alegría se ha desatado en los medios de comunicación occidentales. Y todo porque dicho régimen ha sido apoyado por Rusia, y de esta manera parece que se le mete un gol a Putin.

El Oriente Próximo lleva siglos de inestabilidad, y las últimas décadas no son ni mucho menos una excepción. Los varios y delicados equilibrios superpuestos en esta región eran más o menos evidentes, y hasta cierto punto comprensibles, durante la época de la Guerra Fría. Sin embargo, tras el colapso del bloque comunista, los factores que hacían más fácilmente entendible este complejo puzle han sido reemplazados por otros menos asequibles.

En Madrid, un grupo de personas asalta la embajada de Siria y ocupa sus locales, y la noticia se presenta como algo positivo. No lo es, por muchas razones. La más evidente, porque es un local diplomático y estos son protegidos por Policía Nacional y Guardia Civil, quienes han quedado en evidencia han sido precisamente ellos. Y segundo, porque aquí ha colado la idea de que quien ha derribado a Al Asad ha sido «gente guay», «gente cool», demócratas de toda la vida. Y sin embargo, esto no ha sido así.

¿Quién ha puesto fin al régimen de Al Asad? ¿Han acabado con el estado sirio o solo con el régimen de la familia Al Asad? ¿Qué tipo de Estado se va a configurar ahora allí? Desde la época de Obama y sus Primaveras Árabes, no había habido tal nivel de desajuste, de inestabilidad, en esta región. Hasta que a Hamás se le ocurrió la tan inteligente idea de atacar por sorpresa a Israel hace ahora apenas un año en un acto tan terrible como despiadado. A partir de ese momento, parece que ha brotado la urgencia de reordenar toda la agenda de seguridad para complacer a un solo actor: Israel. Sin límites. Así, Israel ha cruzado muchas líneas que parecían «acordadas» para mantener la tensión en un cierto nivel. Sin embargo, parece que desde la invasión rusa de Ucrania las reglas entre caballeros válidas antes de 2011 ya no valen, ya no más. Algunos autores señalan que esas reglas ya saltaron pro los aires con las llamadas «revoluciones de colores», desde Georgia (2003) y Ucrania (2004), pero de eso no toca hablar hoy.

El final de Bashar Háfez Al Asad ha venido marcado por el empuje repentino y altamente eficaz de, al menos, tres grupúsculos: los yihadistas de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), las multiformes milicias del llamado Ejército Nacional Sirio (apoyados por Turquía) y las Fuerzas de Siria Democrática (FSD, controlados por los kurdos). Estos son los que los medios de comunicación occidentales viene blanqueando como «rebeldes» en las últimas dos semanas.

Los insurgente sirios queman una estatua de Bashar al-AsadAFP

Justo cuando en Doha se reúnen las partes garantes del Proceso de Astaná —la fórmula diplomática impulsada por Kazajstán como vía pacífica para resolver el caos sirio—, los yihadistas del HTS, la Organización para la Liberación del Levante, tienen sus orígenes en Al Qaeda y tienen como cara visible a Abu Mohammed al Golani, por quien el Departamento de Justicia de EE. UU. ofrece la suma de 10 millones de dólares. ¿Se imaginan cómo será la suerte de las minorías cristianas protegidas hasta ahora por Al Asad?

Después de casi 15 años de caos y de guerra civil, con un país fraccionado en «zonas controladas por» distintas facciones, resulta que en menos de un par de semanas los yihadistas han tomado la capital, emulando a los talibanes en Afganistán en agosto de 2021. ¿Por qué ahora? Quizás, para responder a eso, habría que levantar un poco más la vista del mapa y ver la fotografía global, incluyendo en la ecuación a Israel, Turquía, Irán, EE. UU. y Rusia. A China, al menos de momento, la dejamos fuera.

Si leemos el mensaje que ha puesto el Presidente electo en su red social preferida (TRUTH Social), viene a decir que se alegra de la caída de Al Asad, cosa que debería haber ocurrido en 2013, cuando Obama le planteó un ultimátum a Putin y este se saltó todas esas líneas rojas, la última la de los ataques con armas químicas contra su población civil. Putin no creyó aquella acusación y siguió respaldando incondicionalmente al líder sirio, y el Papa Francisco organizó una jornada de ayuno y oración en septiembre de aquel año para que la situación en Siria se calmase. Putin quedó como hombre fuerte, Obama (y EE. UU.) quedó en ridículo. Vino Trump y apenas intervino en el país, más que quirúrgicamente para acabar con la vida de Al Bagdadi, el líder del Estado Islámico, que «murió como un perro», en palabras de Trump. Añade el Presidente que «Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo, y [en mayúsculas a partir de ahora] EE. UU. no debería tener nada que ver con ello. Esta no es nuestra lucha. Dejemos que se desarrolle. ¡No te involucres!».

Esto último parece un «tirón de orejas» a Biden. Deja que las cosas sucedan como tengan que suceder allí, no les envíes dinero, ni armas, ni hombres, ni apoyo de ningún tipo. ¿A quién? ¿A Al Asad, protegido de Rusia? ¿A los «rebeldes»? Dicho así, parece señalar a su país como financiador de esas facciones que se han rebelado contra el líder sirio. Ya saben, «Follow the money…» y «Cui prodest?» parecen ser dos preguntas bastante pertinentes en este tipo de casos donde parece que todos los medios de comunicación apuntan en una misma dirección y, sin embargo… no parece ser una explicación consistente.

No me atrevo a repsonder a la pregunta de qué apoyos exteriores han recibido, porque quizás la verdad sea demasiado terrible como para poder ser expresada en voz alta. De momento, los apoyos conocidos son Irán y Rusia —para Al Asad—, mientras que los menos confesables serían EE. UU., Turquía e Israel para el mix anti-Al Asad, quizás con financiación saudí y/o catarí. Insisto en que es un combinado que apenas tiene sentido, al menos si nos quedamos en la superficie: ¿unos kurdos apoyados indirectamente por Turquía, apoyados a su vez por Israel y por Arabia Saudí, respaldados por Catar?

¿Es realmente una derrota para Rusia? ¿Y para Irán? Sí y no. Sí, porque ambos pierden a un aliado, que no era muy fuerte —como se ha podido comprobar—, pero que les servía como punto de abastecimiento logístico. Y no, porque ambos ya contribuyeron con ayuda militar en el pasado para recuperar —hasta en dos ocasiones— el terreno perdido, y no iba a haber una tercera vez. Menos aún cuando el Ejército sirio ha huido en desbandada, casi sin presentar batalla. Occidente se anota un tanto, el Eje de la Resistencia encaja una derrota —que habría sido mayor, de haberse empecinado en la defensa de Al Asad—.

¿Y China? Esa será la principal preocupación de Trump cuando asuma el poder, si es que tal cosa llega a suceder el próximo 20 de enero. Ya lo ha dicho en varias ocasiones —con respecto a Rusia y Ucrania— y ayer ya lo repitió —refiriéndose a Siria—: «China puede ayudar. ¡El mundo está esperando!»