Lo que nos espera en Venezuela: ¿Maduro para siempre?
La reciente decisión del Tribunal Supremo de Justicia ratificando la inhabilitación de la candidata María Corina Machado, junto a otras acciones, pone en evidencia la voluntad y la apuesta del Gobierno a que no habrá elecciones libres y transparentes
Hemos venido exponiendo la idea de que la profunda crisis que vive Venezuela, desde hace ya varios años, es el producto de un plan fríamente calculado para liquidar políticamente a la oposición y físicamente a la disidencia, quebrar la economía privada y depauperar a la gente, como modo de permanecer en el poder.
El propósito final del plan sería que todos los aspectos de la vida cotidiana terminen dependiendo del Gobierno, como en Cuba. Es decir, la total sumisión de la población al control oficial, y permanecer en el poder «como sea, por las buenas o por las malas y para siempre».
La reciente decisión del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) ratificando la inhabilitación de la candidata María Corina Machado (MCM), junto a otras acciones, pone en evidencia la voluntad y la apuesta del Gobierno a que no habrá elecciones libres y transparentes.
Pero veamos, no solo se trata de la confirmación de la inhabilitación de MCM sino además de: la persecución política que ya alcanza a 47 líderes y militares, en solo una semana; la habilitación de aquellos candidatos «opositores» que coquetean con el Gobierno; la negativa del Consejo Nacional Electoral (CNE) a abrir el registro electoral, lo cual deja fuera más de cuatro millones de inmigrantes y cerca de dos millones de jóvenes, nuevos votantes, que no podrán ejercer su derecho; la no apertura de centros de votación en el exterior, lo cual impedirá que los inmigrantes ya inscritos en el registro electoral, puedan votar; la negativa a fijar la fecha de las elecciones y la publicación del cronograma correspondiente y la anunciada negativa a la presencia de observadores internacionales.
Todos los eventos ocurridos indican claramente el avance exitoso del plan
Todo eso significa, no solo que el Gobierno, otra vez, ha «pateado la mesa» de la negociación de Barbados e incumplido sus acuerdos, sino que lo ha apostado todo a convertir el proceso electoral venidero en un gigantesco fraude. Hasta hoy, todos los eventos ocurridos indican claramente el avance exitoso del plan.
La corrupción, la instalación de una patología política fundada en el resentimiento y el odio dieron al traste con la posibilidad de construir el «socialismo de Estado» que anunciaban.
Lo que tenemos, es pues, más de lo mismo, pero peor. Anuncio de promesas que nunca se concretan, o medidas efectistas sin ninguna consecuencia, salvo calamidades. Más presos políticos, incluidos militares y civiles sospechosos de quien sabe qué, anuncio de nuevos anuncios de prosperidad, más escasez que se suma a la del agua potable, la electricidad, el gas y la gasolina, el colapso del sistema de salud pública y de la educación, la hiperinflación, y un Bolívar que vale 14 millones menos que hace diez años.
Pero, además, con la actividad productiva agonizado por falta de materias primas, maquinaria, repuestos y otros insumos, o por los precios impagables de lo que se encuentra; una burocracia paralizada, sin recursos, salvo para pagar salarios miserables, una economía corrupta, del rebusque y la sobrevivencia, en su mayor parte en manos informales: grupos militares corruptos, delincuentes organizados y colectivos (grupos paramilitares que gobiernan algunas zonas y comunidades), los revendedores de productos obtenidos ilegalmente y una política de saqueo de los recursos naturales, que alimentan los negocios ilegales que financian al gobierno.
Es decir, la delincuencia y la corrupción haciendo metástasis.
De continuar esta situación, el resultado previsible es la agudización de una crisis que los altos funcionarios del Gobierno continúan negando con un descaro que eriza, aumentando la percepción de que se trata de un perverso, casi patológico, plan de aniquilación radical de cualquier desafío al talante autocrático y dictatorial del Gobierno, es decir, la implantación de un proyecto que incorpora, peligrosamente, el concepto de genocidio.
Que se vayan los que se oponen. Que se enfermen y mueran los que no tengan «Carnet de la Patria» o del «PSUV», o los que no puedan aguantar.
Así que, sabiendo que el Gobierno ha puesto una enorme piedra en el camino para que haya elecciones limpias, solo nos queda aferrarnos con determinación a las orientaciones del liderazgo de María Corina Machado y sus aliados internacionales para enfrentar la vía electoral con probabilidades de éxito, para salir de esta crisis y alejar los nubarrones del plan perverso que marca nuestro presente y amenaza el futuro.
También nos toca confiar en que hay otra Venezuela que se bate todos los días por hacer las cosas bien, por trabajar y pensar con seriedad, gentes que no tienen entre ceja y ceja ponerle la mano a la caja fuerte más cercana. Ese país de la dignidad y la esperanza que vibra en todo el entramado de la sociedad; que está dentro y fuera del Gobierno, en las instituciones y más allá de ellas, en los movimientos sociales y en las prácticas individuales.
De lo contrario, habrá que irse acostumbrando a la idea del éxito definitivo de un Plan Genocida que marcha a paso de vencedores. ¿Maduro para siempre?