Antonio Romero (1955-2024)
Grandeza y miseria de Izquierda Unida
Capaz de la mejor oratoria parlamentaria y del peor matonismo sindical
Antonio Romero Ruiz
Sindicalista
Jornalero que empezó a trabajar siendo adolescente, ingresó en el Partido Comunista de España y más adelante en Comisiones Obreras. En ambas organizaciones escaló rápidamente los peldaños. Fue parlamentario autonómico andaluz, senador y diputado
Antonio Romero fue uno de los principales protagonistas de aquella Izquierda Unida que, a mediados de la década de los noventa, y encabezada por Julio Anguita, alcanzó su máxima influencia política a nivel nacional. La coalición supo captar el descontento de una porción importante de los votantes de izquierdas para con un «felipismo» desgastado por varios escándalos de corrupción. Ese paradigma desembocó, curiosamente, en una coincidencia de objetivo entre Izquierda Unida y el Partido Popular: sacar al PSOE del poder. Los socialistas tildaron esa colaboración implícita de «pinza».
Sea como fuere, Romero se sentía muy a gusto en aquel escenario: en el reparto de papeles establecido por Anguita, le incumbió la portavocía de Defensa, Justicia e Interior en el Congreso de los Diputados, atalaya que utilizó para atizar al PSOE de forma inmisericorde, ya fuera sobre los GAL, Filesa, el uso delictivo de los fondos reservados o las andanzas de Luis Roldán. Sus duros enfrentamientos en sede parlamentaria con el entonces «biministro» Juan Alberto Belloch permanecen en la retina de muchos observadores políticos.
Una etapa a la que el dinámico parlamentario puso fin en la primavera de 1995 para presentarse a la alcaldía de Málaga. Sin embargo, el PSOE aprovechó la ocasión para cobrarse su venganza, facilitando la elección de la popular Celia Villalobos. La «pinza», esta vez, se volvió en contra de Romero. El episodio también supuso el inicio del declive de su carrera política: pasó sin pena ni gloria por el liderazgo andaluz de Izquierda Unida –fue derrotado por Manuel Chaves en los comicios del 2000–, si bien conservó su escaño en el Parlamento andaluz hasta 2008.
Un intolerable incidente que protagonizó durante la huelga general de 2002 le devolvió fugazmente al protagonismo mediático: Romero, a la cabeza de un piquete informativo, intentó amedrentar, en la más pura tradición del matonismo sindical, al propietario de un bar que no secundaba la convocatoria. El todavía político irrumpió en el establecimiento profiriendo exabruptos como «fascista, hijo de puta y cabrón» y amenazando –«aquí se cierra por cojones»–, expresiones que combinó con agresiones físicas. Al final, fue condenado por siete faltas de lesiones, injurias y coacciones.
Más tranquila resultó la última etapa de su vida, dedicada al cuidado de sus galgos, raza canina de la que era experto, y a la escritura. Pero sin matizar su pensamiento: uno se de sus últimos ensayos, prolongado por Alberto Garzón, se titulaba La alegría que viene. Por la apertura de un nuevo Proceso Constituyente en España.