Brian Mulroney (1939-2024)
Ceder constantemente a los separatistas no lleva a ninguna parte
Su debilidad ante el nacionalismo quebequés desembocó en años de tensiones territoriales en todo Canadá
Martin Brian Mulroney
Político
Abogado de éxito, militante conservador, fue elegido líder de su partido en 1983, primer ministro de Canadá al año siguiente, permaneciendo en ambos cargos hasta 1993.
El conservador Brian Mulroney ganó las elecciones federales canadienses en 1984 con dos promesas: acabar el despilfarro de los liberales de Pierre Trudeau –padre de Justin, jefe del Gobierno desde 2015– y poner fin a lo que se percibía ampliamente como favoritismo fiscal hacia Quebec. Al final, no hizo ni lo uno ni lo otro.
La propensión de Trudeau al gasto público y a las transferencias monetarias entre las provincias se mantuvo y se agravó gracias a un acuerdo entre el Gobierno federal de Mulroney y los nacionalistas de Quebec, que exigían ser reconocidos como una «sociedad distinta» dentro de Canadá. Intentó dos veces devolver competencias sustanciales a todas las provincias, para no proyectar la imagen de beneficiar solo a Quebec.
Canadá ya era uno de los países más descentralizados del mundo, en el que las provincias controlaban el derecho de la propiedad, los derechos civiles, la educación, la mayoría de los programas sociales y de asuntos laborales y culturales y prácticamente todos los recursos naturales. Mulroney sugería añadir la inmigración, las telecomunicaciones, la composición del Senado federal y del Tribunal Supremo y, en última instancia, el banco central. Nada menos.
El primero de estos intentos, tramitado en 1987 y conocido como el Acuerdo de Meech Lake fracasó tres años más tarde, cuando los Gobiernos provinciales de Manitoba y Terranova no lo ratificaron a tiempo. Pero la culpa del desaguisado era compartida: las posibilidades de éxito se vieron mermadas mermadas por la decisión del parlamento quebequés de que todos los rótulos exteriores de los comercios debían estar redactados únicamente en francés. Semejante obsesión fue percibida como una discriminación del inglés, idioma hablado por más del 70 % de los canadienses, que financiaban con su bolsillo las ayudas masivas a Quebec. La primera consecuencia fue una pérdida de apoyo a Mulroney en casi todo Canadá.
El fracaso del Acuerdo de Meech Lake también desencadenó un nuevo auge del separatismo quebequés. Incluso partidarios de Mulroney en la Belle-Provionce se pasaron al Bloque Quebequés. Esto condujo a otra ronda de reuniones que culminó en el segundo intento, el Acuerdo de Charlottetown de 1992, que fue sometido a los votantes canadienses en un referéndum celebrado en octubre de 1992, en el que los tres partidos federales tradicionales y los 10 gobiernos provinciales abogaron por el Sí. Pero el 54% de los canadienses votaron No y Mulroney terminó dimitiendo en 1993.
Más afortunado estuvo en la escena internacional: contemporáneo de Ronald Reagan y de Margaret Thatcher -a quienes prestó apoyo en los grandes desafíos de la época-, impulsó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte -que abarcaba también a Méjico-, y abrió las puertas de Canadá a los perseguidos políticos por las dictaduras de América Latina, sin importar la ideología. Durante sus nueve años de mandato, se convirtió en la figura más simpática de las cumbres del G7.
Gracias, principalmente, a una sonrisa cautivadora que también resultó clave en el ascenso meteórico de este quebequés bilingüe y católico: Mulroney, abogado que amasó su fortuna antes de iniciar su carrera política, fue elegido líder del Partido Conservador en 1983, sin siquiera ser diputado, y al año siguiente logró la victoria más amplia de la formación en toda la historia electoral de Canadá. Un capital político que le permitió ser reelegido, pero que fue dilapidando por sus cesiones a los nacionalistas quebequeses y por algún que otro caso de corrupción del que salió absuelto.