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Fernando Sánchez Dragó, autor de más de cuarenta libros, principalmente ensayos y novelasEFE

Fernando Sánchez Dragó (1936-2023)

Un personaje único

Amigo de sus amigos, a los que cuidaba y protegía, siempre tuvieron un sofá en su programa para hablar de lo que más le agradaba: la literatura. Hablaba de sus propios libros como su gran obra

Nació en Madrid el 2 de octubre de 1936 y ha fallecido en Castilfrío de la Sierra, Soria, el 10 de abril de 2023

Intelectual y polemista

Fue un escritor y periodista español, autor de numerosos ensayos, Premio Nacional de Ensayo en 1979 y Premio Planeta en 1992. Tuvo una evolución ideológica desde el Partido Comunista y la cárcel en tiempos del general Franco a ser un promotor de Vox y de la candidatura de Ramón Tamames a la Presidencia del Gobierno en la moción de censura del mes pasado.

Provocador, culto, irreverente, libre, transgresor, puntilloso, currante… Todo eso y más era el Fernando Sánchez Dragó que he conocido. No dejó a nadie indiferente a su paso. Tampoco lo pretendía. «Que hablen de ti, aunque sea mal» era una frase de la que echaba mano a menudo.

Conocí a Fernando en Telemadrid. Llegó para cubrir el hueco que Germán Yanke había dejado con su repentina y controvertida marcha en la dirección del informativo nocturno «Diario de la noche». En ese momento, llevaba las riendas el subdirector, Armando Huerta y, en la redacción, nos enteramos de su inminente desembarco en la casa por la prensa. Alguien, probablemente él mismo, se ocupó de filtrarlo. Como no podía ser de otro modo, generó la expectación que buscaba. Se presentó regalando sus libros ya descatalogados a los redactores. Se probó camisas, concedió entrevistas y grabó promociones hasta que se cansó y dejó plantados a la realizadora y los cámaras. Y, en el día del estreno, se encargó personalmente de que un fotógrafo de prensa documentara cada uno de sus pasos. Quería titulares, tenía amigos en los periódicos y sabía cómo obtenerlos.

Era un metódico e incansable trabajador. Perfeccionista en la escritura. Más si cabe, en el uso del diccionario. Compartí con él horas de plató y recuerdo más de un tira y afloja en directo a cuenta de algún vocablo. Nos íbamos a casa pasada la una de la madrugada y él contaba que, para poder conciliar el sueño, hacía una hora de bicicleta antes de acostarse. Al día siguiente, antes de las once de la mañana, ya estaba llamando por teléfono para leerme su primer borrador del editorial de esa noche. Era para él lo más importante, la apertura. Y lo estudiaba y pulía con mimo. Tanto como escrutaba después los informes de audiencia.

Por aquellos tiempos, se denominaba a sí mismo periodista. Pero las noticias le importaban bien poco. O, al menos, desdeñaba lo que el resto de la profesión consideraba noticia. No había semana que no provocara un tsunami con sus intenciones. Hasta la Agencia de Salud Alimentaria nos abrió una investigación cuando decidió recomendar a los espectadores que no bebieran leche, porque, a su juicio, era nociva. Su legión de incondicionales, que tomaban nota en la tele y a través de su página web, seguía sus consejos al dedillo.

Fernando quería entrevistar a una gurú de la India que transmitía paz con sus abrazos, a su amigo Jodorovsky, al marqués de Tamarón, al panadero que le regalaba el pan o al boticario que le hacía las recetas. Serían pocas, porque era incondicional de los remedios naturales. Cada tarde, ingería, de un bocado, sin agua, un buen puñado de pastillas, supuestos elixires que le abrían las puertas a la eterna juventud. En más de una ocasión, nos dio un buen susto al atragantarse. Nada que no curara un buen whisky, siempre cortesía de la marca, que degustaba durante la emisión del informativo.

Coqueto, ligón, giraba la vista ante cualquier mujer que se cruzara ante él. Perdimos la cuenta de sus esposas o parejas de hecho. En las reuniones de edición, gustaba de escandalizarnos alabando las bondades del sexo tántrico o contándonos, con profusión de de detalles, historias de sus amoríos. Fueran ciertos o no, que de todo habría.

De sus dos años escasos en Telemadrid, dejó cada día una anécdota. No olvidaré las orejas de burro que se colocó en la cabeza para pedir perdón por no recuerdo qué. En sus relatos, siempre había lugar para su amado Castilfrío, esa casa de pueblo a la que cada fin de semana escapaba. Allí -nos decía- tenía un ataúd en el despacho. Invitó a pasar allí unos días a José Luís Garci y David Gistau, compañeros de tertulias, que dieron fe de ello a su regreso. Hasta que un día se fue, no sin antes meter al gato en el plató. La rutina, la exigencia de un informativo diario, le impedían atender a todos sus intereses, que eran muchos. Y era incansable.

Lector empedernido, tiraba con desprecio a un cesto de mimbre los libros que no le gustaban y se recreaba con los que le agradaban. Amigo de sus amigos, a los que cuidaba y protegía, siempre tuvieron un sofá en su programa para hablar de lo que más le agradaba: la Literatura. Hablaba de sus propios libros como su gran obra y siempre he pensado que la mejor obra de Fernando Sánchez Dragó ha sido él mismo, su personaje. Inimitable.