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Sergio de Castro (1930-2024)

El jefe de los «Chicago boys» de Pinochet

Al frente de los ministerios de Economía y Hacienda, puso en marcha una política neoliberal, inspirada por Milton Friedman, que sentó las bases del «modelo chileno» de crecimiento económico

De ascendencia española y balcánica, nació en Santiago de Chile el 25 de enero de 1930 y falleció el 26 de abril de 2024

Sergio de Castro Spikula

Economista

Economista de formación, se doctoró en la Universidad de Chicago bajo la batuta de Milton Friedman, cuyo corpus doctrinal asumió íntegramente. Fue ministro de Economía desde 1975 y 1977 y de Hacienda desde 1977 hasta 1982.

«El 27 de junio de 1955, Theodore Schultz, presidente del Departamento de Economía de la Universidad de Chicago y futuro Premio Nobel, aterrizó en el antiguo aeropuerto Los Cerrillos de Santiago. Le acompañaban tres colegas suyos que dominaban el español: Earl Hamilton, Arnold Harberger y Simon Rottenberg. El propósito del viaje era negociar un acuerdo entre la Universidad de Chicago y la Pontificia Universidad Católica, destinado a modernizar la enseñanza de la economía en Chile y América Latina. En el aeropuerto, los estudiantes de quinto año de la Universidad Católica (UC) Sergio de Castro y Ernesto Fontaine, que los acompañarían durante las dos semanas que duraría la visita, les dieron la bienvenida».

De este párrafo, sacado del libro de Sebastián Edwards sobre los Chicago Boys, se desprende con nitidez la precocidad del compromiso de Sergio de Castro para con el liberalismo económico en general y la vertiente impartida en Chicago en particular. Porque no solo se limitó a recibir a sus impulsores en Chile, sino que obtuvo su doctorado en Economía en la famosa universidad, donde fue formado por Friedrich Hayek y, sobre todo, Milton Friedman.

De Castro volvió a su país natal con la lección bien aprendida, convirtiendo el Departamento de Economía de la Universidad Católica en la avanzadilla de unas ideas aún muy minoritarias -y no solo en Chile, también en Europa- en los ambientes académicos. Pero con la suficiente fuerza como para generar a mediados de 1962 una sonada polémica con el Gobierno del presidente Jorge Alessandri acerca de la imposibilidad –según De Castro y los suyos– de intentar controlar la inflación fijando el tipo de cambio. Los acontecimientos terminaron por darles la razón, si bien su audiencia y proyección seguían siendo muy limitada.

Ese y otros obstáculos no desanimaron a De Castro, que relanzó su ofensiva doctrinal a través de «El ladrillo», un documento en el que, en compañía de otros economistas, elaboró un programa para sacar a la economía chilena del letargo. Según el centro de recursos digitales Memoria Chilena, «El ladrillo» planteaba «la necesidad de liberar los precios internos, disminuir el volumen del sector público, financiar el sector fiscal y las empresas públicas, fijar un tipo de cambio realista, bajar los aranceles externos, formar un mercado de capitales, realizar un proceso de privatizaciones, modernizar la agricultura, abrir el mercado de tierras e instaurar una política de descentralización comercial, monetaria, fiscal y tributaria que incluía la privatización de la previsión y la seguridad social».

Lo que no imaginaba De Castro es que inesperadas circunstancias le permitirían aplicar el grueso de lo contenido en «El ladrillo» más pronto que tarde, pues los integrantes de la Junta Militar que se hizo con el poder el 11 de septiembre de 1973 designaron a tres días más tarde a De Castro asesor del ministro de Economía, antes de ocupar directamente su puesto en 1975, año en que el PIB chileno había caído un 12 % y la producción industrial un 28 %. Un panorama que no arredró a De Castro: sin que temblase el pulso, sacó adelante un plan de liberalización de precios, bajada de aranceles y privatizaciones masivas que dio sus frutos: en 1979, la tasa de crecimiento anual de economía chilena alcanzó el 8.3 %.

Mas en 1982, surgieron unas desavenencias entre De Castro, que había dejado Economía en 1977 para asumir la cartera de Hacienda, y el general Augusto Pinochet sobre la forma de afrontar el nuevo bache económico: el primero abogaba por seguir la senda reformadora; el segundo prefirió una pausa. Así que, De Castro, coherentemente, presentó su dimisión, dejó la política para siempre y emprendió una nueva carrera, con desigual fortuna, en los negocios.