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Fray Chus Villarroel (1935-2022)

El predicador de la Gratuidad

Con palabras sencillas y evitando a toda costa grandes filosofías y argumentos de altos vuelos teológicos, Chus predicó a los cuatro vientos en persona primero, luego con sus libros y finalmente gracias a la pandemia que le permitió abrirse al mundo digital a través de las redes, la Gratuidad

Nació en Tejerina, León, en 1935 y ha fallecido en Ávila el 30 de agosto de 2022

Jesús Villarroel Fernández

Sacerdote dominico

Ingresó en el noviciado de los Dominicos de Ocaña. Realizó los estudios de Filosofía en Ávila y de Teología en Alemania y Suiza. Se doctoró en Filosofía en la Universidad de Santo Tomas en Roma. Se ha dedicado largos años al profesorado en los Institutos de Filosofía y Teología de los Dominicos de Madrid y algunos cursos en la Universidad Pontificia de Salamanca.

Trabajó más de treinta años, en la Renovación Carismática Católica, sobre todo en la predicación. Se ocupó de labores pastorales en la parroquia de Nuestra Sra. del Rosario en la calle de Conde de Peñalver (Madrid), donde fue párroco durante diez años, en la parroquia de San Martín de Porres de Móstoles (Madrid) donde fue vicario y en la parroquia de Jesús Obrero en el barrio de San Blas (Madrid).

Ha fallecido Chus Villarroel, dominico nacido en Tejerina (León) hace 87 años que probablemente sea la persona que más profundamente ha impactado en mi vida.

Todavía no conocía a Chus cuando hace media docena de años alguien me prestó un libro de religión y me animó a leerlo asegurándome que me iba a sorprender. Reconozco que acepté el libro más por una cuestión de educación que por cualquier otra razón y desde luego con muy pocas ganas de iniciarme en su lectura. Lo metí en mi mochila de trabajo y al día siguiente camino de Madrid en el Alvia, cuando me disponía a ponerme a trabajar, abrí la mochila y lo primero que vi fue el libro de marras. «Relatos de Gratuidad», Chus Villarroel O.P. El libro era ciertamente poca cosa, lo que añadido al sugerente título de relatos, me animó a echarle un vistazo. No había nada que perder por leer uno de esos relatos. No pude terminar el libro, habíamos llegado a Madrid pero ya no tenía otro pensamiento en mi cabeza que la de retomar su lectura y finalizarla cuanto antes.

Era una locura, una visión nueva del catolicismo, una perspectiva diferente de la relación entre Dios y los hombres, una visión del Espíritu Santo que te llevaba a considerarlo como un gran amigo y aliado cuando minutos antes no era sino un gran desconocido con el que no tenía mayor relación ni interés en ello. Y sí, tengo que reconocer que aquella mañana, aquella lectura de Chus supuso para mí un antes y un después en mi vida.

Aquella religión que durante tantas décadas había intentado vivir a golpe de esfuerzo y sinsabores, que incluso ya comenzaba a resultarme una carga demasiado pesada, se convertía a través de unas pocas páginas en algo maravilloso que merecía la pena ser vivido.

Una revelación de mi relación con Dios desconocida hasta ese momento basada en algo absolutamente novedoso para mí, la Gratuidad. Un concepto que no es fácil de aceptar por nuestra soberbia, pero que Chus decidió entregarse a su predicación en cuerpo y alma. Y encontró en la Renovación Carismática el medio perfecto para ello.

Y así, con palabras sencillas y evitando a toda costa grandes filosofías y argumentos de altos vuelos teológicos, Chus predicó a los cuatro vientos en persona primero, luego con sus libros y finalmente gracias a la pandemia que le permitió abrirse al mundo digital a través de las redes, la Gratuidad. Y no se cansaba de explicar que Jesús había muerto en la Cruz para perdonar todos nuestros pecados y con ello ganar para cada uno de nosotros la vida eterna. Él había muerto en la Cruz para redimirnos, no somos nosotros los que hemos de ganarnos el Cielo, eso ya nos lo ha regalado Dios Hijo con su pasión. El Cielo, la vida eterna, no seríamos capaces de ganarla ni con mil vidas perfectas que intentáramos vivir, porque… ¿qué suponen nuestros méritos ante la grandeza de toda una eternidad en la presencia de Dios? E insistía que lo nuestro no es en ganarnos el Cielo, sino aceptar el regalo del Cielo que Dios nos hacía con su redención.

Pero entonces, si ya no tenemos que esforzarnos por ganar el cielo… ¿Nos entregamos a la buena vida y ya está? Así se lo pregunté en el primero de tantos encuentros que tuve posteriormente a lo largo de los años con Chus. Y su respuesta no pudo ser más clara ni atractiva. Me dijo que el Amor de Dios se parecía al de una madre por sus hijos. Una madre perdona a su hijo cualquier barrabasada que éste pueda hacer, y se la perdona incluso antes de que se produzca dicha barrabasada porque el amor de una madre lleva implícito el perdón en toda situación. Y recuerdo que Chus me espetó… ¿crees de verdad que como te sientes amado y perdonado por tu madre esto te lleva a hacerle daño, a agraviarla, a ofenderla? No, para nada, todo lo contrario, cuanto más amor entrega una madre, más amor recibe de su hijo, como una respuesta natural. Pues si esto ocurre entre una madre y un hijo, ¿cómo será el Amor y la respuesta de amor entre Dios y cada uno de nosotros?

Y finalizó aquella enseñanza con el argumento de que cuando nosotros ofendemos a nuestra madre, nos falta tiempo para volver ante ella y pedirle perdón. No por esperar que nos perdone, que ya sabemos que lo va a hacer, sino para aceptar su perdón. No acudimos a pedirle perdón sino a recibirlo y con el su amor. Pues así hace Dios con nosotros, ya nos ha regalado el Cielo, pero ahora nosotros debemos acudir cada día y mil veces cada día a aceptar ese maravilloso regalo.

Se ha ido un buen amigo y una gran persona, un maestro que Dios nos regaló en la tierra y ahora nos lo regala en el Cielo. Y poco o nada puedo hacer yo para agradecer la oportunidad de haberlo conocido y haber hablado con el de todo lo divino y humano. Quede este breve artículo como muestra de respeto y admiración a quien desde aquel día en el Alvia considero mi maestro.