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Presidentes de la izquierda latinoamericana. Daniel Ortega, Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro, Andrés Manuel López Obrador y Pedro CastilloPaula Andrade

El Debate en América

El turno del caudillo de izquierda

En América Latina, como expuso Miguel Ángel Asturias a propósito de Guatemala, el personaje verdaderamente importante es el «señor presidente» o, como diría Carlos Fuentes al referirse a México, quien se sienta en «la silla del águila»​

América Latina busca, y no encuentra, al salvador que la impulse hacia una prosperidad históricamente esquiva. Esta no es una región de procesos, sino de caudillos y «hombres fuertes».

La búsqueda del mesías que rescate al pueblo de su inercia constituye una verdadera tradición por estos lados. Como alguna vez sostuvo el poeta chileno Vicente Huidobro, la nuestra es una «crisis de Hombre».

Hoy el péndulo se inclina hacia la izquierda, pero poco y nada sugiere que ello vaya a cambiar algo de fondo. El gatopardismo es la religión política de la región y ni siquiera la retórica utópica de la «nueva izquierda» parece capaz de alterar esa ley de hierro latinoamericana.

No es que aquí las ideas o las estructuras no importen, sino simplemente que los líderes importan más

No es que aquí las ideas o las estructuras no importen, sino simplemente que los líderes importan más. Lo que el resto del mundo considera ensayos ideológicos a uno y otro lado del espectro político, son principalmente experimentos personalistas ataviados con el temperamento normativo de su época.

Cuando un país latinoamericano da un bandazo político, lo que en realidad está haciendo es probar con otro presidente. Todas las naciones de la región han experimentado seguidillas interminables de liderazgos a menudo contrapuestos.

La política latinoamericana responde a los modelos y tendencias ideológicas globales; pero lo verdaderamente distintivo en ella es que estos siempre están condicionados por caudillismos que los encarnan con entusiasmo y terminan recorriendo un ciclo político similar: irrumpen, florecen, dan frutos por un tiempo y luego caen sumidos en el descrédito o la derrota. Lo único que varía es el tiempo que se demoran en hacer el recorrido.

En América Latina, como expuso Miguel Ángel Asturias a propósito de Guatemala, el personaje verdaderamente importante es el «señor presidente» o, como diría Carlos Fuentes al referirse a México, quien se sienta en «la silla del águila».

Visto de lejos el mandatario latinoamericano puede parecer símbolo de republicanismo, pero en realidad es una suerte de monarca cuyo grado de absolutismo dependerá del tiempo histórico que le toque vivir y de su habilidad para la maniobra política.

En el fondo del alma política de la mayoría de los líderes latinoamericanos habita un Hugo Chávez o un Juan Domingo Perón

Porque puede afirmarse que en el fondo del alma política de la mayoría de los líderes latinoamericanos habita un Hugo Chávez o un Juan Domingo Perón. Al final, de alguna manera, casi todos se consideran «Yo, el supremo», como escribió Augusto Roa Bastos inspirado en el doctor Francia, el Karai Guasú («Gran Señor» en lengua guaraní) del Paraguay decimonónico. (Quien quiera conocer realmente América Latina debería prestar más atención a su literatura que a su historiografía).

La tendencia latinoamericana hacia el caudillismo tiene una explicación simple: se inclinen por la izquierda socialdemócrata, la centroderecha liberal, la derecha conservadora o el progresismo radical, los latinoamericanos no quieren un presidente, sino un salvador que los saque de la postración e ilumine sus sueños. Alguien que explote la potencialidad durmiente de sus sociedades y ayude a crear una realidad estable y próspera.

La última apuesta del electorado regional son los líderes de izquierda. Pedro Castillo (Perú), Gabriel Boric (Chile), Gustavo Petro (Colombia), Andrés Manuel López Obrador (México) y Xiomara Castro (Honduras)

La última apuesta del electorado regional son los líderes de izquierda. Pedro Castillo (Perú), Gabriel Boric (Chile), Gustavo Petro (Colombia), Andrés Manuel López Obrador (México) y Xiomara Castro (Honduras) representan la nueva generación en la que los votantes han depositado su confianza para dar el salto tan anhelado.

Sin embargo, no es mucho lo que puede esperarse de ellos. En cada uno de estos casos, la retórica no parece ir acompañada de un plan concreto para relanzar a sus países. Hablan de que un mundo nuevo es posible, repiten consignas que erizan los pelos de algunos nostálgicos, pero ofrecen lo mismo de antes en un envase distinto.

La suya es una revolución eternamente inconclusa que ellos no terminarán de completar

La suya es una revolución eternamente inconclusa que ellos no terminarán de completar. La única vía para poner en marcha la utopía que proponen es la destrucción de los países que gobiernan. De eso saben los hermanos Castro, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.

Boric creyó que podía hacerlo. Defendió una propuesta constitucional que hubiera arrasado con Chile, condenándolo a la división, el conflicto y el retraso, pero chocó de frente con el electorado, que le dio un portazo histórico.

Quedó huérfano de agenda, con poco que ofrecer al país apenas seis meses después de haber llegado a La Moneda rodeado de épica. El peruano Castillo, cuya administración ha estado signada por la rotativa ministerial y los escándalos, es otro ejemplo de la ausencia de ideas concretas. Lo que tuvo fue un discurso atractivo que prometió un giro radical basado en el resentimiento por la desigualdad histórica, pero carece de un plan de acción para desarrollar un programa coherente.

Alberto Fernández parece la versión desmejorada de Néstor Kirchner (2003-2007), cuya gestión marcó, a su vez, la de su mujer

En Argentina, Alberto Fernández parece la versión desmejorada de Néstor Kirchner (2003-2007), cuya gestión marcó, a su vez, la de su mujer, Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015). ¿Hay algo nuevo que pueda ensayar Alberto a estas alturas para acabar con la inflación, el mal endémico de una economía argentina que se mueve de crisis en crisis desde hace más de un siglo?

Algo parecido ocurre con la «Cuarta Transformación» promovida por AMLO: suena bien en el discurso de un político hábil que sabe encantar e impresionar, pero no ha conseguido hacer de México un lugar menos violento ni dinamizar la economía.

López Obrador es quizás el que está más cerca de arruinar a su país y seguir la senda marcada por los bolivarianos

López Obrador es quizás el que está más cerca de arruinar a su país y seguir la senda marcada por los bolivarianos: concentra poder en torno a su persona, usa un lenguaje polarizador, persigue la renacionalización de sectores clave de la economía, aumenta las atribuciones federales, se alía con el Ejército, ha creado una Guardia Nacional leal, hostiliza a la prensa opositora y enfrenta una oposición torpe y fracturada. Su tendencia autoritaria puede terminar generando un desastre en las barbas mismas de Estados Unidos.

América Latina es, como sugirió el escritor cubano Alejo Carpentier, el lugar de lo real-maravilloso, un territorio que se halla lejos de agotar su caudal de mitologías. Una de ellas es la figura mesiánica del caudillo, que tiene aquí para rato. Vestida con el ropaje ideológico de su época, sigue prometiendo lo de siempre: la cuadratura del círculo que permitirá tomar impulso para alejar al pueblo del hambre, la anarquía, la desigualdad, la postración, la falta de oportunidades.

La ansiedad latinoamericana por encontrar un atajo sin dolor le hace confiar en caudillos que no consiguen llevarnos al Edén prometido

Se trata, por supuesto, de un espejismo que da pie a un ciclo vicioso. Porque la ansiedad latinoamericana por encontrar un atajo sin dolor le hace confiar en caudillos que no consiguen llevarnos al Edén prometido.

Como no responden con hechos a la verborrea de su retórica, el desprestigio sigue a nuestros líderes como la noche al día. Pese al libreto repetido, en América Latina se sigue apostando por el salvador. Una región con un escenario impresionante, atrapada sin remedio en su propia ilusión. Ha pasado con otros antes y seguramente sucederá con los líderes de izquierda que hoy gobiernan, si es que no doblan la apuesta y arruinan a sus países con un autoritarismo suicida.

Políticamente inmaduros, los latinoamericanos somos eternos adolescentes, siempre listos para culpar a otros por nuestros desaciertos. Las «venas abiertas de América Latina» no son solo responsabilidad del imperialismo de los chupasangres extranjeros, sino, primordialmente, consecuencia de la miopía de sus sociedades y el oportunismo de sus líderes, todos ellos demasiado impacientes como para recorrer el largo y sinuoso camino de la seriedad institucional y la política virtuosa.

Hay de todo a la vez: tradición, modernidad y posmodernidad; racionalidad, intuición y barroquismo; ansias de revolución, violencia y deseos de estabilidad; resentimiento, pasión y caridad.

Tal como su geografía y su clima, que incluyen desiertos calurosos, selvas tropicales impenetrables y ventisqueros de frío glacial, en América Latina hay de todo a la vez: tradición, modernidad y posmodernidad; racionalidad, intuición y barroquismo; ansias de revolución, violencia y deseos de estabilidad; resentimiento, pasión y caridad.

Una mezcla única con resultados predecibles. A veces se imponen unos, a ratos otros. Hoy es el turno de la izquierda y sus liderazgos narrativamente dotados, pero sin contenido innovador real. Quién sabe a quién y cuándo le tocará la próxima vez. Lo que sí parece seguro es que todo cambiará para seguir igual.

  • Juan Ignacio Brito es director del Centro de Estudios de la Comunicación (ECU) e investigador del centro Signos de la Universidad de los Andes en Santiago de Chile