Juan Miguel Villar Mir (1931-2024)
Fue un algoritmo perfecto
Rara vez le he visto abandonar un proyecto. La palabra «imposible» no estaba en su vocabulario. Llegué a creer que sus oídos estaban entrenados para desecharla automáticamente y no transmitirla a su centro de decisiones en el cerebro
Juan Miguel Villar Mir
Ingeniero y emprendedor
Doctor ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, fue ministro de Hacienda y vicepresidente de Asuntos Económicos del primer Gobierno de la Monarquía. Creó el grupo OHL y se convirtió en uno de los grandes emprendedores del empresariado español. El Rey Juan Carlos se lo reconoció concediéndole el marquesado de Villar Mir.
Una mañana de junio de 1987 la telefonista del despacho me anunció que tenía a Don Juan Miguel Villar Mir al teléfono; a él personalmente, recalcó, no a su secretaria. Esa manifestación de buena educación era una de las características principales de Juan Miguel. Jamás la descuidó, ni en medio de una difícil negociación cuando llegaba al punto en que no era fácil mantener la calma. Me dijo que quería hacerme una consulta profesional. Se trataba nada menos que del ex ministro de Hacienda y vicepresidente del Gobierno para Asuntos Económicos del primer gobierno de la Monarquía; lógicamente, le ofrecí ir a su oficina. Inútil empeño: insistió en venir a mi despacho sin darme otra opción. Esa fue la primera de las muchas veces que tuve el privilegio de trabajar para Juan Miguel. Apareció puntual en mi oficina, nos saludamos, y sin perder un solo segundo en preliminares innecesarios, que tanto gustan en España, abrió una carpeta negra de hule, de las que luego he visto muchas perfectamente ordenadas en la librería de su despacho; de ella sacó un gran pliego de papel blanco cuadriculado doblado por la mitad. Los usaba siempre para anotar cálculos numéricos, sus impresiones y todas las cuestiones relevantes en relación con el asunto de que se tratara; siempre con una caligrafía limpia y clara sin tachaduras ni correcciones. La carpeta negra de hule que abrió sobre la mesa de reuniones de mi despacho llevaba pegada en la cubierta una cinta adhesiva negra con letras blancas en las que se leía el nombre de la compañía de la que íbamos a hablar: «Obrascon». En solo dos meses Juan Miguel diseñó la operación, compró la compañía, negoció un acuerdo con los sindicatos y puso en marcha un plan de reestructuración de la empresa. Obrascón fue el buque insignia de su grupo industrial.
Juan Miguel era un algoritmo perfecto en el que se combinaban la inteligencia, el trabajo, la ilusión por sacar adelante sus proyectos y el valor para asumir los riegos que cualquier negocio conlleva. Se lo vi aplicar muchas veces a lo largo de su exitosa carrera empresarial. Jamás he conocido a nadie en el mundo de los negocios con su precisión en el análisis, su frialdad en la toma de riesgos y su capacidad infinita de trabajo. Era un jugador de póker, pero un jugador de póker de los ganadores por su capacidad en el cálculo de probabilidades de cada jugada y su determinación de seguir hasta ganar. Rara vez le he visto abandonar un proyecto. La palabra «imposible» no estaba en su vocabulario. Llegué a creer que sus oídos estaban entrenados para desecharla automáticamente y no transmitirla a su centro de decisiones en el cerebro.
Considerar la figura de Villar Mir como un ser unidimensional en el mundo de los negocios, sería un gravísimo error. Se apasionaba por todo. Cuando puso en marcha el desarrollo de Mayacobá en México con su magnífico campo de golf, consiguió a base de tenacidad que fuera incluido en el circuito de la PGA. Jugué con el en el partido inaugural teniendo a uno de los mas destacados profesionales americanos en el equipo. Previamente con su reloj de treinta horas al día, se entrenó para quedar bien, y consiguió un resultado más que decente. El profesional se sorprendió cuando Juan Miguel le dijo el poco tiempo que tenía para practicar. El mar le atraía, pero incapaz de ir como simple pasajero en su barco, aprendió a tripular. En una travesía a Ibiza, con el capitán a su lado, superó una tormenta terrible sin que se le moviera un músculo de la cara. Al llegar decidió seguir a otra isla. El capitán se puso a los mandos, yo me eché a dormir agotado por la tensión y Juan Miguel hizo el recorrido en una moto de agua durante toda la travesía.
Su gran pasión era, no obstante, el Real Madrid. Conocía el club con el detalle con el que conocía sus empresas, pero no consiguió ser presidente a su pesar porque el mundo del futbol es algo más complicado que el de los negocios. Se interesó más adelante por el arte y se volvió un razonable experto a la hora de realizar sus inversiones.
En fin son muchas las cosas que se me vienen a la memoria. Pero quiero terminar estas notas con dos imágenes más próximas a la ternura y a la humanidad que las que se supone que caracterizan a un hombre de negocios. Son las que yo veo cuando pienso en Juan Miguel. La primera, en el Bernabéu acompañando a su padre ya muy anciano, ayudándole a quitarse el abrigo, a sentarse, y pendiente de él todo el partido. La segunda, presidiendo unas reuniones periódicas de trabajo: uno de los asistente acababa de tener un grave accidente pero se obstinaba en asistir a las reuniones; al cabo de algún tiempo su cansancio e incapacidad de seguir el tema tratado eran evidentes; entonces Juan Miguel, paraba la reunión, y solo cuando comprobaba que el accidentado se había recuperado, seguía como si nada hubiera pasado.