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Dikie AraozEl Debate

Dickie Araoz (1937-2024)

Jamás se quejó. Jamás se rindió. Jamás buscó dar lástima

De los muchos modelos a imitar que se nos ofrecen en nuestra religión, a Dickie le tocó el más difícil de todos, sin lugar a duda: la historia de un justo que sufre el cruel designio de una desgracia interminable

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Alejandro Fernández de Araoz y Marañón

Nació el 2 de abril de 1937 en Madrid donde ha fallecido el 18 de agosto de 2024

Fue un empresario madrileño de éxito en el sector inmobiliario que vio su vida marcada por la pérdida de un hijo en accidente de esquí y por su propio accidente de moto en el desierto que le fue limitando su movilidad hasta dejarle en una silla de ruedas.

Alejandro Fernández de Araoz y Marañón –Dickie Araoz para la multitud de sus amigos– ha fallecido el pasado 18 de agosto. Había nacido en 1937 en una familia de grandes empresarios castellanos. Era nieto del doctor Marañón, uno de los máximos exponentes de la intelectualidad española del pasado siglo. Alejandro, hombre de gran cultura, se dedicó a la actividad empresarial.

Los obituarios, de los grandes hombres de empresa, suelen tener -y es comprensible- un gran parecido entre sí: giran en torno a las actividades empresariales que el biografiado ha realizado; las virtudes personales del fallecido se dan habitualmente por demostradas en razón al éxito alcanzado en el desarrollo de tales actividades y se vinculan a ellas. Se ensalzan, por tanto, lo que podríamos denominar virtudes «de hacer», que se distinguen de las pasivas de «no hacer», de la misma forma que las obligaciones de hacer y de no hacer se diferencian en nuestro viejo Código Civil. A las virtudes de hacer se les otorga preeminencia, como si solo la acción, el producir cosas tangibles, tuviera valor en la vida y en la conducta de las personas. Es una suerte de positivismo ético que se pretende fundamentar en la declaración evangélica de que «por sus frutos los conoceréis», cuando lo cierto es que la cúspide de nuestra fe radica en la pasividad de la pasión aceptada con resignación, que es un fruto de la entereza.

Casado con Isabel Gómez- Acebo en 1961, Dickie fue padre de seis hijos y con sus nietos formaban una feliz familia. De los muchos modelos a imitar que se nos ofrecen en nuestra religión, a Dickie le tocó el más difícil de todos, sin lugar a duda. Está descrito en el libro de Job, situado entre el de los Proverbios y el de los Cantares: la historia de un justo que sufre el cruel designio de una desgracia interminable. Es una historia que sigue sin encontrar una respuesta clarificadora después de más de dos mil quinientos años. Dickie sufrió la trágica muerte, en accidente de esquí, de uno de sus seis hijos. Le siguió su propio accidente de moto en el desierto, con una grave lesión que le obligó a dejar el deporte -era un magnífico golfista- y que fue degenerando hasta obligarle al uso de una silla de ruedas. Contrajo el COVID. Se fue debilitando pero no dejó nunca de hacer sus ejercicios de recuperación con una constancia admirable. Poco a poco sus movimientos se hicieron más difíciles. Desde su silla de ruedas continuó siendo un estupendo conversador interesado en todos los temas; sus opiniones eran siempre certeras. Yo he tenido la suerte de disfrutarle en una tertulia mensual de buenos amigos a la que nunca dejó de asistir. Una última enfermedad la ha producido la muerte.

Jamás se quejó. Jamás se rindió. Jamás buscó dar lástima. Pemán escribió en sus últimos años un bellísimo poema, «Resignación», que termina con dos versos que son muestra de entereza, no de mera pasividad ante el infortunio; dicen así: «Bendita sea Señor/la mano con que me hieres» Esa es la admirable reacción de Job. Para todos los que tuvimos el privilegio de conocerle Dickie será siempre un modelo de resignación no pasiva, sino activa, llevada con la altivez que, con justicia, pueden mostrar, los que de forma callada se enfrentan a la adversidad y la superan una y otra vez. Solamente ellos.

Daniel García- Pita Pemán

22 de agosto de 2024

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