Enrique de Aguinaga López (1923-2022)
Adiós, Don Enrique
Catedrático, periodista y decano de los cronistas de la Villa de Madrid
Enrique de Aguinaga López
Nació en Valverde del Fresno el 2 de octubre de 1923 y falleció en Madrid el 16 de abril de 2022
En el ateneo de los cronistas de la Villa de Madrid, las ausencias dejan un vacío irrellenable. Hace dos meses, el alcalde Martínez Almeida nos citó para hablar del cuarto centenario de la canonización de San Isidro y allí estuvimos casi todos. No faltó Ángel del Río, que esa misma tarde fallecía helándonos el corazón. Aquella mañana, también acudió a la llamada del Ayuntamiento nuestro decano, Enrique de Aguinaga, con su cabeza lúcida y sus vivencias inabarcables. Hoy ha fallecido, a los 99 años, en Madrid. Dónde si no.
Don Enrique, para mí siempre Don Enrique, era el custodio de Madrid. Guardaba en su pluma, en su palabra, en sus papeles, en sus libros y hasta en su mirada, el legado de la ciudad que amaba, a pesar de que era cacereño de nacimiento. Le conocí en la Facultad de Ciencias de la Información como catedrático, donde dejó una sementera de sabiduría y elegancia de la que todavía se nutren muchos profesionales del periodismo curtidos en años.
Luego, tuve la ocasión de reencontrarle cuando la entonces regidora de Madrid, Ana Botella, nos impuso en el Ayuntamiento la medalla de Cronista, dedicación de la que él ya hacía gala desde 1954 por decisión del alcalde José María Finat, Conde de Mayalde. Y desde entonces, no hubo un solo acontecimiento de la ciudad, ni convocatoria de alcalde (Manzano, Gallardón, Botella, Carmena, Almeida…) a la que faltara, con su veteranía por bandera. A pesar de los años, o quizá por ello, su entrega al Cuerpo de Cronistas nunca menguó y su contribución al debate madrileño resultó fecundo e inagotable.
Los amantes de Madrid le disfrutamos en periódicos como Arriba, Ya, Hoja del Lunes, o en emisoras como Radio Nacional de España, y en los últimos años, como director de la revista La Ilustración de Madrid, a la que me invitó a colaborar, lo que me permitió seguir bebiendo en su inacabable fuente de saber sobre Madrid, y gozar de sus sabios consejos. Era fácil recrearse con las anécdotas que contaba sobre todos los alcaldes de Madrid a los que conoció o con la lectura de la docena de libros que nos ha legado, entre ellos Los alcaldes de Isabel II y Periodismo y periodistas en el Madrid de la primera Restauración.
Puede decirse que Don Enrique, al que todavía podía verse hace unas semanas en los estrenos teatrales de Madrid, tuvo dos amores sinceros: Madrid y el Periodismo. El alcalde Almeida le despedía en las redes sociales con el reconocimiento a «una parte de la historia de nuestra ciudad». Ahora, los demás cronistas tendremos que, como dejó dicho Neruda, callarnos con el silencio suyo. Hasta siempre, decano. Hasta siempre, Don Enrique.