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MontecassinoHermann Tertsch

Alemania vota y todos tiemblan

Alemania es un caso en el que todos han de mirarse, primero por su tamaño y poder y segundo porque tiene una Unión Europea hecha a la medida para imponer sus políticas en ella y por tanto todos sus defectos, excesos y errores

Están empeñados los políticos de los partidos del consenso globalista en las democracias occidentales en proseguir con sus políticas y remedios de los pasados treinta años en una obstinada actitud de negación ante el terremoto político que primero los ha cuestionado y hoy ya los lleva lentamente hacia las derrotas electorales y la marginalidad. Como siempre, Alemania es un caso en el que todos han de mirarse, primero por su tamaño y poder y segundo porque tiene una Unión Europea hecha a la medida para imponer sus políticas en ella y por tanto todos sus defectos, excesos y errores. Y el desastre de la Unión Europea en los últimos cinco años es una clara prueba de ello.

El ascenso de la Alternativa para Alemania (AfD) es tan sólido y espectacular -su candidata a la cancillería Alice Weidel ya es el candidato que goza de más simpatías, por encima de Friedrich Merz de la CDU, de Olaf Scholz del SPD y de Robert Habeck de los Verdes. Aunque se cumplan los sondeos y el partido vencedor sea la CDU, su compromiso de aliarse con cualquiera menos la AfD que ocupa el espacio de la CDU abandonó, augura a la llamada «ultraderecha» el papel envidiable de única oposición como fue Giorgia Meloni antes de ganar las elecciones.

En Austria el FPÖ, aliado de VOX en el grupo Patriotas por Europa y el partido del mismo nombre que preside ahora Santiago Abascal, ganó las elecciones pero el popular OVP, los socialistas SPÖ y los liberales de NEOS intentan formar desde septiembre un gobierno contra la oposición única de FPÖ. Pues en los últimos sondeos este partido ha subido diez puntos desde las eleciones y ya suma más que populares y socialistas juntos. Se forme o no el gobierno tripartido de perdedores en Austria, puede apostarse ya que pronto habrá un gobierno presidido por el FPÖ. El modelo austriaco no está lejos de las perspectivas alemanes. A no ser que empiecen a anular elecciones y prohibir partidos con necios y torpes pretextos como algunos intentan y no solo en Alemania. Entonces se entierra la democracia y ya hablamos de otras cosas.

Ahora el gobierno alemán ha caído por incompetente y por haber aplicado una política tan demencial como errática en todos los terrenos y haber hecho de Alemania y de toda Europa de paso, una sociedad más pobre, más asustada, más dependiente, menos libre. Y por supuesto mucho menos competitiva con EE.UU., China y Asia en general que cada día aumentan su ventaja en innovación, tecnología, poder competitivo y expansión frente a la Europa dedicada a legislar, regular y reglamentar todo hasta la asfixia en una forma de impedir todo dinamismo a las economías nacionales que garantiza la decadencia, la debilidad y la depresión.

En eso está Alemania ahora, en esa depresión que, sin embargo, los partidos antes grandes, hoy cada vez más medianos y algunos ya muy pequeños, parecen empeñados en profundizar con la misma política. En Berlín y en Bruselas donde la CDU, que manda en el Partido Popular Europeo con su Ursula von der Leyen en ademanes cada vez más autocráticos en la Comisión Europea, se ha vuelto a aliar con la izquierda y los ecologistas, los grandes responsables de la degradación y la senda hacia la inoperancia y la quiebra. Y ha rechazado toda cooperación con las fuerzas de la derecha emergente que semana a semana van aumentando su peso en toda Europa, fenómeno que ven con pánico pero sin respuesta razonable, los partidos tradicionales.

El jefe del Estado alemán, Frank Walter Steinmeier, ha disuelto el parlamento federal alemán tras caer el gobierno de coalición tripartida de socialistas (SPD), Verdes y liberales (FPD), con una moción de confianza fracasada. Moría así el gobierno más nefasto de la historia de la República Federal desde 1949. Aunque gran parte de los males que han sumido a Alemania en su peor crisis económica, política y social vienen de la era de la tan glorificada como catastrófica Angela Merkel, el desastre del tándem del mediocre canciller socialista Olaf Scholz con el prepotente e ignorante vicecanciller verde ultraecologista Robert Habeck no tiene parangón.

Pero el presidente Steinmeier piensa que todo debe seguir el mismo rumbo por el bien de la democracia. Steinmeier, por cierto un gran amigo de Vladimir Putin que ahora celebra la anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía porque se atribuyen al candidato vencedor unas simpatías hacia el ex amigo de Steinmeier, Scholz, Gabriel y tantos socialistas alemanes que el hoy presidente alemán no escondió nunca en veinte años. Y el jefe del estado se permite hablar de injerencias cuando Alemania ha ejercido obscenas injerencias en todos los países europeos y hasta en las elecciones norteamericanas en desde 2016. Y ha puesto gobiernos títeres como el actual de Polonia o aquel que cambio en Italia porque no le gustaba. O las amenazas de Von der Leyen a quienes no voten como ella quiere, en Italia y otros países.No es Berlín precisamente quien debiera mentar las injerencias.

Hace ya tiempo que la larga fase alemana en esa enfermedad que es el consenso político ha generado daños irreparables. La Grosse Koalition que tanto se elogió en otros lares, la alianza entre socialdemócratas tradicionales del SPD y los socialdemócratas conversos desde la democracia cristiana de la CDU, ambos vigilados por esa otra enfermedad del idealismo alemán tornado fanatismo ecologista, para gobernar juntos o por separado pero siempre haciendo lo mismo, ha sido una bomba de relojería para estos partidos y para el sistema mismo. Las elecciones generales para la nueva legislatura son el 23 de febrero y su mera convocatoria es ya motivo de alarma. Los tiempos han cambiado radicalmente. Como dijo Mijail Gorbachov a Erich Honecker «quien no sabe leer el signo de los tiempos será arrollado por los mismos». Pues eso.