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Manuel Fernández-Vega

Manuel Fernández-Vega (1932-2023)

Lo importante era el paciente

A todos los trataba de la misma manera y con todos se esforzó para buscar el mejor tratamiento. De esto pueden dar fe, entre otros, el Rey Juan Carlos, José María Aznar, Felipe González, Palomo Linares, César Alierta, Alejandro Sanz, Belén Rueda, Miguel Bosé o su yerno, Emilio Aragón

Nació en Oviedo el 20 de abril de 1932 y falleció en Madrid el 28 de febrero de 2023l

Manuel Fernández-Vega Diego

Médico otorrinolaringólogo

Último de la tercera generación de una dinastía de médicos asturianos, con fama y reconocimiento más allá de nuestras fronteras, Manuel dirigió durante 20 años el servicio de Otorrinolaringología del Hospital Gregorio Marañón

A Manolo, el padre de Aruca, María, Susana, Pilar, Belén, Veroca, Manolo y Nacho Fernández Vega, la vida se le escapó con 90 años. En realidad, habría que decir que dejó que se fuera porque ya había cumplido con ella, con su familia, con sus amigos y con una lista enorme de pacientes que encontraron en su consulta a un otorrinolaringólogo de fino olfato médico y dedicación plena.

Su profesión era una especialidad que disfrutaba con los cinco sentidos y ejercía con la verdad por delante, sin anestesia. El doctor Fernández-Vega no se andaba con miramientos, veía lo que pasaba, realizaba su diagnóstico certero y ofrecía soluciones. Algunas, en ocasiones, un auténtico desafío al tener que meter el bisturí en operaciones de alta complejidad.

Por la consulta de la calle Carbonero y Sol 42, desfilaron personas ilustres y otras no tanto, pero que le necesitaban. A todos los trataba de la misma manera y con todos se esforzó para buscar el mejor tratamiento. De esto pueden dar fe, entre otros, el Rey Juan Carlos, José María Aznar, Felipe González, Palomo Linares, César Alierta, Alejandro Sanz, Belén Rueda, Miguel Bosé o su yerno, Emilio Aragón.

Jefe de servicio del Hospital Gregorio Marañón durante 20 años, el «doctor Vega», como le conocían sus colegas y pacientes , era el último de la tercera generación de una dinastía de médicos asturianos con fama y reconocimiento más allá de nuestras fronteras.

Manuel Fernández-Vega viajaba por el mundo cuando en España subirse a un avión era un acontecimiento. Le convocaban en los congresos internacionales para escucharle y asistía entusiasmado para oír a los demás. Conocía todos los misterios de su profesión, pero siempre quería saber más. Ayudar a los otros fue el lema que siguió con disciplina férrea en su vida. Se exigía todo y hacía lo mismo con los demás. Cuanta más confianza tenía, mayor era la reprimenda por no reaccionar con diligencia inmediata. Lo importante era el paciente y éste, tenía prisa por curarse y él, aún más por devolverle la voz y la salud.

Moscú fue un destino frecuente de Manolo. Aprovechaba esos viajes con su cuñado Manolo Feijóo y Javier Fleta, leales al legado del Circo Price auténtico, el de la Plaza del Rey y pioneros en traer a España los ballets y coros rusos.

El doctor Vega sabía disfrutar cada momento allá donde estuviera. Podía ser en África con una escopeta, -como buen cazador que era-, con la caña en el Cares o en el Nalón o en un partido del Real Madrid, su equipo del alma, ese que, al cumplir 60 años de socio, le entregó la «Insignia de oro y diamante.»

Antes de que el tabaco se convirtiera en un problema Manolo disfrutaba de unos espléndidos habanos y del dominó, los miércoles en la Gran Peña y los sábados, en los almuerzos a la asturiana de LUA. El menú no variaba: fabada y queso Cabrales. El Centro Asturiano de Madrid le concedería su bien más preciado, la Manzana de Oro, esencia de la sidra que escanció y saboreó con especial placer en Ceceda, en la finca de Campuloto y en el restaurante de abajo, en Casa Colo.

La consulta privada la tenía Manolo en la casa de Carbonero y Sol, en la planta baja. Era una forma de estar cerca de los suyos, de Ara, la mujer que siempre le entendió, le quiso y hasta que el cáncer se la arrebató, le hizo feliz. En ese chalet de varias plantas estuvo hasta el 28 de febrero. Allí, resistió el encierro de la pandemia y el aislamiento de Filomena. Coincidiendo con la nevada, pero no por la nieve, se rompió la cadera. Fue el principio de tiempos difíciles, de oxígeno 24 horas y de silla de ruedas.

Como en las memorias de Neruda, el doctor Manuel Fernández-Vega podía decir en sus memorias aquello de: «Confieso que he vivido». Sus ocho hijos, 25 nietos y los tres biznietos (hay un cuarto de Ichi, su ahijada, en camino) lo pueden contar por él. Descanse en paz.