Eugenio Nasarre (1946-2024)
Un político ejemplar
Sus convicciones más profundas estaban en el Evangelio y en Europa, fue siempre hombre de fácil acceso, interesante conversación, disposición caritativa y gran capacidad de trabajo
Eugenio Nasarre Goicoechea
Político y periodista
Tuvo una larga trayectoria política que le llevó a ser el último director general de RTVE con la UCD. Sirvió como secretario general de Educación y Formación Profesional con José María Aznar. fue diputado entre 2000 y 2015. Era un católico profundamente creyente y un europeísta convencido. Fue presidente del Movimiento Europeo en España –al morir seguía siendo vicepresidente– y estaba en posesión del Premio Otto de Habsburgo que le otorgó el Comité Español por la Unión Paneuropea. Era consejero editorial de El Debate.
Fue en 2012 cuando tres buenos amigos se acercaron a la Iglesia de la Concepción, en la madrileña calle de Goya, para asistir a la Misa que iba a celebrar un conocido y respetado miembro y diplomático de la Curia Romana, que había ocupado las nunciaturas apostólicas en la Comunidad Europea, en Zaire, en Cuba y en Inglaterra. Se trataba de monseñor Faustino Sainz Muñoz, que se había visto forzado a adelantar su retiro por razones de salud. Era amigo de los otros tres fieles, que respondían a los nombres de Antonio Vázquez, Eugenio Nasarre y Javier Rupérez. Sería aquella una de las últimas ocasiones en que nuestro común y gran amigo Faustino pudiera oficiar los sagrados ritos. Antonio Vázquez, del que hace pocos días en estas mismas páginas publiqué la dolorida necrológica que su fallecimiento me inspiraba, nos dejó en diciembre del año pasado. Eugenio Nasarre, con el que hace apenas veinticuatro horas compartimos sesión con un ilustre número de juristas, acaba inesperadamente de seguir el luctuoso camino. Y no han transcurrido quince días desde que Eugenio y yo, junto con la hermana de Antonio, Isolina Vázquez, preparábamos el funeral de Antonio que, si Dios quiere y nada lo impide, tendrá lugar el 30 de enero en la iglesia de los padres Jesuitas en la madrileña calle de Serrano. Poco queda ya de aquel inicial cuarteto.
Y también es de recordar el momento en que, en septiembre de 2020, y por iniciativa precisamente de Eugenio, un reducido grupo de amigos constitucionalistas y partidarios de la Monarquía parlamentaria, pusimos en circulación, con una notable repercusión mediática, un manifiesto en defensa de la ejecutoria política y democrática del ya Rey Emérito Juan Carlos I. Allí estábamos, y los sobrevivientes seguimos estando, Soledad Becerril, Beatriz Rodríguez Salmones, Miguel Ángel Cortés, y yo mismo. Ya nos falta Eugenio, que utilizó toda su capacidad comunicativa, para conseguir que aquel texto fuera firmado por tirios y troyanos, sin distinción de orígenes o ideologías. Es allí dónde, entre otras cosas, afirmábamos que «el legado de Juan Carlos I en estos más de cuarenta años de democracia, constituye la etapa histórica más fructífera que ha conocido España en la época contemporánea» añadiendo la convicción, hoy renovada, de que «la Monarquía parlamentaria, así como el conjunto de la Constitución de 1978, han propiciado una España moderna, con un sistema político, económico y social avanzado fraguado en la libertad, en la justicia y en la solidaridad».
Eugenio, como Antonio Vázquez, como yo mismo, procedía de la formación cristiana que habíamos recibido en nuestra adolescencia y que de manera harto natural nos había llevado a las filas de la Democracia Cristiana que en los sesenta y setenta encarnaban gentes tan admirables como Joaquín Ruiz Giménez o Iñigo Cavero. Fue bajo este último donde Eugenio desarrollo la mayor parte de su brillante carrera administrativa, antes de sus labores como diputado de UCD y del PP en las Cortes y después de sus responsabilidades como periodista. La más notable de las cuales fue la que desarrolló como director general de RTVE. Y por supuesto siempre en el recuerdo de lo que para nosotros tres, y para tantos otros, supuso la común experiencia en Cuadernos para el Dialogo. Hace todavía pocas semanas coincidimos Eugenio y yo en la sesión académica que la catedrática de la Universidad de Salamanca, María Paz Pando Ballesteros, había convocado para recordar el sesenta aniversario de la creación de la aguerrida revista. Antonio, participe de la misma aventura, ya no estaba en condiciones para contemplar un desplazamiento.
Eugenio Nasarre, cuyas convicciones más profundas estaban en el Evangelio y en Europa, fue siempre hombre de fácil acceso, interesante conversación, disposición caritativa y gran capacidad de trabajo. Con una gran fortaleza de convocatoria para los próximos y para los que no lo eran tanto. Y con una profunda dedicación por la familia y sus componentes. Hace pocos días, en estas mismas páginas, Eugenio publicó un texto admirable sobre los alcances de la reciente alteración constitucional del artículo 49, poniendo de relieve el sentido de amorosa responsabilidad con la que él, y Maxi, su esposa de toda la vida –hace poco tiempo habían celebrado en Roma, junto con sus hijos, el cincuenta aniversario de su matrimonio– habían enfrentado los dolores sufridos para hacer frente a un caso familiar de discapacidad. Y que bien hubiera debido servir para mejorar el texto definitivo de la reforma.
Eugenio Nasarre es una figura relevante en el retablo de la vida política democrática en la España contemporánea. Y para los que tuvimos la suerte de contar con su proximidad amistosa, un constante apoyo de inspiración trabajo, responsabilidad y meditación. En mi particular escala de sentimientos, es otro fraternal amigo que se me va. Bien que lo siento, aun respetando la voluntad divina. Que Nuestro Padre le tenga ya en su albergue celestial. Y que Él nos ayude a superar el dolor de su ausencia y perpetuar su ejemplo.
Que así sea.