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AnálisisAquilino Cayuela

Siria y la sombría era post Asad

A la nación árabe le espera un Estado islámico duro y la pregunta es cómo continuará y si Al-Golani será capaz de enfrentarse a los diversos grupos que compiten ahora mismo por imponerse

El líder de la organización islamista Hayat Tahrir al-Sham, Abu Mohamed al-Golani, en SiriaComandancia General del Noroeste de Siria/EFE

La caída de Bashar Al Asad muestra lo interconectados que están los conflictos en Oriente Medio, muestra lo impredecible de la situación en la región y lo que puede ocurrir cuando estos conflictos se descuidan.

El conflicto palestino-israelí y la guerra civil siria habían compartido este destino. La repentina reanudación del conflicto palestino-israelí con el ataque de Hamás del 7 de octubre condujo a la guerra de Israel en Gaza, seguidamente a la campaña de los hutíes en el mar Rojo, más tarde, a la guerra de Israel en el Líbano y a los ataques entre Irán e Israel.

Este último conflicto en Siria ha durado menos de dos semanas, dicen los medios que «con escaso derramamiento de sangre», en comparación con la guerra anterior (2011-2016).

Pero si miramos la geografía, nos damos cuenta de que solo importantes ciudades han caído en manos de los insurgentes yihadistas y que un vastísimo territorio está del lado de unos y otros. ¿Nuevamente se ha agitado el avispero en Siria?

Allí la población está compuesta por numerosos grupos étnicos: un 50 % de población árabe, un 15 % alauita, un 10 % de kurdos, otro 10 % de levantinos, y un 15 % restante que incluye drusos, ismaelitas, imamíes, nusairíes, asirios, turcomanos y armenios.

Pero más importante que las etnias están las diferencias religiosas: un 87 % de población musulmana, compuesta por un 74 % de suníes, así como alauíes e ismaelitas, y un 13 % de musulmanes chiíes. Los cristianos representaban el 10 % de la población, mayormente fieles de iglesias cristianas orientales. Hay, además, un 3 % de drusos, y, aun en 2018, permanecía una pequeña minoría de judíos (principalmente en Damasco y Alepo).

En Siria, este terremoto ha acabado con el orden existente. Pero en el caos quedan muchos interrogantes sobre cómo Hayat Tahrir al-Sham, o Grupo Sirio de Liberación (HTS), heredero del Frente Al-Nusra, o Al Qaeda de Siria y Levante y otros grupos yihadistas podrán gestionar el país. No se puede esperar nada bueno. Si los talibanes han felicitado y se han felicitado por esta victoria, ya nos podemos imaginar lo que les espera a los sirios. Es curioso que medios «progres» se feliciten también como si fuese el advenimiento de «la libertad», un término que esta gente no conoce.

Una asombrosa secuencia de acontecimientos ha permitido al HTS derrocar al régimen sirio. Una causa de peso ha sido la decapitación por Israel de la milicia chií libanesa Hezbolá y la destrucción de gran parte del arsenal de misiles del grupo, de esta forma, la pérdida de Hezbolá como «defensa avanzada» de Irán ha supuesto una considerable erosión para el régimen sirio apoyado por Irán. También, la ruptura de conversaciones entre Ankara y Damasco ha jugado en favor de la intervención de Turquía, que protegía a los rebeldes en su bastión de Idlib, al noroeste de Siria. Así mismo, la atención de Rusia en su guerra con Ucrania ha desatendido su apoyo al régimen sirio. Todo ello se ha conjurado para que la ofensiva relámpago del HTS haya tenido un éxito sorprendente.

El 30 de noviembre, aparentemente de la nada, los rebeldes del HTS tomaron en un solo día la segunda ciudad de Siria, Alepo, y avanzaron hacia el sur, hasta Damasco. Al mismo tiempo, se desencadenaron rebeliones espontáneas contra el régimen en Sweida y Daraa, en el sur, y en Deir ez-Zor, en el este.

El 5 de diciembre tomaron Hama, la cuarta ciudad más grande de Siria; dos días más tarde, tomaron Homs, la tercera ciudad más grande, que se encuentra en la carretera que une Damasco, la capital. El ímpetu de los rebeldes, combinado con la drástica erosión de la base de apoyo del Gobierno, fue demasiado grande para que el régimen pudiera resistirlo.

El victorioso Abu Mohamed al-Golani tiene un pasado terrorista de matrícula de honor: combatiente de Al Qaeda en Irak (2003-2004) se unió al Estado Islámico en Irak (2006) y, tras un tiempo prisionero fue enviado a Siria por el mismísimo Abu Bakr Al-Baghdadi , califa del Daesh para crear el Frente Al-Nusra (2011). La rivalidad entre ambos le llevó a romper y al-Golani juró lealtad a Al Qaeda y a su líder, Ayman Al-Zawahiri (2013).

En octubre de 2015, Al-Golani ordenó ataques indiscriminados contra aldeas alauitas en Siria. 2016, Al-Golani anunció en un mensaje grabado que en adelante Jabhat al-Nusra pasaría a llamarse Jabhat Fateh al-Sham (Frente para la Conquista de Siria). El 28 de enero de 2017, Al-Golani anunció que Jabhat al-Fath al-Sham se disolvería y se fusionaría con un nuevo grupo islamista sirio más grande llamado Hayat Tahrir al-Sham («Asamblea para la Liberación del Levante»). Con las nuevas siglas, aplastó al ISIS, Al Qaeda y la mayoría de las fuerzas opositoras. Ahora ha logrado expulsar a Al Asad.

A Siria le espera un Estado islámico duro y la pregunta es cómo continuará y si Al-Golani será capaz de enfrentarse a los diversos grupos que compiten ahora mismo por su influencia para ponerse por encima de todos. Nada hace presagiar que el final de Al Asad transforme el equilibrio de poder en la región, más bien, hace temer cosas peores, incluso, no puede descartarse la perspectiva de una nueva guerra civil amplia y sangrienta y una mayor inestabilidad en toda la región.