Supo hacerse un nombre propio

El destino de Philippe de Gaulle empezó a fraguarse el 19 de junio de 1940, cuando desembarcó en la costa inglesa con su madre y hermanas en búsqueda de un padre que había hecho lo propio dos días antes para lanzar al día siguiente, en las ondas de la BBC, la epopeya que culminaría con la liberación en Francia en 1944. Pero en 1940, recién llegado a Gran Bretaña, era solo un marino en ciernes de 18 años que tuvo que interrumpir de forma abrupta su formación militar.

Por suerte, la pudo proseguir en la Escuela Naval de las Fuerzas Francesas Libres, siendo este periodo la base de una hoja de servicios más que notable a lo largo de la Segunda Guerra Mundial: participó en la defensa de Portsmouth, tomó parte en diversas operaciones navales en el Canal de la Mancha y en el Atlántico. En agosto de 1944 desembarcó en la playa de Utah en Normandía y el 25 del mismo mes recibió la orden de tramitar la rendición de los soldados alemanes que permanecían atrincherados en la sede de la Asamblea Nacional en París. Consiguió su propósito sin un solo disparo. Después, participó en la campaña de Alsacia en una unidad de fusileros marinos.

Philippe de Gaulle cumplía, pues, los requisitos para que le fuese concedida la Orden de la Liberación, con la que su padre distinguía a la élite de la Resistencia, a aquellos –y no eran muchos– que le acompañaron desde el principio. Sin embargo, el general de Gaulle no transigió con el nepotismo. «De todas formas, fuiste mi primer compañero», dijo a su retoño a modo de consolación.

Tampoco el apellido le ayudó en los ascensos –sobre todo cuando su padre fue presidente de la República entre 1959 y 1969– de una brillante carrera naval que culminó en 1962 como Inspector General de la Armada, tras haber asumido anteriormente mandos de abolengo como el de la Flota del Atlántico. Con el pase a la reserva, le incumbió, además de gestionar la finca de La Boisserie –una parte depende de la Fundación Charles de Gaulle, la otra sigue siendo residencia privada de la familia–, ser partícipe de una intensa ola mediática e historiográfica de interés por la figura de su padre.

Aceptó el envite a través de numerosas entrevistas y presencia en actos público, plasmando su contribución en dos libros de entrevistas, convertidos inmediatamente en superventas –se habló de 600.000 ejemplares por tomo–, llevadas a cabo por el periodista Michel Tauriac. En ellas, el almirante desliza algunas anécdotas familiares, como que nunca vio a su padre sin corbata fuera de su dormitorio o que no solía dejarse llevar por las carcajadas; pero también realiza valoraciones de tipo histórico-político carentes en ocasiones del imprescindible rigor.

Por eso, ocho historiadores, entre ellos Henri Giraud, nieto del general homónimo y rival de De Gaulle en la Resistencia, replicaron con un libro colectivo que desencadenó la inevitable polémica. En paralelo, Philippe de Gaulle fue un discreto senador por París entre 1986 y 2004: solo intervenía cuando se debatía el presupuesto de Defensa. Con todo, al igual que otros hijos de gigantes de la Historia como Randolph Churchill o John Eisenhower, llevó la pesada filiación con gran dignidad. Solo hubo un episodio desagradable en 1999 al concurrir su hijo mayor, Charles, el nieto descarriado, a las europeas de ese año en la lista del Frente Nacional y en compañía de Jean-Jacques Susini, un ultra de la Argelia francesa que intentó asesinar a De Gaulle en 1962. 37 años después, varios miembros de su familia se desmarcaron públicamente de la peculiar aventura del nieto.