Miguel Barroso (1953-2024)
Un hombre sagaz
Vivió todo tipo de experiencias profesionales. Desde ser el jefe de prensa del ministro de Educación José María Maravall, a ser secretario de Estado de Comunicación de Zapatero y director de la Casa de América en Madrid. Pero donde su trayectoria resultó más brillante fue en el campo privado
Miguel Barroso Ayats
Periodista y gestor empresarial de la comunicación
Fue un brillante periodista que abandonó la profesión a temprana edad para ejercer la comunicación corporativa y desempeñar cargos directivos en empresas de comunicación. Fue secretario de Estado de Comunicación. Estudió Historia en la Universidad de Barcelona y Derecho en Zaragoza.
La muerte, como la vida, te da de vez en cuando una sorpresa inesperada, que en buena lógica no debería responder a los datos que te otorga tu percepción de la realidad. Es el caso de la noticia inesperada del repentino fallecimiento de Miguel Barroso. Un fulminante infarto de corazón le provocó la muerte. Ni de lejos me podría imaginar algo así la última vez que comimos juntos en La Habana, en el mes de diciembre pasado. Era un hombre lleno de vida, ilusionado con todos sus proyectos. Uno de ellos, allí mismo en la capital cubana, el Claxon, una suerte de hotel-restaurante y club de jazz. En esa comida hablamos de casi todo, incluida la política española. Era un hombre sagaz que encontraba siempre ángulos originales a la actualidad.
Conocí a Miguel en agosto de 1982. Guardo todavía una fotografía de aquel día. Él tenía que entrevistar a Leopoldo Calvo Sotelo, a la sazón presidente del Gobierno, y yo compatibilizaba mi trabajo en La Voz de Galicia con la corresponsalía de El País en La Coruña. Lo he contado ya muchas veces, pero lo voy a recordar. Miguel, gracias a la ya entonces fortaleza de El País, había logrado una entrevista en exclusiva con el presidente del Gobierno, me pidió que lo acompañase además de si le hacía el favor de buscar un fotógrafo. Así lo hice y entonces me ofreció compartir la entrevista con Calvo Sotelo. Nos pondríamos de acuerdo en el día de la publicación. Me pareció de una enorme generosidad e infrecuente entre colegas periodistas. Así fue: El País y La Voz de Galicia sacamos el mismo día de agosto de 1982 la entrevista con el presidente del Gobierno, aunque cada uno lo hizo con su estilo, yo apenas tenía 23 años y gracias a Barroso ya publicaba entrevistas de altura en mi diario.
Desde entonces, Miguel vivió todo tipo de experiencias profesionales. Desde ser el jefe de prensa del ministro de Educación, José María Maravall, a ser secretario de Estado de Comunicación de Zapatero y director de la Casa de América en Madrid. Pero donde su trayectoria resultó más brillante fue en el campo privado, donde actuó como eficaz consultor en materia de comunicación y mantuvo estrechos lazos con multinacionales como FNAC o Young&Rubicam. Estuvo detrás de algunas operaciones mediáticas de enorme calado en nuestro país, la última de ellas, el control de PRISA por parte de Amber capital.
Fue un todo terreno en el mundo de la comunicación, donde se le otorgaba una influencia en la sombra que él solía desmentir. Tanta actividad no le impidió crear y escribir y de hecho fue autor de ensayos y de dos novelas, una de ellas Un asunto de sensible, que abordaba una extraña historia de represión en la Cuba castrista.
Cuba fue su segundo amor. Sus vínculos con el país caribeño venían de lejos y los compatibilizó con todas sus actividades, que fueron muchas. Estuvo casado con Charo Izquierdo, con quien tuvo dos hijas, y con Carmen Chacón, con quien tuvo un niño. En la actualidad estaba felizmente unido a la anestesista cubana Dreydi Monduy, que trabaja en Madrid, pero con quien compartía una preciosa casa en Siboney, en La Habana.
La última vez que comimos juntos, y fue hace apenas unas semanas, estaba lleno de vida, de proyectos y su rostro reflejaba una alegría que evidenciaba que se encontraba en uno de sus momentos vitales de más éxito y disfrute. Era feliz. Por eso la muerte, como la vida, te asalta por el camino con una sorpresa inesperada que solo hace recodarnos la fragilidad de nuestra existencia.