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Silvio Berlusconi (1936-2023)

'Il Cavaliere' de los dos picaderos

Marcó de modo irreversible la vida italiana en la política y en la empresa mediante la clarividencia, el arrojo y la falta total de escrúpulos éticos y morales

Nació el 29 de septiembre de 1936 en Milán (Italia) donde falleció el 12 de junio de 2023

Silvio Berlusconi

Desatado por la ambición, justificando el medio con cualquier fin, pasó de la promoción inmobiliaria a los medios de comunicación y de éstos a la política, sin olvidar el fútbol, triunfando y desatando polémicas en cada ámbito. Presidió el Gobierno italiano en tres ocasiones: 1994-95, 2001-2006 y 2008-2011.

«Hacía los deberes en un santiamén y a continuación ayudaba a sus compañeros de pupitre a hacer los suyos, pero a cambio pedía caramelos, objetos, aunque prefería billetes de veinte o cincuenta liras. Si no lograban, como mínimo, el aprobado, devolvía lo entregado». Es el testimonio de Giulio Colombo, compañero de Silvio Berlusconi en un internado salesiano de Lombardía a finales de los cuarenta; de él se desprende una peculiar filosofía hecha de seducción, arrojo, compromiso y trampa. Berlusconi resumido en un par de frases recogidas en la biografía que el político y ensayista Paolo Guzzanti dedicó a quien, probablemente, es la personalidad más compleja, fascinante, criticable y ordinaria de la Italia contemporánea. Una trayectoria, la de Il Cavaliere, jalonada en tres picaderos.

El primero es el empresarial. Berlusconi, retoño de la pequeña burguesía milanesa, crooner de cruceros durante algunos veranos para ganar dinero durante su etapa estudiantil, se lanzó al mercado inmobiliario nada más licenciarse en Derecho en Milán. Golpe de genio: el desarrollismo, al igual que a otras grandes urbes europeas, asolaba a la capital lombarda que se agrandaba a golpe de nuevos barrios. En la calle de uno de ellos, la vía Alciati, promovió sus primeras edificaciones, en compañía de un constructor, gracias a un préstamo bancario y con una pequeña ayuda de su padre.

Berlusconi alcanzó un éxito rápido que le permitió adquirir en 1968, ya sin colaboraciones externas, 712.000 metros cuadrados en Segrate, el municipio colindante de Milán que acoge al aeropuerto de Linate. Nuevo golpe de genio. Estos se fueron sucediendo, culminando la influencia inmobiliaria de Berlusconi en la creación de Milano-1 y Milano-2, dos urbanizaciones que disponían de todas las comodidades contemporáneas, menos de una que nadie había imaginado, salvo Berlusconi: un canal televisivo propio.

Quien aún no era apodado Il Cavaliere avistó de nuevo y en 1974, a raíz de una sentencia de la Corte Constitucional, empieza a emitir en Milano-2. En 1978, le toca el turno a Telemilano 58, origen de Canale 5 y cuatro años más tarde compra Italia 1 al editor Edilio Rusconi. Ese mismo 1978 es, asimismo el año en que Berlusconi adhiere a la logia masónica P2.

Este atrevido paso ha de enmarcarse, que no justificarse, en la búsqueda de protecciones, la mayor parte nada recomendables, por parte de un empresario que ya despuntaba fuera de su Milán natal. Despuntar es crearse enemigos y más en la Italia de los «años de plomo», la del terrorismo de extrema izquierda y de la mafia siciliana. En relación con Cosa Nostra, Berlusconi podía haber pedido un incremento de su ya abultada escolta.

Sin embargo, optó por una vía delictiva, al hacer venir de Palermo a un viejo compañero de universidad, Marcello Dell’Utri: éste contrató a un capo, Vittorio Mangano, oficialmente como mozo de cuadra en la villa de Silvio Berlusconi. En realidad, era su protector. Durante unos quince años, hasta 1992, Berlusconi pagó a la mafia 200 millones de liras al año, unos 100.000 euros al cambio actual.

Con la tranquilidad «garantizada», por lo menos en ese flanco, el magnate en ciernes, que se había adentrado en la prensa comprando «Il Giornale» –dirigido por Indro Montanelli– se podía dedicar a su gran objetivo, que era, en sus propias palabras, «retar el monopolio de la Rai». De nuevo resultaba imprescindible seducir al poder político. Nunca se supo el contenido de su entrevista con el entonces gerifalte democristiano Amintore Fanfani.

En cambio, el destino le volvió a sonreír con la llegada a la jefatura del Gobierno italiano del socialista Bettino Craxi, milanés como él, y desprovisto de escrúpulos, también como él. En 1984, un decreto ex profeso legalizó las emisiones de sus canales en toda Italia. Así se expandió el modelo televisivo que, junto a los triunfos balompédicos de su Milán, embaucó a las masas, primero en la península, más adelante en Alemania, Francia y España. En los dos últimos países, el favor político procedió de gobiernos socialistas.

Lo cierto es que esas concesiones no significaron la simpatía automática de la izquierda. En Italia, el duro enfrentamiento de Berlusconi con el empresario progresista Carlo De Benedetti por el control de Mondadori le enemistó para siempre con gran parte de una intelectualidad, ya muy crítica con su modelo televisivo. Al final, Berlusconi se quedó con la mayor parte de los activos de la famosa editorial, si bien el episodio dejó huellas ideológicamente imborrables que afloraron con el desmoronamiento de los equilibrios políticos que rigieron los destinos de Italia entre 1948 y 1993 y cuyo corolario es el segundo picadero de Il Cavaliere: el político.

Berlusconi entendió muy pronto que la desaparición de la Democracia Cristiana (DC) y la amenaza de una izquierda revitalizada en torno a los restos del Partido Comunista y con ganas de limitar su influencia empresarial precisaban de una reacción suya. Hasta la fecha, había sido reacio a meterse directamente en política. Y lo seguía siendo a mediados de 1993. Pero en aquel verano, ante la agudización de las batallas cainitas en el seno de la antigua DC y la victoria de la izquierda en las municipales, dio orden a Dell’Utri de ir creando unos clubes –de nombre Forza Italia– a lo largo y ancho de Italia de cara a una hipotética candidatura suya en las generales del año siguiente.

La experiencia fue satisfactoria y finales de enero de 1994, en un vídeo perfectamente diseñado –destinado al italiano medio– anunció su scesa in piazza, su «bajada a la calle» política. Logró la proeza en apenas unas semanas –aunque las negociaciones habían comenzado antes– de agrupar en una misma coalición a Forza Italia, a los «posfascistas» del Movimiento Social Italiano y a los (entonces) independentistas de la Liga Norte. Los votantes correspondieron y en mayo Il Cavaliere asumió por primera vez la Jefatura del Gobierno. La experiencia fue de corta duración –siete meses– por las constantes embestidas de Umberto Bossi, el senatur de la Liga, que se apoyaba en la implicación de Berlusconi en un caso de corrupción del que saldría absuelto.

El derrocado mandatario podría haber vuelto a sus negocios, pero aguantó seis años en la oposición, periodo que aprovechó para moderar su discurso y recomponer la coalición, reforzada con el pequeño partido democristiano de Pierferdinando Casini. La apuesta resultó ganadora: en junio de 2001 volvía al Palacio Chigi y esta vez para durar la legislatura entera. En septiembre aprovechó la tragedia de las Torres Gemelas para proclamar la «superioridad de la civilización occidental». Era su forma de sacudir a la derecha de sus complejos culturales e intelectuales, que repitió cuando comisario europeo a Rocco Buttiglione. Mas la presión agobiante del lobby gay frustró el nombramiento.

El resto de la legislatura estuvo marcado por varias crisis resueltas con las consiguientes remodelaciones, por su acercamiento a la Libia de Gadafi y a la Rusia de Putin –sin traicionar su compromiso atlantista–, y por el constante pulso que mantenía con una judicatura que le acosaba por delitos de corrupción y societarios a los que respondió con suavizaciones del Código Penal en diecinueve ocasiones.

El desgaste era inevitable, pero Berlusconi solo perdió los comicios de 2006 frente a Romano Prodi por 25.000 votos. Disponía, pues, de base electoral suficiente para regresar y lo hizo sin tener que esperar demasiado, debido a la rápida caída de la coalición de centroizquierda. Sin embargo, el tercer mandato de Berlusconi, entre 2008 y 2011 sobró. En primer lugar, por su incapacidad para sacar a Italia de la crisis y del atolladero financiero. Después, por el deterioro que impulsó, a pasos agigantados, de la vida política italiana con sus escándalos sexuales, que se sumaban a los de otros ámbitos. Il Cavaliere se iba convirtiendo en una caricatura de sí mismo. La farsa duró hasta 2011, cuando los mercados y la Unión Europea forzaron su dimisión. Para siempre.