Manuel Beunza (1966-2024)
Sacerdote fiel y alegre
Biólogo por la Universidad del País Vasco, llevaba quince años como capellán del colegio Arabell de Lérida
Manuel Beunza Nuín
Sacerdote
Son muchos los testimonios de personas que han manifestado el modo en que don Manuel les ayudaba, y sorprende comprobar cómo su presencia casi imperceptible, estaba atenta a la más pequeña necesidad.
El sacerdote Manuel Beunza Nuín nació en Ciudad de México el 3 de mayo de 1966 y falleció en Lérida el 24 de noviembre de 2024, ciudad donde desarrollaba su labor pastoral como sacerdote del Opus Dei. Biólogo por la Universidad del País Vasco, llevaba quince años como capellán del colegio Arabell de Lérida.
Siempre mostró una autenticidad excepcional, basada en un profundo afecto por cada persona que tenía delante, independientemente de sus circunstancias o afinidad con la fe. Esa cualidad hacía que generara relaciones significativas, ya que no interactuaba desde una actitud teatral o forzada, sino desde un genuino corazón sacerdotal, que miraba a todos sin juzgar. Amando, esperando, acertando.
Apasionado montañero y sumamente discreto, poseía una capacidad extraordinaria para ver más allá y acompañar a las personas en el camino de la vida. Había hecho aquella maravillosa síntesis donde lo humano y lo sobrenatural campean juntos, donde la lógica y los tiempos de Dios se imponen y superan los esquemas cartesianos y fragmentarios de la vida.
Son muchos los testimonios de personas que han manifestado el modo en que don Manuel les ayudaba, y sorprende comprobar cómo su presencia casi imperceptible, estaba atenta a la más pequeña necesidad. Se hacía el encontradizo con una palabra a tiempo, un «encomiendo» desde el umbral de la puerta, o un correo electrónico en el que se entreveía su disponibilidad.
En su carta a la familia, el prelado del Opus Dei Fernando Ocáriz señalaba «su alegría y serenidad, su cariño por todos, y su sacrificio y disponibilidad para atender labores donde fuera necesario, desde Venezuela hasta el valle de Arán». Y sugería: «Podemos pensar en tantas almas que se habrán beneficiado de su empeño por buscar a Cristo en el ejercicio de su ministerio sacerdotal».
Resulta curioso, como ahora, unos y otros, al cruzarnos por los pasillos, sentimos la necesidad de compartir cómo fue nuestro encuentro con él, el modo en qué nos dejó huella. De una forma extraordinaria, su partida ha hecho que todos en el colegio nos sintiéramos uno, como aquella familia que pierde un miembro muy querido, y que en la pérdida, experimenta una nueva forma de vínculo.
Se cumple en la vida de Don Manuel aquella imagen evangélica en la que el fruto crece al morir la semilla. A su paso, los frutos aparecen frondosos y bellos. ¡Llenos de vida! ¡Espléndidos!
Son muchos los testimonios que su vida ha generado. El alcalde Félix Larrosa escribió que «dedicó su vida al servicio de los demás. Mi condolencia al colegio Arabell, donde me consta que fue una persona muy querida y un guía ejemplar para muchos padres y alumnos, así como en el club Raier, donde encontró otra familia». Los testimonios se multiplican, entre los alumnos y las familias, entre los asistentes al funeral.
Para todos nosotros, su pérdida ha sido inmensa, pero desde la fe sabemos que ahora goza del premio que merece, y que debe ser muy grande. Don Manuel nos precede y nos espera. Deja una huella muy profunda en nosotros, así como un legado que esperamos saber hacer fructificar.
- Núria López Cervera es directora Institució Lleida Arabell y Terraferma