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El presidente argentino Alberto FernándezEsteban Collazo / Presidencia de Argentina

El Debate en América

Argentina y el tango como metáfora de la historia de un país sin rumbo

Algunos de los tangos más famosos plasman a la perfección las acciones del gobierno, el modelo económico del país o la vida cotidiana de los argentinos

Todo argentino que se precie tiene a Carlos Gardel atravesado en su ser. No hay forma de escapar del ícono tanguero convertido en mito. Y eso es culpa del componente del biberón con el que el argentino se alimenta en su primera infancia. A esa edad, con la leche del rigor, todos recibimos una buena dosis de «Volver». Es ahí la razón del por qué siempre estamos volviendo. O bien a la patria de la devaluación eterna o a cometer una y mil veces los mismos errores, como sociedad.

Y es que con Gardel y más allá de él, con el tango como metáfora, bien se podría ir explicando el porqué de semejante desbarajuste –cuando no siempre las ciencias sociales lo logran– en un país que a principios del siglo XX acaparaba las miradas del mundo por su potencial y por su ubicación entre las diez primeras economías del mundo.

No se privó de nada el mandatario. Muy suelto de cuerpo y minutos antes de descargar una diatriba pública contra los miembros de la Corte Suprema allí presentes, brindó el informe del Estado de un país que solo anida en su imaginario. Para esos momentos también hay un tango, «Todavía te quiero», por aquello de «…porque si mentís una vez, si mentís otra vez y volvés a mentir…».

Unas horas más tarde, con Fernández ya dedicado a lo de todos los días, escribió en su cuenta de Twitter que «los argentinos vivimos mejor ahora que en 2019», justo en medio de un apagón generalizado en medio país que dejó a más de 20 millones de usuarios sin energía eléctrica.

Durante la década de los 60 y principio de los 70, el desempleo no superó nunca el 4 %y la pobreza rondaba el 5 %

Una postal más de esa cuesta abajo que parece no terminar nunca, que no encuentra su suelo, como en las pesadillas más ordinarias, y ahí vuelve a alumbrar otra metáfora de origen gardeliana: «La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser», como para poder analizar tamaño derrotero.

Durante la década de los 60 y principio de los 70, el desempleo no superó nunca el 4 %y la pobreza rondaba el 5 %. La historia estaba teñida mayoritariamente de peronismo y de dictaduras militares La inflación era ya el mecanismo recurrente que sometía a la sociedad por culpa de ese otro deporte nacional: derribar la disciplina fiscal con pelotas confeccionadas de gasto público indiscriminado y la corrupción, que fue invadiéndolo todo.

«Nada queda en tu casa natal»

A la inflación nuestra de cada día –que viene desde tiempos inmemoriales–, con la última dictadura militar (1976-1983) se fraguó un modelo económico basado en el endeudamiento externo constante, la destrucción de la industria nacional y la concentración económica que fue debilitando todos los índices sociales. De la Argentina de la opulencia, de aquel mentado «granero del mundo», quedaba solo el recuerdo, casi nada, Casi como una mera letra de tango. «…nada, nada queda en tu casa natal, solo telarañas que teje el yuyal…».

La recuperación de la democracia en 1983 lo hizo con las instituciones, pero no acabó con el tango de la decadencia. A partir de allí, todo se dio en libertad. Más temprano que tarde, los argentinos fueron derribando la creencia en aquel eslogan de Raúl Alfonsín (1983-1989) en campaña, con aquello de que «con la democracia se come, se educa…».

Pero esto es tango y siempre se vuelve al primer amor. En 1989, la sociedad volvería a entonar esa pieza de José María Contursi, «Quiero verte una vez más» y ahí llegó Carlos Menem (1989-1999) y de la hiperinflación y los altos niveles de pobreza se pasó a la convertibilidad –un dólar = un peso– y una estabilidad fiscal y monetaria, fruto de las privatizaciones de los activos del Estado, pero agravando significativamente los índices sociales.

Un gobierno «con la frente marchita»

La salida de la convertibilidad fue violenta, con un gobierno indescriptible como el de Fernando de la Rúa (1999-2001), con la inflación volviendo en clave gardeliana «con la frente marchita». A esta altura, queda más que claro que nada ni nadie haría posible un cambio de género, musical al menos.

El interinato de Eduardo Duhalde (2001-2003) fue un remake de aquel tango de Celedonio Flores, al que también Gardel le prestó su voz, «Mentiras». Había prometido, tras el congelamiento de los depósitos bancarios de los ahorristas, que «el que depositó dólares recibirá dólares», pero terminaron recibiendo bonos y, en el peor de los casos, pesos devaluados.

Con la incipiente recuperación de la economía –gracias a los altos precios de los commodities del primer lustro del siglo–, en el 2003 Duhalde y su mala praxis política se vieron obligados a llamar a elecciones. Como de costumbre, los argentinos se debatían entre el pasado y lo desconocido. Pero todo dentro del peronismo: Menem o un gobernador patagónico, Néstor Kirchner.

Cuando le preguntaron a Borges por el peronismo o los peronistas respondió: «Son una maravilla, tienen todo el pasado por delante…»

Y aquí vale introducir una referencia ineludible. El más grande escritor argentino fue Jorge Luis Borges, hombre de una erudición notoria. Cuando le preguntaron por el peronismo o los peronistas respondió: «Son una maravilla, tienen todo el pasado por delante…» y en Argentina, siempre será bueno aclararlo, muchos son peronistas y el resto –con la excepción de Borges– todavía no se da cuenta de que también lo es.

«Desencuentro»

En aquellas elecciones el abandono de Menem le abrió las puertas a una suerte de sinfonía en cuatro tiempos, siempre dentro del tango. Néstor Kirchner, su esposa, Cristina Kirchner; Mauricio Macri y el actual, Fernández. La pieza que prima en semejante obra fue «Desencuentro» de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo, que se adapta casi con crueldad a la realidad nacional de estos años, ya desde el comienzo: «Estás desorientado/ y no sabés que trole hay que tomar para seguir/ Y en ese desencuentro con la fe/ querés cruzar el mar y no podés…».

Dos décadas en las que el endeudamiento externo se duplicó. Pasó de los 190 mil millones a los 390 mil millones de la actualidad, la pobreza –tras la leve recuperación hasta el 2009– supera el 40 % y la inseguridad se incrementó al compás de las necesidades básicas de una población, que asiste azorada a una proceso de descomposición en el que solo se le permite festejar éxitos futbolísticos, mientras la elite dirigente parece vivir en un mundo paralelo, de lo que da muestras casi a diario, entre otros, el presidente, cada vez que hace uso de Twitter o de un micrófono.

Y ese «Desencuentro», plasmado con una grieta política utilizada como estrategia de poder, lo tiñe todo. El gobierno, fiel a la letra de esa canción que prima por encima de cualquier sinfonía, pone en el bando de los enemigos hasta a Lionel Messi, el astro futbolístico, quien el miércoles nomás recibió una amenaza cuando balearon el supermercado de sus suegros en la ciudad de Rosario, convertida en una Medellín de opereta, en los últimos años.

A tal punto, que el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, enfrentó a la prensa en modo confesión: «Los narcos han ganado». Experto como lo es en estas lides, el tercer Fernández del gobierno, vaticinó que «Esto tardó 20 años en instalarse, no se va a desinstalar en 20 minutos…».

«Contame una historia»

Casi una evocación a aquella canción que popularizó Eladi Blázquez, «Contame una historia», que parecería compuesto a la medida del ministro, famoso por sus declaraciones rocambolescas. «Vos que tenés labia, contame una historia…Frename este absurdo girar en la noria moliendo una cosa que llaman verdad…».

Solo basta con leer las encuestas o conversar en la calle con gente de a pie, para darse cuenta de por qué nadie vislumbra un futuro promisorio en el corto plazo. A poco más de seis meses de las elecciones presidenciales, lo que prima es la sensación de que el fracaso argentino no es más que «una tarea colectiva», ese término que por aquí los políticos usan hasta el agotamiento.

A tal punto que ese tango bien podría transformarse en el himno nacional de un país sin rumbo, siempre que su final se plasme en la vida cotidiana de los argentinos: por aquello de «Amargo desencuentro, porque ves que es al revés/ Creíste en la honradez y en la moral, ¡qué estupidez!/ Por eso en tu total fracaso de vivir/ Ni el tiro del final te va a salir».

  • José Vales es escritor y periodista argentino