El desastre menos visible de la crisis venezolana: la salud mental
Venezuela fue convertida en un entorno psicosocial especialmente hostil y difícil, que aumenta la probabilidad de sufrir problemas de salud física y psicológica
En Venezuela, la pandemia por la COVID-19, mal manejada a fuerza de falsear los datos y manipular políticamente la información, junto con la situación económica, social y política por la crisis que padecemos desde hace años, ocasionó todo tipo de estragos en la vida de sus habitantes y una emergencia humanitaria compleja.
Hablamos del problema de la pobreza de ingresos que afecta al 94 % de la población y la pobreza extrema a 76 %; la desnutrición infantil y la subalimentación en adultos, que sufre el 54 % de la población, el aumento dramático de la mortalidad materna e infantil, la desatención de la salud por el deterioro alarmante del sistema sanitario y del acceso a los medicamentos del país y su particular impacto sobre las personas que padecen enfermedades crónicas como diabetes, insuficiencia renal, cáncer o VIH-SIDA.
En tal sentido, los venezolanos se enfrentan desde hace años a un contexto de precariedad económica, hiperinflación, inestabilidad laboral, aumento de la violencia, deterioro de los servicios básicos, de salud y educación, que compromete su condición de vida.
Por supuesto, un salario mínimo promedio entre 6,2 y 25 dólares mensuales para la mayoría de los trabajadores, pensionados y jubilados, más el estado general de inseguridad personal y jurídica existente, no ayudan para nada.
Entre el colapso de los centros de apoyo y la desestimación de síntomas, la salud mental del venezolano es uno de los elementos de la crisis más subestimado y casi invisibilizado por los medios y la opinión pública nacional e internacional, pese a que los especialistas han advertido acerca de su magnitud y trascendencia.
En términos de las causas del deterioro de la salud física y mental, hay que señalar que a los efectos de la crisis socioeconómica y política que se comenzó a acentuar desde el 2017, se sumó el confinamiento debido a la pandemia, la sobrecarga laboral para quienes debieron asumir el mantenimiento de la economía del hogar, el abandono de empleo de las mujeres, el cierre de las escuelas y universidades, las secuelas físicas a quienes fueron contagiados y el duelo de las familias por la pérdida de quienes no lo superaron.
Luego vino la crisis migratoria que aún se mantiene, con el doloroso efecto de la desintegración de las familias, y el abandono de las personas mayores que no podían migrar.
En este contexto, era de esperarse una merma de las capacidades de todos para enfrentar situaciones particulares y las dificultades propias de una crisis permanente y de la percepción de precariedad en todos los sentidos, y que hoy nos sintamos agobiados por el estrés.
La primera evidencia del deterioro de la salud mental de los venezolanos fue el aumento de las consultas psicológicas (un 435 % en los últimos dos años), por depresión, ansiedad, ataques de pánico, estrés crónico, ataques de ira, trastornos de sueño y sensación de soledad, mayormente en mujeres y jóvenes, tal como informan instituciones especializadas.
Con relación a los mayores efectos sobre la mujer, hay que decir que se deben a que todavía recaen sobre ellas las responsabilidades de cuidadoras del hogar, acrecentadas por el cierre de escuelas o la presencia de miembros de la familia que se enferman.
También que siguen en desventaja financiera debido a salarios más bajos, menos ahorros y un empleo menos seguro que sus homólogos masculinos, y para colmo, también tienen más probabilidades de ser víctimas de violencia doméstica, cuya prevalencia en Venezuela sigue aumentando hasta la fecha.
Respecto a los jóvenes, el confinamiento y el colapso del sistema educativo, junto con la notable disminución de las oportunidades de entretenimiento sano, así como la incertidumbre sobre su futuro inmediato, han contribuido negativamente en su salud mental e influyen en su disposición a migrar.
En medio de este cuadro ya bastante complejo, comenzaron a conocerse las estadísticas sobre suicidios.
El Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), por ejemplo, contabilizó 94 suicidios durante el primer semestre del 2020. Sus estudios determinaron que más del 35 % de ellos tuvieron causas relacionadas a la situación que atraviesa el país.
Una plataforma comunicacional de periodismo narrativo (Historias que Laten), que realizó un especial llamado «Relatos Suicidas», concluyó que, desde el 2015 hasta el primer semestre de 2021, 9.630 personas se quitaron la vida en Venezuela y que solo en el 2020, unas 23.000 personas intentaron suicidarse. Estas cifras siguen en aumento.
Más recientemente, se ha detectado la presencia de nuevos trastornos psicológicos como el Burnout o «Síndrome del trabajador quemado», que es un tipo especial de estrés relacionado con el trabajo y que consiste en un estado de agotamiento físico o emocional, que también implica una ausencia de la sensación de logro y la pérdida de la identidad personal.
También tenemos incidencia del Stresslaxing, un término relativamente nuevo, que une las palabras en inglés estrés (stress) y relajación (relaxing), y que consiste en cierta incapacidad para relajarse que nos hace sentir mal cuando intentamos desconectarnos de lo que nos agobia o estresa.
En ambos casos la incidencia es mayor entre aquellos que se vieron obligados a asumir formas de trabajo a distancia y por internet, ante la pérdida o ausencia de trabajos presenciales.
Finalmente, un estudio realizado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en enero de este año, llamado Psicodata, reveló que el 90 % de los venezolanos viven preocupados por la situación del país, y que el 40 % manifiesta que su ánimo se ha deteriorado; también muestra que la grave situación económica es la principal causa de estrés, sobre todo para los pobres, que representan el 81,5 % de la población.
Así que, como consecuencia de la crisis económica, social, política y ética que estamos padeciendo; la ausencia de políticas e infraestructuras de salud pública orientadas a proteger la salud mental; el difícil acceso a servicios de atención psicológica o psiquiátrica gratuitos o de bajo costo; y, finalmente, el prejuicio popular que vincula la búsqueda de ayuda psicológica con la condición de «estar loco», Venezuela fue convertida en un entorno psicosocial especialmente hostil y difícil, que aumenta la probabilidad de sufrir problemas de salud física y psicológica.
Como reza el dicho popular: «Éramos ocho y parió la abuela».
- Alex Fergusson es autor de 19 libros, profesor-Investigador de la Universidad Central de Venezuela y asesor en Gerencia de Conflictos y Negociación