Víctor de la Serna (1947-2024)
Lo fue todo en el periodismo
Desempeñó tantos cargos que hasta tenía dos seudónimos, sin olvidar, claro está, su identidad auténtica
Víctor de la Serna Arenillas
Periodista
Periodista de raza, además de formar parte de las redacciones de Informaciones, El País, Diario 16 y El Mundo, prestó sus servicios en la Asociación de Editores de Diarios Españoles
Nacer en el seno de un ilustre linaje periodístico conlleva sus ventajas; también sus deberes, siendo el primero de ellos, cuando se ejerce la profesión, perpetuarlo. Un deber con el que Víctor de la Serna Arenillas ha cumplido plenamente. Por parte paterna, era hijo y nieto de periodistas: su abuelo y homónimo, hijo de Concha Espina, estrechamente vinculado al sector más radical del franquismo –sobre todo en sus primeros años–, llegó a ser, entre otras funciones desempeñadas, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid.
Su padre, también homónimo suyo, fue agregado de Información en las embajadas españolas en Suiza y ante Naciones Unidas. En ambos destinos, según recuerda el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, se dedicó a «normalizar en lo posible las relaciones con el exilio republicano y devolver sus pasaportes españoles a quienes los deseasen», antes de volver a España para convertir Informaciones en un oasis de tolerancia y visión de futuro durante el tardofranquismo.
Unos antecedentes que contribuyeron a forjar la personalidad de su hijo. Empezando por su condición de políglota, tan útil cuando hubo que potenciar las relaciones internacionales del diario El Mundo, y siguiendo por la huella indeleble que en él dejó Estados Unidos en general –fue el primer español en licenciarse por la Universidad de Columbia– y Nueva York en particular: jazz, baloncesto y, sobre todo, el dejarse impregnar por los rasgos del periodismo norteamericano en plenas revelaciones sobre el Watergate. Esto último facilitó que coincidiera en inclinaciones con Pedro J. Ramírez en El Mundo.
Pero antes De la Serna prestó sus servicios en Informaciones, para el que cubrió los Juegos Olímpicos de Invierno de 1968 y del que fue redactor jefe, en El País, en Diario 16 –durante el año que precedió la destitución de Ramírez como director– y de forma esporádica en otras publicaciones. En El Mundo –figuró entre sus fundadores y es de lo pocos que ha trabajado en las tres sedes del diario–, De la Serna, además de ser adjunto al director y voz influyente de la sección de Opinión, dio rienda suelta a sus pasiones, el baloncesto y la crítica gastronómica. Y con dos seudónimos distintos.
Con el de Vicente Salaner, sus crónicas, ya fueran sobre partidos o sobre la actualidad de los clubes, sobre el deporte en el que hay que encestar la pelota, retumbaban no solo entre los aficionados, sino también en las instancias dirigentes. Como Fernando Point, sus reseñas de restaurantes o sus juicios sobre determinados caldos –él mismo tuvo viñedos– le granjearon tanta admiración incondicional como enemistades duraderas. Había heredado, en materia gastronómica, el rigor de su madre, la crítica Nines Arenillas. Obtuvo tres premios nacionales de gastronomía y era miembro de la Real Academia de Gastronomía. De casta le venía al galgo.