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Hanneli Goslar, la confidente de Anna Frank

Hanneli Goslar, la confidente de Anna FrankAFP

Hanneli Goslar (1928-2022)

La confidente de Anna Frank

Plasmó sus recuerdos en un libro que fue adaptado al cine

Hanneli Goslar, la confidente de Anna Frank
Nació en Berlín el 12 de noviembre de 1928 y falleció en Jerusalén el 28 de octubre de 2022

Hanna Goslar

Obligada a exiliarse a los Países Bajos a mediados de los años treinta, en Amsterdam entabló una profunda amistad con Anna Frank. Desde 1947, vivió en Israel.

Escribe Anna Frank en su diario, en la entrada correspondiente al 14 de junio de 1942: Hanneli y Sanne eran mis dos mejores amigas. La gente que nos veía juntas siempre decía: «Ahí van Ana, Hanne y Sanne [Susanne Ledermann]».

Hanneli es el mote que utilizaba para referirse a Hannah Goslar, también de confesión judía, con la que entabló una entrañable a amistad en el Ámsterdam de los años treinta, adonde sus familias respectivas, ambas de origen alemán, habían huido de las persecuciones antisemitas instigadas por el nazismo.

El padre de Goslar, Hans, había sido ministro en el último gobierno antes de la llegada de Adolf Hitler a la Cancillería. Supo desde el principio que su compromiso político, sumado a su religión, iba a convertir en inevitable el acoso hacia su persona. También hacia su familia.

De ahí que muy pronto pensase en el exilio. Su primera opción fue el Reino Unido. Sin embargo, la imposibilidad de encontrar en aquel país un empleo que le permitiese no trabajar los sábados –era un judío muy practicante–, le impulsó a trasladarse a los Países Bajos.

Allí, los Goslar y los Frank, que además eran vecinos y cuyas hijas asistían a la misma escuela, creyeron estar a salvo de las garras hitlerianas. Algo de felicidad hubo. Especialmente para las pequeñas: Goslar recordaba haber visto en la fiesta de cumpleaños de su amiga –cumplía trece– un diario de cuadros rojos y blancos que esta utilizaría para anotar sus vivencias.

Esta aparente despreocupación duró hasta 1942, cuando a los Frank no les quedó más remedio que esconderse. Los Goslar, fueron deportados al año siguiente. Primero a Westerbork y después a Bergen-Belsen.

Fue en ese campo de concentración donde las dos amigas se reencontraron a principios de febrero de 1945, pocas semanas antes de que la diarista muriera de tifus. Estaban recluidas en zonas distintas, separadas por una valla alambrada, a la que se acercaban para hablar. «No tengo a nadie», dijo una vez Ana a su amiga, llorando.

Para entonces, los nazis ya habían rapado el oscuro pelo de Ana. «Siempre le gustaba jugar con su él», declaró décadas más Goslar a la Associated Press. «Recuerdo que lo rizaba con los dedos. Debe haberla matado el hecho de perderlo».

Goslar y su hermana, a diferencia de su padre –la madre murió durante un parto– sobrevivieron a Bergen-Belse. En 1947, Goslar emigró a la Palestina mandataria, se casó y tuvo varios hijos. Llevó una vida discreta en Jerusalén hasta que fue requerida para escribir un libro sobre su amistad con Frank. Se tituló Memorias de Ana Frank; reflexiones de una amiga de la infancia y fue adaptado a la gran pantalla.

Goslar estuvo disponible hasta el final de sus días para ofrecer su testimonio, volviendo incluso en varias ocasiones a Ámsterdam, por muy doloroso que fuera.

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