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Fallece el líder histórico Jean Marie Le PenEuropa Press

Jean Marie Le Pen (1928-2025)

Brutal y clarividente

Combinó una muy calculada desmesura verbal y un cinismo encaminado a no ejercer el poder con un diagnóstico civilizatorio globalmente acertado

Nació en La Trinité-sur-Mer el 20 de junio de 1928 y falleció en Garches el 7 de enero de 2025

Jean Louis Marie Le Pen

Político francés

Fue diputado nacional entre 1956 y 1962 y entre 1986 y 1988, eurodiputado entre 1984 y 2019, y miembro del consejo regional de Provenza entre 1992 y 2004.

Jean-Marie Le Pen cumplió en la tarde noche del 21 de abril de 2002 el tan ansiado objetivo –fijado treinta años antes al fundar el Frente Nacional– de clasificarse para la segunda vuelta de la elección presidencial: una buena campaña por su parte y, sobre todo, la fragmentación del voto de la izquierda desembocó en la eliminación del favorito, el socialista Lionel Jospin. Sin embargo, en esos momentos de gloria oficial, su rostro exhibía preocupación: sabía, en primer lugar, que iba a perder la segunda vuelta, en segundo lugar, que no se había verificado su deseo de sacar de la carrera a su acérrimo enemigo Jacques Chirac, y en tercer lugar, que no disponía de un equipo capacitado para tomar las riendas del país y empezar a gobernar.

De ahí que se pueda decir que Chirac, el presidente saliente, le hiciera un pequeño favor al negarse a participar en el debate televisivo que se celebra entre las dos vueltas. Le Pen siempre basó su estrategia en la denuncia, pero no en la asunción de responsabilidades: ahí está, sin ir más lejos, la desastrosa experiencia de la gestión del ayuntamiento de Tolón -180.000 habitantes, sede de la Flota francesa del Mediterráneo- entre 1995 y 2001. Es la razón por la que su Marine, la menor de sus tres hijas, se apresuró a colocar, junto a los tribunos del partido, a un grupo de tecnócratas conocedores de los entresijos del Estado y de las grandes cuestiones macroeconómicas.

Muchas de sus declaraciones más repugnantes –«las cámaras de gas fueron un punto de detalle de la Segunda Guerra Mundial» en 1987, o la arremetida contra la «judería internacional» en 1989– no eran sino estratagemas para disuadir a la derecha clásica de pensar en pactos de gobierno a nivel local. Aunque algunos, no muy explícitos sí que hubo. Le Pen entendía que su misión consistía en socavar los cimientos del sistema, no en remendarlos.

Esa es la premisa desde la cual fundó el Frente Nacional en 1972. Solo él podía agrupar bajo unas mismas siglas a católicos tradicionalistas y a paganos militantes, a nostálgicos del régimen de Vichy con los del fenecido imperio colonial o a los liberales con los intervencionistas. La lista no es exhaustiva. La habilidad de Le Pen se basaba en su capacidad de picotear lo necesario de cada una de estas ideologías o perspectivas, según las necesidades tácticas del momento, sin abrazar del todo ninguna de ellas, al tiempo que mantenía un sutil equilibrio entre cada uno de sus representantes a los que controlaba mediante una organización interna autoritaria.

La única cuestión en la que todos estos representantes coincidían era la inmigración, que el sumo sacerdote supo explotar mejor que nadie. Lo hizo –fue un precursor– a partir de los setenta cuando Francia efectuaba una transición desde el crecimiento sostenido de las «Treinta Gloriosas» (1945-1973) hacia una crisis económica de la que, en realidad, nunca ha terminado de recuperarse. Le Pen advirtió antes que el resto que una inmigración musulmana masiva procedente de las antiguas colonias, y poco deseosa de asimilarse en la identidad gala, podía ser motivo del deterioro de la convivencia en una sociedad cada vez más asolada por el desempleo a gran escala, inseguridades diversas y una criminalidad creciente. Ahí es donde empezaron los famosos carteles y octavillas con el eslogan «Un millón de parados equivale a un millón de inmigrantes que sobran». Simplista, pero eficaz. Un relato que hoy prosigue Marine Le Pen, aunque de forma más refinada y tras haber pasado por una adaptación a nuevas circunstancias.

Un éxito político a largo plazo que hubiera resultado imposible sin la arrolladora personalidad de su inspirador. Nacido el 20 de junio de 1928 en La-Trinité-sur-Mer, localidad costera del sur de Bretaña, hijo único de un pescador y de una costurera, Le Pen quedó marcado para siempre por la muerte del progenitor, víctima de una mina alemana que estalló en alta mar mientras ejercía su profesión. Desde ese momento interpretó que poseía un destino singular. Si bien los inicios fueron caóticos: expulsado de varios internados, adepto de las borracheras –una vez irrumpió harto de alcohol en plena Eucaristía, insultando al sacerdote–, obtuvo a tracas y a barrancas una licenciatura en Derecho –en las aulas forjó una indisoluble amistad con el cineasta Claude Chabrol, único miembro de la progresía cultural que no se sumaba a las «condenas morales» de su estamento–, su primera demostración de dotes de liderazgo organizando una expedición humanitaria para ayudar en las inundaciones de 1953 en los Países Bajos.

Después vino su primera experiencia militar –en Indochina, aunque no llegó a combatir– y poco a poco surgió la política, cuyo primer éxito fue el escaño logrado en 1956 al amparo del poujadismo –«el diputado más joven de Francia», según la prensa de la época–, un populismo anti fiscal y anti administrativo de la época. Mas fue la Guerra de Argelia la que configuró su verdadero corpus doctrinal: convencido de que la integración de los musulmanes era posible, luchó en vano para que el territorio quedara bajo soberanía francesa tanto desde el Parlamento como desde un regimiento paracaidista, pues pidió una excedencia como diputado para incorporarse a filas. La estancia no estuvo exenta de polémicas por su defensa algo ambigua de la tortura, pese a que ganó los pleitos todo aquel que le acusaba de practicarla. También participó en la expedición anglo-francesa de Suez en 1956, enterrando cadáveres de musulmanes en suelo egipcio y en dirección a La Meca.

Esa primera estancia en el Parlamento sirvió para comprobar sus dotes oratorias, mancilladas con una arremetida con tufillo algo antisemita hacia Pierre Mendés-France y también para entablar una curiosa relación tácita con François Mitterrand –«entre antigaullistas de derechas y antigaullistas de izquierdas nos comprendíamos muy bien»-, cuyos frutos solo fueron visibles en los ochenta, cuando el presidente de la República favoreció la emergencia del Frente Nacional para dividir a la derecha clásica. Ambos solo permitieron que se les fotografiase juntos en 1995, poco antes de que el socialista abandonara el Elíseo, durante una recepción en Estrasburgo. Fue la única vez. Tampoco era necesario: ambos eran lo suficientemente hábiles para saber cuales eran sus respectivos roles. A partir de ahora, como ha declarado el presidente Emmanuel Macron, el juicio sobre Le Pen «pertenece a la Historia».