Fundado en 1910

Santiago Rey Fernández-Latorre, presidente de 'La Voz de Galicia'EFE

Santiago Rey (1938-2024)

Vocación de editor

El propietario de La Voz de Galicia logro convertir al periódico en el primero de la región mediante una política de ediciones y un temprano aperturismo político

Nació el 31 de agosto de 1938 en La Coruña y ha muerto el 28 de agosto de 2024 en A Coruña

Santiago Rey Fernández-Latorre

Editor

Era uno de los últimos editores de prensa de la vieja usanza. Presidía La Voz de Galicia desde 1988, periódico del que adquirió la totalidad de la propiedad a sus familiares. Se enfrentó con sus propios hijos por la gestión de la empresa y los apartó de la misma.

Santiago Rey Fernández-Latorre ha muerto a los 85 años en La Coruña, donde había nacido también, al pie de las emblemáticas galerías de La Marina. Según su testimonio vino al mundo «encima de la rotativa» de las primeras instalaciones de La Voz de Galicia. A ese periódico, fundando en 1882 por su abuelo Juan Fernández Latorre, dedicó toda su vida y esfuerzos, hasta lograr convertirse en propietario único y editor tras adquirir las acciones de sus familiares.

Rey y sus sucesivos colaboradores lograron convertir lo que era un pequeño periódico local en el diario más leído de Galicia. Hoy, cuando vivimos ya el ocaso de la prensa impresa, es el cuarto periódico en ventas de ejemplares en España.

Nada indicaba a priori que Santiago Rey, que había estudiado Derecho a trancas y barrancas, acabaría siendo el hombre fuerte y al final propietario único de La Voz. Pero lo logró, por su vocación, su tenacidad y por la desgracia de la muerte de su hermano Emilio, al que sucedió en la presidencia de la compañía en 1988.

Santiago Rey se convirtió en gerente de La Voz en 1963 y en consejero delegado poco después. En esos años, cuando la propiedad de La Voz todavía estaba compartida entre varios familiares, el periódico toma una importante decisión: apostar de manera temprana por la apertura democrática, línea en la que jugó también un decisivo papel el periodista Francisco Pillado, nombrado director del periódico en 1968 y que estuvo al frente hasta 1977, años claves de la Transición. La Voz cobró ventaja sobre sus competidores locales al acertar a ver antes que ellos que los tiempos estaban cambiando.

El segundo aspecto que contribuyó al despegue de La Voz fue su política de ediciones locales, que llegó a cubrir cada comarca importante de Galicia. Por último, se modernizó el modo de ofrecer la información dentro del propio diario, con nuevas ideas aportadas por el subdirector Armando Fernández-Xesta.

En los años 90, La Voz, ya hegemónica en Galicia, decide seguir la línea de otras compañías editoras regionales para intentar una expansión nacional. Santiago Rey opta por echarse a un lado y deja entonces la compañía en manos de su hijo Emilio para que pilote ese paso hacia adelante, con su otro vástago, Santiago, como simbólico vicepresidente. En 1998, La Voz se hace con el periódico nacional Diario 16. Adquiere también Diario de León e intenta crear una cadena de radio estatal con Radio Voz.

La aventura no acaba de funcionar, probablemente por falta de un fuelle financiero a la altura de las ambiciones. Así que en 2001, Santiago Rey retorna a la primera línea y aparta a sus hijos Emilio y Santiago, frutos del primero de sus tres matrimonios. Ambos recibirán a cambio una importante compensación económica. Se había abierto el cisma que nubló los últimos lustros del veterano editor: la ruptura con su propia familia. Las rencillas se fueron enconando y no se llegó a producir una reconciliación, probablemente deseada en su fuero interno por ambas partes. Los planes del editor en sus últimos años pasaban porque la fundación que lleva su nombre se hiciese cargo de la empresa a su muerte, y todo indica que así será.

Santiago Rey, a su modo barroco y a veces incluso contradictorio, comprendía perfectamente la esencia del periodismo. «Somos la conciencia crítica del poder, de todo poder», nos repetía una y otra vez a los que tuvimos la oportunidad de trabajar con él, con su voz campanuda, mirándonos fijamente con su mirada glauca de ojos un poco saltones y siempre vestido con la mejor elegancia a la inglesa.

Los que le escuchábamos sabíamos bien que en la práctica tan honorable proclama tenía sus límites, debido al peso en la cuenta de resultados de los convenios con la Xunta y con el poder financiero local. Pero no dejaba de resultar reconfortante escucharlo y en algunos momentos complicados su respaldo a la independencia de sus periodistas fue muy cierto. Aunque se da la paradoja de que el mayor éxito periodístico de La Voz en los últimos tiempos, la cobertura del siniestro del Prestige, en noviembre de 2002, se llevó a cabo en unos días en que el editor se encontraba de asueto lejos de España.

Cuando volvió al puesto de mando en 2001, Rey resumió así qué es un periódico: «Me sobra todo menos la redacción». Y lo creía a carta cabal, aunque luego en la práctica concedía gran importancia a otros departamentos. Fue un periodista vocacional, que en su regreso se convirtió incluso en articulista ocasional, con unas tribunas tonantes por las que pasamos muchas plumas de alquiler.

Santiago Rey logró convertir su periódico en una empresa ejemplar en Galicia, como reflejaba ya de entrada la modernidad y limpieza de sus instalaciones. Por su expreso deseo, la rotativa de La Voz presentaba un grado de higiene casi más propio de un laboratorio que de un taller de impresión al uso, siempre tiznados de grasa.

Llamado «el patrón» por muchos de sus empleados, fue un empresario de la antigua escuela, paternalista y con buenas condiciones laborales para su plantilla, todavía hoy de casi 700 empleados. A cambio demandaba también una lealtad de vieja usanza, casi feudal, que llevaba a algunos de sus ejecutivos a gestos de adulación que rondaban la hipérbole cómica.

Rey era un gran aficionado al golf y un comensal leal siempre a los mismos restaurantes. Vivía como un patricio de antaño en un pequeño pazo en las afueras de La Coruña y leía la prensa con fruición, extrayendo unas conclusiones unas veces sagaces y otras extravagantes. Las cuatro palabras de su vida eran «editor», «Galicia» y «La Voz». Se consideraba el último de su oficio, se esforzaba en defender desde sus páginas los intereses y demandas de Galicia y el periódico se había vuelto una realidad indistinguible de su propia vida («La Voz soy yo», podría decir parafraseando la famosa frase de Flaubert sobre Madame Bovary).

Ideológicamente era conservador. Pero al tiempo entendía que un periódico regional tiene que dar cabida a todas las sensibilidades, así que dejaba hacer -hasta cierto punto- a redacciones que a veces de manera paradójica estaban bastante alejadas de sus propias ideas. Durante toda su vida defendió también el galleguismo cultural, siempre planteado desde una absoluta lealtad a España, por cuya unidad e instituciones batalló con fuerza en estos últimos años convulsos.

A veces, en los veranos, Santiago Rey, tal vez aburrido en su pazo, se acercaba por la redacción, se sentaba en tu despacho, se servía un escocés y te sondeaba. Eran charlas intensas. En una de ellas me preguntó: «¿Tú cómo me ves?». En una casa donde la lisonja era la moneda común, la pregunta resultaba difícil si no querías arrastrarte al halago facilón. Como en la mesa había un folio en blanco, cogí un boli y pinté un borrón de líneas, otro detrás, luego otro más… Y le dije: «Lo veo así. A veces todo parece en usted un poco confuso. Pero luego, ante el dibujo completo, ves que al final se ha trazado una línea recta». Se quedó unos angustiosos segundos mirándome perplejo con aquellos ojos saltones, hasta que prorrumpió en una risa de aprobación. Había pasado el examen. Pero igualmente podía haber suspendido. «Santiago te da el primer día un carnet de puntos y luego, sin que sepas muy bien por qué, un día te los empieza a retirar hasta que te acabas quedando sin ninguno», solía bromear un directivo ya caído.

Personaje multi condecorado, que recibió de manos de Felipe VI la Gran Cruz de Isabel la Católica, sin duda será recordado siempre por quienes lo conocieron por su fuerte personalidad, que rondaba lo peculiar, su vocación real e intensa por el periodismo y su firme deseo de servir a Galicia y España. Un editor que rompió incluso con su familia por su gran aventura, su periódico.

El penúltimo representante de los barones clásicos de la prensa regional española se ha ido tras una corta enfermedad y una intervención quirúrgica que se complicó.