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El marqués de Comillas, Alfonso Güell y Martos

El marqués de Comillas (1933-2024)

Un ejemplo de lealtad a la Corona y a España

De su tradición familiar heredó el IV marqués de Comillas un espíritu de gran señor, caracterizado a la vez por la generosidad y la sencillez e imbuido, sobre todo, por la idea de servicio a España y a la Corona, por encima de cualquier coyuntura política y ambición personal

El domingo murió en Madrid Alfonso Güell y Martos, IV marqués de Comillas, a los noventa y un años. Con su muerte desaparece uno de los últimos y más importantes representantes del grupo de personalidades que, durante los años 1960 y 1970, apoyó la restauración de la Monarquía, procurando que la cuestión se resolviera en vida del Generalísimo Franco, con arreglo a la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947, y aceptando, en consecuencia, la designación en 1969, como sucesor, a título de Rey, del entonces Príncipe Don Juan Carlos.

Nació el 22 de enero de 1933 en Madrid donde ha fallecido el 22 de diciembre de 2024

Alfonso Güell y Martos

Defensor de un legado

Continuó el legado de sus mayores, defendiendo la restauración de la Monarquía por la que lucho su padre, el conde de Ruiseñada, prematuramente fallecido en 1958 y a la que tanto habían aportado sus los marqueses de Comillas. Y en los últimos años tuvo que reivindicar la denostada figura de los dos primeros marqueses, don Antonio y don Claudio López. Renunció a favor de la Santa Sede de sus derechos como patrono a la reversión del conjunto monumental del antiguo Seminario de Comillas, cuando la Universidad Pontificia de Comillas se trasladó a Madrid.

Alfonso Güell y Martos continuaba así la labor de su padre, Juan Claudio Güell y Churruca, conde de Ruiseñada, quien tras la Guerra Civil fue uno de los principales dirigentes del grupo monárquico que sostuvo que la restauración de la Corona solamente podía hacerse contando con la anuencia del entonces Jefe del Estado. Este proceso ha sido largamente descrito y analizado por los historiadores, aunque a veces se olvida el papel que personalidades como el conde de Ruiseñada, y luego su hijo el marqués de Comillas, entre otros, tuvieron en lo que Laureano López Rodó – otro de los principales protagonistas de ese proceso, junto con el almirante Luis Carrero Blanco, en el Gobierno de la época – llamó «La larga marcha hacia la Monarquía» en su conocido libro publicado en 1977.

No resta importancia a este proceso que la sucesión monárquica establecida entonces, apartándose de las previsiones de las Leyes Fundamentales del régimen de Franco mediante el procedimiento de reforma de estas mismas normas, diera después lugar a la transformación del Estado en el régimen constitucional establecido en 1978, tras la transición democrática promovida por el Rey Don Juan Carlos I desde 1976.

La figura y la actuación del nuevo Monarca concitó un gran acuerdo nacional, basado sin duda en la modernización y transformación social y económica de la sociedad española en la etapa final del régimen de Franco. La política impulsada por el Rey a partir de julio de 1976, a través de los reformistas del régimen de Franco, encabezados por Torcuato Fernández-Miranda y Adolfo Suárez, consiguió el apoyo de la mayoría de los españoles en el referéndum de la Ley para la Reforma Política en diciembre de 1976. A ello siguió el acuerdo con las fuerzas de la oposición para la convocatoria de las primeras elecciones generales democráticas en junio de 1977. Y en este contexto, la renuncia de Don Juan de Borbón a sus derechos dinásticos, en mayo de ese mismo año, reforzó precisamente la legitimación de la Monarquía como régimen político. Y ello era, en definitiva, lo pretendido esencialmente por quienes, como el marqués de Comillas y su padre, habían apoyado que Franco determinara quién debía sucederle como Rey.

A lo largo de su dilatada vida, Alfonso Güell y Martos hizo honor a su estirpe, una de las más ilustres de la España contemporánea. En él confluían, por línea paterna, la herencia de la benemérita familia Güell, decisiva para la comprensión de la Cataluña actual, desde la Renaixença, el modernismo y el novecentismo, y la de los dos primeros marqueses de Comillas, Don Antonio y Don Claudio López, sin la que no se entiende la sociedad y la economía españolas en la Restauración canovista, ni tampoco la implantación de la doctrina social de la Iglesia ni la renovación del catolicismo español a través de la creación de la Universidad Pontificia de Comillas. Por vía materna, era también descendiente de figuras destacadas de nuestro siglo XIX, como su bisabuelo, el gran coleccionista y bibliófilo Don Francisco de Zabálburu, cuya única hija, Carmen, casó con el IV conde de Heredia-Spínola, cuyos antecesores habían pertenecido a la élite política del moderantismo liberal.

De esa tradición familiar heredó el IV marqués de Comillas un espíritu de gran señor, caracterizado a la vez por la generosidad y la sencillez e imbuido, sobre todo, por la idea de servicio a España y a la Corona, por encima de cualquier coyuntura política y ambición personal. A ese espíritu unía un profundo sentido religioso de la existencia, expresado en actos de gran desprendimiento, como la renuncia a favor de la Santa Sede de sus derechos como patrono a la reversión del conjunto monumental del antiguo Seminario de Comillas, cuando la Universidad Pontificia de Comillas se trasladó a Madrid, o la donación al Gobierno de Cantabria de la Capilla Panteón de los Marqueses de Comillas, que ha garantizado su conservación como obra significativa de algunos de los mejores artistas del modernismo catalán dentro del conjunto histórico de la villa de Comillas.

Preocupado siempre por el mantenimiento de la unidad española y de nuestra historia común, su última actuación en este campo fue defender la memoria de sus antecesores Antonio y Claudio López, promoviendo el conocimiento y la difusión de su legado cultural, social y empresarial, tanto en Cataluña como en el resto de España, a través de nuevos estudios e investigaciones, que darán fruto en los próximos años.

En reconocimiento de sus méritos le fue otorgada la Gran Cruz del Mérito Naval por el Gobierno español y la Gran Cruz de San Gregorio Magno por la Santa Sede.

Descanse, pues, en paz un ejemplar patriota y un leal servidor de la Corona, cuya defensa siempre consideró inseparable de la de España.

  • Alfredo Pérez de Armiñán y de la Serna es académico de Número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando