La ineficacia de la ONU ante los poderes indómitos
Debemos tratar de restablecer el espíritu del pacto de convivencia que la carta de la ONU contiene, estableciendo límites y restricciones a los poderes indómitos de los Estados soberanos
La barbarie instalada en el mundo (las guerras, las redes criminales, la deriva autoritaria de muchos gobiernos, la violencia social, la esclavitud moderna, el tráfico de personas, la pobreza como desigualdad crónica, y las catástrofes ambientales producidas por el calentamiento global y el cambio climático), ha puesto en evidencia la ineficiencia de las organizaciones internacionales, especialmente la ONU, para enfrentarla, prevenirla o mitigar sus efectos devastadores, y han alimentado la idea de la conveniencia de revisar críticamente, el pacto de convivencia mundial estipulado en la Carta de las Naciones Unidas.
Esto parece ser válido también para otras organizaciones regionales como la Organización de Estados Americanos (OEA), la Unión Africana, la Liga Árabe y muchas otras que existen en el mundo.
Así, los ocho mil millones de personas que habitan el planeta, agrupadas en 193 Estados soberanos (nueve de ellos equipados con un arsenal de armas nucleares capaces de acabar con el planeta unas seis veces), y que desarrollan sus vidas en medio de un anarcocapitalismo voraz, insensible, depredador y codicioso, dotado de un sistema tecno-industrial ecológicamente insostenible, no podrán sobrevivir mucho tiempo sin que se produzcan catástrofes capaces de poner en peligro la habitabilidad del planeta y la supervivencia misma de la humanidad.
Ante esta situación de ceguera e irresponsabilidad de los gobernantes en casi todo el mundo, sigue vigente plantearse la necesidad de despertar frente al hecho de que las declaraciones de principios contenidos en la Carta de la ONU y en la numerosa lista de cartas de derechos que abarrotan las bibliotecas de los organismos internacionales y regionales, no han sido suficientes para garantizar la paz, la igualdad, la fraternidad ni el respeto a los derechos ambientales que tanto anhelamos.
Se trata, pues, de transitar en camino que nos permita restablecer el espíritu del pacto de convivencia que esas cartas contienen, estableciendo límites y restricciones a los poderes indómitos de los Estados soberanos, a la codicia de las corporaciones que controlan el mercado y dotarlo de procedimientos idóneos, eficaces y eficientes para el cumplimiento de su misión.
Límites, restricciones y procedimientos que puedan controlar la voracidad del «capital» que domina al mundo y de sus socios políticos que favorecen con sus decisiones ese control; que acabe con los obscenos privilegio del «derecho a veto» de unos pocos; que acabe con las armas nucleares y regule estrictamente las convencionales (con miras a su prohibición); que instale definitivamente, como práctica cotidiana y transversal, la noción de «bien común mundial» para los recursos naturales, la biodiversidad de especies, ecosistemas y culturas y para los servicios que ellos prestan, que constituyen el soporte de vida para la humanidad y de la integridad planetaria; que tengan como norte el respeto a la dignidad de la vida.
Límites, restricciones y procedimientos que, de verdad, logren el establecimiento de servicios sanitarios, educacionales, de sano entretenimiento, de acceso a la información, no manipulada, y de justicia, proclamados en vano en las «cartas de derechos» y «convenciones»;
Límites, restricciones y procedimientos que instalen un sistema tributario progresivo que ponga fin al bochorno de la acumulación ilimitada de riqueza, con miras a garantizar los recursos para las instituciones internacionales de apoyo humanitario; que permitan la lucha efectiva contra el crimen y la delincuencia organizada en todos sus niveles, desde las pandillas locales, hasta las redes internacionales que operan impunemente; y que tenga capacidad de acción para prevenir la deriva autoritaria o dictatorial de los gobiernos, como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
En fin, transitar el camino que apunta al logro de una «Constitución Planetaria», que se viene planteando desde hace ya varios años, y ante la cual las principales objeciones se apoyan en la percepción de que se trata de un proyecto utópico, cuando en realidad, los obstáculos para su realización se encuentran en la lógica del juego macabro de intereses particulares, locales, nacionales, regionales e internacionales en el que estamos sumidos.
Transitar el camino que apunta al logro de una «Constitución Planetaria»
Pese a ello, el creciente malestar frente al incumplimiento de las promesas de un desarrollo asegurado de antemano, y de la felicidad, ha puesto en cuestión la idea misma de progreso, y nos anuncia el fin de una historia lineal y homogénea.
Así, los problemas políticos, sociales, económicos y ecológicos han saltado la barrera académica para ocupar un puesto importante en la conciencia ciudadana, en las políticas del Estado y en la actividad empresarial.
No obstante, sobreponerse a la lógica de la rentabilidad, del beneficio y del consumo que subordina el interés colectivo por el mejoramiento de la calidad de vida y de la calidad ambiental, al tiempo que obstaculiza cualquier propuesta de cambio, es una tarea que requerirá de cada uno de nosotros un esfuerzo consistente.
Asistimos pues, con esperanza, no solo a un movimiento de las ideas sino a una movilización de procesos sociales, aún incipientes y hasta subterráneos, pero que van configurándose como movimientos políticos importantes, que podrían conducir a logro de un nuevo Pacto de Convivencia para toda la humanidad.