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La exmiembro del Parlamento Europeo, Marie-Françoise QuintardAFP

Marie-France Garaud (1934-2024)

La versión en miniatura de Fouché y Talleyrand

Pocas veces en la Francia contemporánea una persona habrá intrigado con tanto esmero desde el corazón del poder

Marie-Françoise Quintard

Nació en Poitiers y falleció en Saint-Pompain el 22 de mayo de 2024

Fue una de las personalidades políticas más influyentes de Francia en los setenta, pero tuvo que esperar a 1999 para ser ungida por el sufragio universal. En 1959, se casó con el importante abogado Louis Garaud, padre de sus dos hijos.

Escribe en uno de sus libros Alain Duhamel –a sus 84 años sigue siendo uno de los columnistas políticos más influyentes de Francia– que una noche, hacia las once, le llamó por teléfono Marie –France Garaud–, a la sazón asesora áulica del joven Jacques Chirac para describirle, con todo lujo de detalles, la maniobra que iba a producirse al día siguiente durante la reunión del partido gaullista. En realidad, ocurrió todo lo contrario de lo que había vaticinado Garaud a Duhamel: lo que perseguía la primera era sonsacar al segundo las intenciones de sus adversarios dentro del partido.

Esta anécdota, por muy reveladora que sea sobre las artes que usaba Garaud, es solo un detalle del legado que deja Garaud en una vida política francesa de la que fue una de las personalidades más influyentes entre 1967 y 1979: es decir, el periodo que abarca él último año como primer ministro del general De Gaulle de Georges Pompidou, la totalidad del mandato presidencial de este último –acortado por su muerte en 1974-, la primera estancia de Chirac en el palacio de Matignon -sede del jefe del Gobierno– y sus tres primeros años como joven e indiscutible líder del gaullismo.

Garaud, hija de un procurador de Poitiers y licenciada en Derecho, empezó a frecuentar el corazón del poder al ser designada asesora parlamentaria de su antiguo profesor Jean Foyer, ministro de Cooperación primero, y de Justicia después, así como representante del ala más conservadora del gaullismo. Cuando dejó el Gobierno, la recomendó a Pompidou, que la incorporó a su gabinete técnico en Matignon.

Allí conoció a Pierre Juillet, otro asesor, con el que conformaría un temible dúo una vez que el jefe de filas de ambos alcanzó la presidencia de la República. Pero antes hubo que ayudar a Pompidou a gestionar episodios difíciles. El primero fue el dramático mes de mayo de 1968, durante el cual el peso del Estado recayó sobre los hombros de Pompidou frente a un De Gaulle desbordado por los acontecimientos hasta final de mes. El segundo fue la campaña, infame y obscena, que determinados sectores del gaullismo, ayudados por miembros de los servicios de inteligencia, lanzaron contra la mujer de Pompidou, aprovechando la extraña muerte de un antiguo escolta de Alain Delon. El comportamiento de Garaud y Juillet fue decisivo a la hora de organizar la contraofensiva política y mediática.

Una eficaz prestación de servicios que Pompidou recompensó haciéndoles asesores áulicos en el Elíseo: desde ese cargo, el dúo Garaud-Juillet dirigió sin contemplaciones todas las maniobras políticas de envergadura, algunas admirables, otras rastreras. Sin duda, la más destacable fue el intento de desestabilización del primer ministro Jacques Chaban-Delmas, exponente del gaullismo moderado -con toques progresistas-, cuyas iniciativas torpedearon Garaud y Juillet prácticamente desde el primer día. En 1972, no solo obtuvieron su cabeza, sino que impusieron a Pierre Messmer, de talante radicalmente opuesto a Chaban-Delmas, como nuevo primer ministro.

Muerto Pompidou, el dúo remató el cadáver político de Chaban-Delmas organizando la deserción de 43 diputados gaullistas, que apoyaron al liberal Valéry Giscard d’Estaing. Una maniobra que pergeñaron por cuenta de Chirac, a quien el nuevo presidente nombró primer ministro. De vuelta a Matignon, el ya famoso dúo organizó con éxito el asalto de Chirac a la jefatura del gaullismo. Sobre todo, diseñaron la ruptura con Giscard, iniciada con la dimisión de 1976, y continuada con una radicalización del discurso de quien ya era alcalde de París.

El punto álgido de esta estrategia se produjo a finales de 1978, con motivo del «Llamamiento de Cochin» –del nombre del hospital donde Chirac se recuperaba de un grave accidente automovilístico–, manifiesto violentamente euroescéptico y antigiscardiano cuya consecuencia fue un desastroso resultado en las europeas de 1979. Al día siguiente de los comicios, Bernadette Chirac le dijo a su marido: «O ellos, o yo». Ganó la consorte. Garaud y Juillet dejaron para siempre a Chirac.

Juillet abandonó la política y Garaud, –cuyo rígido rostro, con su tradicional moño y su mirada amenazante, ya empezaba a ser conocido de la opinión pública– destiló su rencor con dos pullas legendarias. «Creí que estaba hecho del mármol con el que se erigen las estatuas y comprobé que estaba hecho de la loza con la que se montan los bidés». La segunda: «Chirac es un caballo precioso: le enseñamos a galopar, y aprendió. Lo mismo cuando le enseñamos a saltar. El problema está cuando se pone a saltar sobre el suelo llano».

Sin embargo, la propia «carrera» electoral de Garaud fue más bien floja: 1,33 % en las presidenciales de 1981 –inevitable para una persona más temida que querida–, teniendo que esperar a 1999, para lograr, con un escaño en la Eurocámara –en la lista euroescéptica de Charles Pasqua– los favores del sufragio universal. Lo que es innegable es su duradera influencia intelectual –su cultura histórico-política era oceánica– en los ambientes refractarios a la integración europea. En 2017, pidió el voto en las dos vueltas para Marine Le Pen.