La Navidad y las víctimas de Putin
A la hora de recontar las víctimas casi todos olvidamos a la primera de ellas, el propio pueblo ruso. También fueron víctimas de Hitler muchos alemanes, aunque algunos de ellos no llegaran a darse cuenta hasta pasados unos años
No creo que sea posible entender a Vladimir Putin sin prestar atención a los mensajes que dirige a quienes de verdad necesita para sentirse emperador: sus súbditos en Rusia. Mensajes simples que, en la mayoría de los casos, ni siquiera aparecen en las ampulosas declaraciones del dictador, cuidadosamente medidas para su publicación en Occidente. Es preciso buscarlos en la prensa que leen los rusos, en sus televisiones y en sus domesticadas redes sociales. Estoy convencido de que si leyeran la verdadera prensa rusa en lugar de los productos de las agencias TASS o Sputnik, cuidadosamente elaborados para nuestra forma de ver el mundo, muchos de los admiradores de Putin que todavía existen en nuestro país –no los rusoplanistas, obviamente, siempre inmunes al desaliento– dejarían de serlo.
El árbol de Navidad del Kremlin
El pasado día 15, el diario Izvestia publicó un breve artículo para contarle a sus lectores que el árbol de Navidad del Kremlin era el segundo más alto de Europa. No suelen presumir en este medio, muy popular en Rusia, de ser segundos en nada. ¿Por qué lo hacían en esta ocasión? Sin duda se trataba de resaltar la importancia que Putin da a la Navidad y, por extensión, a los valores cristianos que algunos días de cada año –en esto el dictador es bastante errático– emplea para justificar la guerra que su cómplice de sotana, el Patriarca Kirill de Moscú, ha declarado santa.
Por una extraña asociación de ideas, la noticia trajo a mi memoria un párrafo de Antonio Domínguez Ortiz en su libro España. Tres milenios de Historia. Un gran aperitivo, por cierto, para quienes empiecen a interesarse por nuestro pasado como nación. Pero vamos a lo nuestro: escribe el historiador que la persecución a la Iglesia durante la guerra civil fue, además de una atrocidad, un grave error que restó apoyo a la República en el exterior. Un error que el Gobierno trató vanamente de disimular anunciando que el monasterio de El Escorial se encontraba en perfecto estado a pesar de la proximidad del frente –sin mencionar que sus moradores habían sido asesinados– y poniendo como ejemplo de tolerancia religiosa el que, en plena guerra civil, la Junta para la Ampliación de Estudios editara un texto visigodo sobre la Virgen María. Para el historiador, es lógico que quienes nos observaban desde fuera pensaran: «¿Esto es todo lo que podéis alegar?»
¿Dónde está la conexión entre el artículo del Izvestia y nuestra guerra civil? Ni el pasado de Putin en la KGB –no consta que se cayera de ningún caballo camino de Damasco– ni su presente como lo que es, un sanguinario dictador, sugieren que el árbol de Navidad del Kremlin sea otra cosa que un estéril esfuerzo para blanquear sus crímenes. Algo parecido al texto visigodo sobre la Virgen María o, aún mejor, a ese monasterio de El Escorial ignominiosamente despojado de sus víctimas.
Una larga lista de víctimas
¿Cuáles son las víctimas que trata de esconder el árbol de Navidad del Kremlin? Lo lógico es empezar el recuento con el pueblo ucraniano, que le debe a Putin varias decenas de miles de muertos civiles –la ONU contabiliza poco más de 10.000 porque Rusia no le permite investigar lo ocurrido en los territorios ocupados– y más de diez millones de refugiados, de los cuales casi siete millones han tenido que abandonar el país. Le debe además incontables crímenes de guerra, algunos tercamente negados por el Kremlin pero otros, como el asesinato de prisioneros de guerra, aplaudidos en público por importantes sectores de la sociedad.
Pero no solo se trata de Ucrania. En Occidente también consideramos víctimas de Putin a los oligarcas que se caen por las peligrosas ventanas rusas y a los opositores envenenados en el extranjero o muertos en las cárceles del régimen. A los sirios les importarán más los asesinados por el régimen de Bashar Al Assad, algunos directamente por el Ejército ruso y otros con la complicidad de Moscú. Y no sería justo olvidar a los norcoreanos a los que maltrata el inefable Kim Jong-un, antaño sancionado por Putin y la ONU por gastarse los recursos de su país en armas nucleares y misiles balísticos en lugar de alimentar a su población, pero ahora a partir un piñón con su colega ruso y con otro clérigo de nota, el iraní Alí Jamenei. ¡Un buen trío para una barra libre de poder absoluto regado con sangre!
La dura vida del pueblo ruso
Sin embargo, a la hora de recontar las víctimas casi todos olvidamos a la primera de ellas, el propio pueblo ruso. También fueron víctimas de Hitler muchos alemanes, aunque algunos de ellos no llegaran a darse cuenta hasta pasados unos años. Como en la Alemania nazi, Putin no repara en gastos ni en sangre para conseguir consolidar su poder. Alrededor de 130.000 combatientes rusos ya han perdido sus vidas –suma de los 82.000 cadáveres enterrados y con certificados de defunción y de los 48.000 dados por desaparecidos– sin que la ciudadanía vea más luz al final del túnel que las promesas del dictador, nunca cumplidas.
Mientras, la factura de la guerra no para de crecer –será el 41 % del presupuesto federal en 2025– y la tiene que pagar una nación en guerra, sometida a duras sanciones comerciales y tecnológicas que estresan su economía, y cuyas ventas de armamento –un importante complemento de su comercio exterior– se han visto reducidas a una sexta parte porque la «operación especial» lo consume todo y por la decepción de muchos de sus compradores sobre su rendimiento en los combates.
A la hora de recontar las víctimas de Putin casi todos olvidamos a la primera de ellas, el propio pueblo ruso
Con todo, lo que me parece más triste es identificar en la Rusia de hoy algunos de los tics que caracterizaban a la URSS en los tiempos de Stalin. Permita el lector que vuelva al Izvestia, que publicó hace unos días esta noticia, que copio textualmente: «El 30 de noviembre, las fuerzas del orden realizaron redadas en los clubes Mono, Arma e Inferno en Moscú. Según la visitante Victoria, que se encontraba en uno de los clubes, durante las actuaciones en el escenario se podían escuchar declaraciones contra la operación militar especial». Asusta pensar en todo lo que esconde este corto párrafo: delaciones, detenciones y largas condenas en las duras prisiones rusas, justificadas antaño por la ideología comunista pero ya sin otra excusa que la grandeza de Putin.
Quizá el lector recuerde la leyenda de Guillermo Tell, detenido por negarse a inclinarse ante un sombrero que representaba al soberano de la Casa de Habsburgo. La admiración que muchos sentíamos por el rebelde suizo no viene de su habilidad con la ballesta, sino de su negativa a aceptar la humillación. Y ¿qué puede haber más humillante que el ridículo culto a la personalidad que se dispensa a líderes como Kim Jong-un y, cada vez más, al propio Putin? Como para muestra basta un botón, vamos de nuevo al diario Izvestia, que publicó hace pocos días en la primera plana una noticia que se calificaba como importante: que Putin había felicitado a los nadadores rusos por las medallas logradas en el mundial de natación. La importancia del hecho, por supuesto, no estaba en los nadadores, sino en el dictador que lo ilumina todo con su presencia. El éxito, como todos los de la actual Rusia, era de Putin. Si hubieran fracasado, sería su propio fracaso.
Pocos de los que sienten simpatía por Rusia querrían vivir en un país así, sometidos al miedo a los arrestos arbitrarios, las purgas y a la humillación colectiva que supone el vergonzoso culto a la personalidad. Y eso no lo cambia el que Putin ordene poner en el Kremlin un árbol de Navidad, como no cambiaba la imagen de nuestra República el que el Gobierno de Madrid editara textos visigodos sobre la Virgen María.
¿Pocos he dicho? ¿Y los rusoplanistas? ¿Son ellos una excepción a la regla? Si de verdad lo fueran, nada les impediría aceptar la generosa invitación que publicó la agencia TASS el pasado agosto: «Rusia ofrece asilo a las personas que traten de escapar de los ideales liberales de Occidente». Es el telón de acero interpretado al revés, pero no me consta que nadie haya aceptado la mano tendida por el dictador, quizá por miedo a terminar combatiendo en Ucrania. Hay algo, sin embargo, que me gustaría que quedara claro: si los rusoplanistas que critican mis artículos se fueran a Rusia, mi mujer los echaría de menos. Ella piensa –y no la culpo– que incluso ellos me sobrevaloran. Feliz Navidad, pues, a todos, rusoplanistas o no, y que el 2025 nos traiga la paz que tanto echamos de menos.