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Donald Trump jura el cargo de presidente número 47 de los EE.UU.Chip Somodevilla / AFP

Trump y la hiperventilación europea

Europa tiene que dejar de mirarse en el espejo estadounidense para validar su existencia.

Si algo caracteriza a Europa, además de su fascinante arquitectura y su legendaria capacidad de aplazar decisiones importantes, es su inclinación por el pánico existencial. La reelección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ha desatado precisamente eso: una crisis de identidad en el viejo continente. Desde Berlín hasta Bruselas, pasando por París, los líderes europeos parecen tambalearse como si Trump fuera una tormenta perfecta que ellos no vieron venir. Aunque, seamos justos, con la calidad de los pronósticos basados en redacciones woke de Nueva York y San Francisco, era inevitable subestimar al magnate empresarial convertido en el ídolo de MAGA.

El resultado fue un error de cálculo calamitoso: Trump no solo ganó, sino que arrasó. Los números no dejan lugar a dudas y, para más humillación, lo hizo en territorios inexplorados para los republicanos en décadas.

La histeria europea es, francamente, excesiva. Desde artículos alarmistas hasta reuniones extraordinarias en Bruselas, la pregunta parece ser: ¿qué hacemos ahora? ¿Qué hacemos con un presidente que promete ser más Trump que nunca? No es que Trump haya cambiado tanto; Estados Unidos, con él o sin él, siempre ha sido Estados Unidos: pragmático, unilateral y, a menudo, indiferente hacia las sensibilidades europeas. El problema radica en que Europa, en su complejo de adolescente, sigue esperando validación del otro lado del Atlántico.

La llegada de Trump también ha provocado un curioso fenómeno: la beatificación póstuma de Joe Biden. De repente, el longevo presidente, cuyas políticas climáticas encontraron respaldo en Europa, ha sido canonizado como el santo patrón del multilateralismo. ¿La ironía? Bajo Biden, las grandes tecnológicas que ahora nos preocupan crecieron y consolidaron su influencia. Empresas como Meta, X (Twitter) y Amazon se fortalecieron con una política estadounidense laxa hacia la competencia y la desinformación, mientras Europa se entretenía redactando directivas interminables que nadie en Silicon Valley leyó.

Ahora, con Trump de vuelta, los europeos parecen temer que estas mismas compañías se conviertan en instrumentos de su agenda. ¿La solución? Hacer aquello que durante demasiado tiempo hemos evitado: actuar como adultos responsables, estableciendo límites firmes no solo frente a Trump si llega el caso, sino ante cualquier poder que desafíe nuestras reglas, menosprecie a la ciudadanía o ponga en jaque nuestros valores democráticos. Y esto, conviene recordarlo, aplica tanto a un lado como al otro del Atlántico, y me atrevería a decir que hasta en casa.

La única forma de superar este melodrama es aceptar una verdad fundamental: Europa tiene que dejar de mirarse en el espejo estadounidense para validar su existencia. La Unión Europea tiene el poder de ser un actor global relevante, pero ese poder debe ejercerse, no delegarse. Y todo ello, sin perder de vista que el mundo no gira únicamente en torno a Trump: no podemos bajar la guardia ante la Rusia de Putin ni la China de Li Jiping, cuyas ambiciones globales siguen siendo una amenaza latente para el equilibrio internacional. Porque, seamos serios, ¿de verdad la vuelta de Trump es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos? Mientras Europa hiperventila ante un magnate en busca de su próximo tuit viral, Rusia sigue sacando pecho militar y China, con Li Jiping al mando, teje una red de influencia global que nos deja tan atrapados como desconcertados.

Es hora de que Europa deje de hiperventilar y adopte un enfoque más pragmático. El pánico no resolverá los desafíos que plantea Trump, ni los problemas internos de Europa. Al final, por mucho que crucemos los dedos y recemos a los dioses del multilateralismo, las incertidumbres no desaparecerán por arte de magia.

El regreso de Trump, en toda su gloria caótica, debería recordarnos algo esencial: los líderes estadounidenses, independientemente de su estilo, siempre actúan en función de los intereses de su país. Quizás sea hora de que Europa haga lo mismo.

José Antonio Monago Terraza

Portavoz Adjunto del Grupo Popular en el Senado

Responsable del área de Asuntos Exteriores y Defensa