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Juan Rodríguez Garat
Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

¿Qué pasará ahora en la guerra de Ucrania?

La traición de los Estados Unidos ha sido un duro golpe a la moral del pueblo ucraniano

Actualizada 09:33

Soldados ucranianos pasan junto a un vehículo del ejército ucraniano quemado en el lado oeste de la capital ucraniana de Kiev.

Soldados ucranianos pasan junto a un vehículo del ejército ucraniano destruido en Kiev (Archivo)AFP

Si estuviéramos viendo una serie de televisión, sin las anteojeras ideológicas que tanto nos gusta ponernos para analizar la vida real, la mayoría sospecharíamos que la trifulca protagonizada por Trump, Vance y Zelenski ante los medios audiovisuales de todo el mundo estaba orquestada por los anfitriones. La oportunidad y los medios estaban allí, pero ¿cuál puede haber sido el móvil?

Si Maquiavelo estuviera en nuestro salón, seguramente no tendría ninguna duda sobre este asunto. Trump quiere cambiar de bando y siente que la excusa de que ya ha habido demasiados muertos en la guerra no despeja del todo el tufillo a traición. El presidente, que no tiene un pelo de tonto, sabe tan bien como cualquiera que, si los poderosos lo consienten, los que son como Putin recurrirán a una macabra regla de tres: si matar 200.000 ucranianos me da derecho a apoderarme de un 20 % de Ucrania, ¿cuántos tengo que matar para quedármela toda entera? Aún peor, Trump sabe que nosotros lo sabemos.

A los incondicionales de Trump, todo este razonamiento les dará igual: votarían por su líder aunque disparara a alguien en Broadway en pleno día. El mismo Trump ha presumido de ello. Pero muchos votantes del republicano tienen criterio propio. Para que las concesiones a Putin —un dictador malvado en opinión de la mayoría de los norteamericanos— no le cuesten apoyo popular necesita alinear a sus bases detrás de su propia persona. ¿Cómo hacerlo? Pues seguramente sería Maquiavelo quien nos sugeriría la mejor respuesta: enfrentándolas con Zelenski.

Si Maquiavelo y yo tenemos razón, es posible que la emboscada de la Casa Blanca haya sido una jugada hábil del pintoresco líder republicano. El tiempo lo dirá. Pero, para quienes observamos los toros desde la barrera sin derecho a voto en las elecciones de los EE.UU., lo que sí que ha hecho es clarificar la postura de Trump. Él ya ha elegido bando. Y no es el norteamericano, como sugieren sus incondicionales, sino el suyo propio. Suerte tendrá Ucrania si, al menos, el magnate mantiene las sanciones económicas a Rusia. Al menos las que afectan a la adquisición de tecnología militar.

La guerra continúa

La guerra, sin embargo, continúa. Putin puede haber logrado sacar de la guerra a los EE.UU., pero sigue sin haber alcanzado ninguno de los objetivos militares de la operación especial. Si Washington no le lanza un salvavidas comercial, su economía, mucho más debilitada de lo que Putin permite que trascienda a su propia opinión pública, seguirá empeorando. Para su ejército, la rendición norteamericana llega demasiado tarde, cuando esa atrición de que presumen algunos analistas prorrusos ya le ha obligado a lanzar sus ataques en coches o motos… cuando no a lomos de borrico o en bicicleta.

Es verdad que fue bonito para Ucrania tener la oportunidad de destruir con misiles ATACMS algunas unidades rusas que se sentían seguras detrás de sus fronteras. Eso, desde luego, se ha acabado, al menos para los próximos cuatro años. Pero ¿cuántos misiles se le habían entregado al Ejército de Zelenski? Más allá del gesto político del presidente Biden, muy de agradecer, aquello fue una gota en un mar… de drones. Drones de los que Ucrania produce ya tantos como Rusia, y la UE muchos más que los EE.UU.

El armamento norteamericano, decisivo en las primeras semanas de la guerra, ha dejado de serlo. Sus carros de combate —apenas 31, anticuados y sin los medios de protección activa que tienen los Merkava israelíes— llegaron demasiado tarde. La mayoría han sido destruidos y el resto, quizá una docena, hace tiempo que fueron retirados del frente.

La moral del pueblo ucraniano es el terreno donde se decidirá el resultado final de esta contienda

Los misiles Patriot han mantenido a Kiev a salvo de muchos bombardeos y, si se retiran o no se reponen, morirá cada noche un puñado de civiles ucranianos más. Pero los misiles balísticos rusos son muy caros. Es probable que cada hombre, mujer o niño asesinado en cualquiera de las ciudades de Ucrania le haya salido a Putin por bastante más de un millón de euros. Así no se puede ganar la guerra. No, si no decae la moral del pueblo ucraniano que es —perdón por la insistencia— el terreno donde se decidirá el resultado final de esta contienda. Como ocurrió en Vietnam, Siria, Afganistán, Irak. Como antes había ocurrido en las guerras de la independencia de España o de las Trece Colonias que, andando el tiempo, se convertirían en los EE.UU.

La traición de los Estados Unidos —no es realmente una traición de Trump, que pocas veces ha ocultado que está más cerca de Putin que de Zelenski— ha sido un duro golpe a la moral del pueblo ucraniano. Quizá pueda levantarse solo, como el afgano, admirable en su resistencia a unos y otros aunque, por desgracia, sus sacrificios hayan sido liderados por los talibanes y explotados para promover causas injustas. Épicas suenan las palabras de Ho Chi Minh en Vietnam: por cada uno de los norteamericanos morirán diez de los nuestros… pero ustedes se cansarán antes. Sin embargo, Ucrania es una democracia. Nadie tiene derecho a exigirle tanto a quienes están defendiendo al mundo del regreso de un derecho, el de conquista, que hará de nuestro planeta un lugar peor para nuestros hijos y nietos.

El pesimismo, la mejor arma del enemigo

No creo que Trump ordene a sus aviones bombardear Kiev. Incluso si él quisiera —que no es así, por mucho que a veces se le acuse de ejercer el papel de enviado especial de Putin a Washington— la democracia americana tiene mecanismos de defensa —de los que, por desgracia, carece la nuestra— que permiten evitarlo. Y, si solo se trata de seguir enfrentándose a Rusia y a Corea del Norte, Ucrania puede resistir. De hecho, la situación militar sigue siendo de tablas y, para más inri, la presión rusa del otoño pasado se ha debilitado en los meses de invierno. Un año después de la caída de Avdiivka, Rusia sigue sin llegar a Pokrovsk.

Sin embargo, las posibilidades de Kiev mejorarán mucho si la Unión Europea, que en este día oscuro se ha llenado de voces prometiendo a Zelenski que no está solo, se muestra a la altura de las difíciles circunstancias que estamos viviendo. ¿Qué necesita Zelenski? Dos cosas. La primera la tenemos: dinero. Dinero para comprar armas y, también, para pagar otras facturas públicas mientras muchos de sus contribuyentes tienen que combatir. No hace mucho, el comisario europeo de Defensa nos recordaba que la UE y los EE.UU. habían invertido menos de un 0,1 % de su PIB para apoyar a Ucrania. Duplicarlo para compensar el abandono norteamericano no saldrá barato, pero sería mucho más lo que tendríamos que incrementar nuestro presupuesto de defensa si Putin ganara esta guerra.

Además de dinero, y casi diría yo que por encima del dinero, Ucrania necesita esperanza

Además de dinero, y casi diría yo que por encima del dinero, Ucrania necesita esperanza. ¿Podemos dársela los ciudadanos de Europa? Creo que sí, pero tenemos que guardarnos de las campañas de desinformación que han logrado contaminar hasta la propia Casa Blanca. Mientras tantos ucranianos pagan con su sangre su lucha por la libertad, nosotros solo tenemos que hacer un pequeño esfuerzo: el de recordar que el pesimismo es la mejor arma de nuestro enemigo.

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