Elon Musk y Donald Trump, el principio del fin de una hermosa amistad
El presidente de Estados Unidos le perdona una y otra vez sus errores y el hombre más rico del mundo no le tiene en cuenta en público que le haya hecho perder miles de millones de dólares con su aventura de los aranceles

Donald Trump y Elon Musk caminan en los jardines de la Casa Blanca c una colección de Tesla a sus espaldas
A Donald Trump le entusiasma hacer comparaciones o sacar recursos retóricos que tengan que ver con el casino. Recordar si Zelenski tiene o no tiene cartas para poder seguir en el juego de la negociación (la que sea) es sólo un ejemplo de los múltiples que se suceden. La incorporación de Elon Musk a su Administración, el 20 de enero, fue su as en la manga ancha de la tolerancia tras ver los errores, sin consecuencias, que ha cometido su protegido.
Para un presidente al que no es fácil hacer cambiar de opinión y suele encajar mal las derrotas (también del tipo que sea) esta permisividad resultaba llamativa, hasta que el dueño de Tesla, SpaceX y X empezó a perder miles de millones con la bomba atómica que ha fabricado Trump al disparar su batería de aranceles.
The New York Times recordaba hace unos días, con citas de colaboradores off the record, que el presidente de Estados Unidos siente auténtica «debilidad por Elon». Lo incorporó temporalmente como «empleado especial» al Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), una condición que establece que su vinculación dura 130 días.
Mientras intenta lograr sus objetivos, la lista de errores se suceden. El último lo advirtió Roberto F. Kennedy Jr, al admitir, sin grandes alaracas, que al todavía hombre más rico del mundo se le fue la mano y ha despedido a gente necesaria en su departamento a la que ahora tiene que readmitir.El Kennedy que encontró en la ayahuasca un mundo de evasión recurrente hace unos años, se cuido mucho de sacudir a Musk con la rabia que lo hace cuando se dirige a otros. La razón la entienden todos los que pertenecen al círculo Trump.
El vicepresidente J.D. Vance, famoso en el mundo entero por no morderse la lengua (o por tenerla demasiado suelta), también destacó recientemente que «los errores» del hombre más rico del mundo no se podían disimular, pero como el resto, no se ensañó con Musk.
El secretario de Estado, Marco Rubio, protagonizó una acalorada discusión en presencia de Trump con el dueño de SpaceX que le reprochó: «No has despedido a nadie». Los medios estadounidenses, publicaron que la discusión fue más una gresca que un intercambio de impresiones. En esa bronca, según la prensa, se habría impuesto Rubio tras ponerle fin un presidente poco acostumbrado a ser testigo de discusiones, sino más bien a protagonizarlas.
En Wisconsin, protagonizó una escena que de ser filmaba se encuadraría en el género de cine cómico, al aparecer con un sombrero en forma de queso gruyere de donde sacó dos cheques, de un millón cada uno, que entregó a dos votantes de Brad Schimel, supuestamente su candidato conservador a la Corte Suprema. Los americanos se quedaron con el talón, pero el candidato fue derrotado por la juez Susan Crawford, respaldada por los demócratas.
En esa campaña a la Corte Suprema de Wisconsin, clave en todas las elecciones, Musk entregó 25 millones de su bolsillo y los perdió sin emitir un lamento. Tampoco se quejó Trump que se mantuvo a millas de un Estado clave en todas las elecciones, incluidas las de medio término de noviembre de 2026 y dónde se pronostica que perderá la mayoría que hoy posee en ambas Cámaras. Quizás, eso explique su hiperactividad en este par de meses largos de legislatura.
El imbécil
Musk puso en la calle a unos 350 trabajadores de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear (NNSA), dedicados a ensamblajes de ojivas nucleares. La decisión, comunicada por carta, tuvo que ser revocada de urgencia y de manera inmediata. Teresa Robin, directora interina de la NNSA prendió la luz de alarma y la apagó cuando se reincorporó al 72 % de esos ingenieros.
El detonante de la posible separación o divorcio entre ellos que se barrunta en Washington, se debería –en la versión de Musk– al empecinamiento de Trump con los aranceles. Al ideólogo de este plan y principal asesor comercial de la Casa Blanca, Peter Navarro, le criticó hace unos días su currículum: «Un doctorado en Economía de Harvard es algo malo, no algo bueno», escribió. Pero, ayer, Musk estalló y directamente le llamó «imbécil» y «tonto de remate».
Donald Trump, pese a haber recordado el tiempo limitado de Musk en el Gobierno, no parece querer deshacerse de él de malos modos. Ha soportado las sátiras en la prensa sobre su relación sin protestar, le ha tolerado moverse por el despacho Oval con uno de sus 14 hijos, de sexo seleccionado (todos varones)... El presidente de Estados Unidos se lo ha consentido todo y ha demostrado tener una paciencia infinita, pero lo mismo se puede decir de Musk porque, al final, el que más ha perdido en esta relación ha sido él: para ser precisos, 96.800 millones de dólares (uno unos 88.751 millones de euros) por estar a su lado.