Franco Frattini (1957-2022)
El rostro razonable del berlusconismo
Ministro de Exteriores en dos ocasiones, otorgó credibilidad a Italia en medio de las extravagancias y demás pasos erráticos de Il Cavaliere
Franco Frattini
Presidente del _Consejo de Estado italiano
Abogado del Estado procedente del socialismo de Craxi, fue con Silvio Berlusconi secretario general de la Presidencia del Consejo de ministros, ministro de Administraciones Públicas, dos veces ministro de Asuntos Exteriores y comisario de Justicia de la Unión Europea. Desde enero de este año, presidía el Consejo de Estado.
Nadie ha faltado, de entre los que mandan o han mandado en la política italiana, en la capilla ardiente de Franco Frattini, instalada en el romano Palacio Spada, sede del Consejo de Estado, cuya presidencia ostentó hasta su fallecimiento. Desde miembros del actual Gobierno conservador hasta antiguos comunistas reciclados en moderados de centroizquierda, como el ex presidente del Consejo Massimo D’Alema, todo el arco parlamentario transalpino ha apaciguado temporalmente sus rencillas para rendir homenaje a quien encarnó el sentido común durante los tres periodos de Silvio Berlusconi al frente de la República italiana.
Ni el temperamento de Frattini, ni sus antecedentes ideológicos eran los más propicios para una colaboración estrecha con Il Cavaliere: abogado del Estado de formación, militante del Partido Socialista Italiano -cuya rama juvenil llegó a presidir-, su primera incursión en la alta política se produjo al ser nombrado asesor de Claudio Martelli, delfín de Bettino Craxi y vicepresidente del Consejo de ministros a principios de los noventa. En un ambiente de desmoronamiento político e institucional -ya se barruntaba la Operación Manos Limpias-, Frattini destacó por su buen hacer y su sentido de Estado.
De ahí que Berlusconi se decantase por él para ser secretario general de la Presidencia del Consejo de ministros cuando asumió por primera vez el mando del Ejecutivo italiano. Durante nueve meses más bien caóticos, el alto cargo hizo funcionar la maquinaria gubernamental y su labor fue recompensada con la cartera de Administraciones Públicas en el siguiente Gobierno, encabezado por Lamberto Dini, un equipo de centroizquierda que también incluyó a ciertos berlusconianos; Frattini, entre ellos.
Un Gobierno técnico cuya finalidad principal era evitar escollos hasta los comicios de 1996 en los que Il Cavaliere quiso que Frattini obtuviera su primera acta de diputado. El talante consensual del nuevo parlamentario facilitó, su elección, por unanimidad, como presidente de la Comisión de Secretos Oficiales, pese a la mayoría de centroizquierda. Nada extraño, pues, que Berlusconi le asignara la cartera de Exteriores cuando recuperó el poder en 2001. Desde la Farnesina, Frattini aplicó sin pestañear las directrices diplomáticas de su jefe de filas -empezando por el compromiso de Italia para con Estados Unidos durante la Guerra de Irak- y se forjó una buena reputación en el extranjero.
Tampoco se quejó cuando fue sacrificado por Berlusconi en el altar de los equilibrios internos de la coalición de centroderecha, teniendo que ceder su plaza a Gianfranco Fini. Pero la suerte le sonrió con efecto casi inmediato: su salida coincidió con la fallida candidatura de Rocco Buttiglione a la Comisión Europea. La de Frattini, decidida in extremis, prosperó y pasó cuatro años, sin pena ni gloria, en Bruselas como comisario de Justicia.
En 2008, tras el fiasco del Gobierno de Romano Prodi, volvió a la Farnesina; esta vez, en un ambiente muy distinto, con una Italia duramente azotada por la crisis económica. Incluso se puede decir que la credibilidad personal de Frattini en la escena internacional evitó una caída anticipada del tercer y errático Gobierno Berlusconi, finalmente acaecida en 2011. «Mi mancherá», ha declarado Il Cavaliere, nada más enterarse de la muere de su leal servidor. Pero es Italia la que de verdad le echará en falta.