La hora de Trump
Del dictador ruso sabíamos lo que cabía esperar. Pero, ¿y de Trump? Hay quienes confían en él y quienes dudamos de su valía como líder del mundo libre
Donald Trump, presidente de EE.UU.
Decíamos ayer que Putin no rechazaría el alto el fuego que propone Trump, pero pediría condiciones imposibles de cumplir. Confirmando todos los pronósticos, el dictador dice que sí a la tregua, pero –y hay que reconocer que es lo que ha dicho siempre– solo cuando conduzca a una paz duradera. ¿Y que entiende Putin por una paz duradera? Por decirlo de una forma simple, la derrota de Ucrania. Así pues, el alto el fuego llegaría cuando Rusia haya alcanzado sus objetivos políticos y militares. Para ese viaje, ¿quién necesita alforjas?
No es la primera vez que el líder ruso y su ministro de exteriores explican lo que entienden por una solución diplomática al conflicto: el final de Ucrania como país independiente y soberano. Exactamente lo mismo que la solución militar, pero con un coste menor para Rusia, en sangre y en rublos. Por eso me cuesta entender que alguien se sorprenda con lo que está ocurriendo. ¿No es obvio que si Putin quisiera la paz no encadenaría guerra tras guerra? ¿No es evidente que si el objetivo del dictador fuera mantener a Ucrania fuera de la OTAN sería él quien ofrecería un alto el fuego después de haber obtenido garantías de Donald Trump de que eso no va a ocurrir? ¿No es cierto también que esas garantías recién conseguidas eran innecesarias, porque a la Alianza Atlántica solo se accede por unanimidad de sus miembros, algo que Orbán nunca habría permitido?
No. Por desgracia no me parece posible el alto fuego porque lo que Putin quiere es otra cosa y nada tiene que ver con la OTAN. Como Julio César, él quiere celebrar un Triunfo en las calles de Moscú. Un triunfo que cree tener en la mano porque sus cortesanos –quizá los mismos que le dijeron que podría entrar en Kiev en unos pocos días– le dicen que la victoria ya está cerca. Un Triunfo que ya anticipa vistiéndose de uniforme militar de camuflaje –algo inusual en él, pero también lo fue verle entrar en la iglesia por Navidad, como viene haciendo desde que el patriarca Cirilo proclamó la Guerra Santa– para visitar a sus tropas y apuntarse el mérito ahora que están a punto de expulsar a Ucrania de la región de Kursk.
El lector podría preguntarse qué será de Putin si Ucrania resiste, como lo hicieron los pueblos de Vietnam, Afganistán, Irak y Siria. Seguro que esa pregunta también se la habrá hecho el dictador. La respuesta no es difícil de adivinar: en ese caso, continuará la guerra. Que tampoco es mal negocio para el antiguo espía reconvertido en emperador, porque el conflicto le ha permitido acumular más poder del que tuvo ningún dictador ruso desde los tiempos de Stalin. Así pues, no tiene Putin muchos motivos para dejar que Donald Trump le birle el ansiado triunfo. El dictador sabe tan bien como cualquiera de nosotros que, si es el norteamericano el que lleva la paz a Ucrania, será él quien se ponga todas las medallas.
Permita el lector que le distraiga con un asunto que, aunque no pasa de anecdótico, me parece divertido y ayuda a comprender como van las cosas por Moscú. Sabido es que Putin no quiere oír hablar de Zelenski. El dictador aspiraba a negociar el final de la guerra mano a mano con los EE.UU., como si ambos fueran los dueños del mundo. Y por ahí parecía que iban los tiros hasta la reunión de Yeda. Aquello abrió desagradables interrogantes. ¿Es que Trump iba a poner al todopoderoso dictador del Kremlin y al antiguo cómico al mismo nivel, reuniéndose con unos y con otros como si no hubiera diferencias entre el imperio ruso y sus provincias díscolas? Alguien, sin embargo, dio con la tecla: en la prensa rusa –la voz de su amo– se publicaron artículos resaltando que la reunión con los representantes del Kremlin fue en Riad, la capital de Arabia Saudí, mientras los ucranianos fueron recibidos en Yeda, una gran ciudad pero provinciana. ¡Uf! ¡Menos mal!
Volvamos de nuevo a la tregua. Mucho más sincero que el dictador, Yuri Ushakov, uno de los más influyentes asesores de Putin, se había anticipado unas horas a la declaración de su jefe para explicar que le parecía difícil que Rusia aceptara porque el alto el fuego solo serviría para dar un respiro a Ucrania. El hecho es cierto, desde luego. Sobre todo si pensamos en la retirada de Kursk, donde Rusia pretende juzgar a las tropas enemigas por terrorismo en otra flagrante violación –a quién le importa ya– de los convenios de Ginebra. Sin embargo, es lo que tienen todas las treguas, que solo son útiles si hay voluntad de llegar a la paz. Algo que, en el lenguaje de Putin, suena igual que victoria. Y, una vez celebrado el Triunfo, a prepararse para la siguiente campaña.
Del dictador ruso sabíamos lo que cabía esperar. Pero, ¿y de Trump? Hay quienes confían en él y quienes dudamos de su valía como líder del mundo libre. No tardaremos mucho en saber quién tiene razón. Al reelegido presidente la ha llegado el momento de demostrar si puede lidiar con Putin, si no con el desagradable aire de superioridad que mostró con Zelenski, sí al menos de igual a igual. Es cierto que, frente a Rusia, el magnate republicano no tiene los mismos mecanismos de presión que frente a la invadida Ucrania. Pero ¿se atreverá a señalar a Putin con el dedo? ¿Permitirá que le grite Vance, que le insulte Musk? Mucho más importante que todo eso –porque las formas de la diplomacia deben respetarse con unos y con otros si de verdad se desea resolver los conflictos entre las naciones– ¿permitirá Trump que Putin maree la perdiz hasta que, con el tiempo, el pobre animal se nos muera de aburrimiento?
Es la hora de Trump. ¿Estadista o trilero? Pronto lo veremos.