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Álvaro Granados

Álvaro GranadosGianni Proietti

Álvaro Granados (1964-2025)

Un santo de la «puerta de al lado»

El suyo fue un ejemplo de santidad muy «normal», de esa «clase media de la santidad» de la que habla Francisco en la Gaudete et exultate. «De aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios»

Álvaro Granados
Nació en Madrid en 1964 y murió en Roma el 24 de enero de 2025

Álvaro Granados Temes

Sacerdote

Trabajó como formador en el Seminario internacional Sedes Sapientiae. También fue Rector del Colegio Sacerdotal Tiberino y, en 2009, obtuvo el doctorado en Teología Pastoral en la Universidad Lateranense

Son apenas las 11 de la mañana. Acabo de regresar de Flaminio-Prima Porta, el cementerio más grande de Roma, del entierro de don Álvaro Granados, sacerdote enfermo de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), que falleció el pasado 24 de enero después de una larga enfermedad. Escribo estas palabras por agradecimiento a una persona que considero un hermano, un amigo y un santo, como diría el Papa, «de la puerta de al lado». He convivido con Álvaro en las dos etapas que estuvo en la parroquia de san Josemaría Escrivá, en el barrio Ardeatino de Roma, por un total de quince años. Durante la primera, aparecieron los síntomas de la enfermedad —calambres, dolores en las piernas, cosquilleos y adormecimiento en los músculos de las piernas— sin que llegase a saberse la causa; en la segunda etapa, ya conocía su destino.

Mucho se ha escrito en estos días a raíz de su fallecimiento. Nacido en Madrid en 1964, Álvaro Granados se licenció en Derecho en la Universidad de La Laguna (Tenerife), en 1988. Posteriormente, se trasladó a Roma para estudiar Teología en la Università Pontificia della Santa Croce, y obtuvo también el doctorado en Filosofía en 1996. Fue ordenado sacerdote en 1994 y, entre 1995 y 2006, trabajó como formador en el Seminario internacional Sedes Sapientiae. También fue Rector del Colegio Sacerdotal Tiberino y, en 2009, obtuvo el doctorado en Teología Pastoral en la Universidad Lateranense.

Por su intensa labor pastoral y su manera ejemplar de vivir la vocación sacerdotal, a pesar de los límites impuestos por la enfermedad, ha dejado una huella profunda en todos los que lo hemos conocido, como quedó demostrado en su multitudinario funeral.

Me gustaría, sin embargo, mostrar que el suyo fue un ejemplo de santidad muy «normal», de esa «clase media de la santidad» de la que habla Francisco en la Gaudete et exultate. «De aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» y que, en el fondo, reflejan «la santidad de la puerta de al lado». Y nunca más cierto en este caso, porque su habitación estaba a pocos metros de la mía.

Su testimonio de vida ha sido profundo, pero a la vez muy accesible. Como todos, no era un hombre perfecto. Tenía su carácter. Y era más bien olvidadizo. Quizá esa nota de su personalidad le viene de su padre, que tras el parto llegó tres días tarde para inscribir a su hijo en el registro civil. Por eso, algo que no saben muchos, es que la fecha legal de nacimiento de Álvaro (14/11/1964) le quita tres días de vida real. Pero como no hay mal que por bien no venga, ese «despiste» paterno le sirvió para evitar el servicio militar en Melilla por excedente de cupo...

La normalidad de Álvaro se manifestaba en la cotidianidad de la vida de familia: aparte de las tertulias de sobremesa o de los momentos de oración, entre otras cosas, disfrutaba viendo vídeos cómicos de artistas italianos como Gigi Proietti o Alberto Sordi, o sketches de José Mota. También le gustaba ver los resúmenes de los partidos del Atlético de Madrid, equipo de referencia de gran parte de su familia, y en general disfrutaba viendo los mejores goles de la Liga, de la Serie A y de la Champions. Don Guilherme, sacerdote brasileño que vivía también con él, comentaba divertido el día de su funeral: «Yo me di cuenta de que Álvaro estaba ya casi en el Cielo, más allá del bien y del mal, cuando el otro día vimos juntos los goles de la jornada y disfrutó ¡incluso viendo los del Real Madrid!».

Sí, era un poco despistado, y a menudo se olvidaba cosas o citas, pero nunca olvidaba lo que se refería a otras personas: preocupaciones familiares, la enfermedad de un pariente, el examen de un hijo, las desavenencias matrimoniales de una pareja, la superación de un concurso público… Para todos los que venían a verle tenía una palabra de consuelo y, cuando más le costaba hablar, una escucha atenta con una mirada compasiva. Es evidente que con el pasar del tiempo, el cariño (la caridad) fue moldeando su personalidad y ensanchando su corazón. Nunca dejó de agradecer un servicio, ni siquiera cuando la máscara del ventilador no le dejaba casi hablar.

Precisamente por ese afecto que trasmitía a todos, estaba siempre acompañado de personas. Entre los visitantes, no faltaron numerosas visitas de su familia: sus hermanos Tito, José Miguel (también sacerdote), Juan, Almudena y Paloma, y numerosos sobrinos, cuñados y primos. Incluso su madre María, ya muy anciana y enferma, tuvo ocasión de venir a visitarle una última vez el pasado julio. Pasaba tanta gente por su habitación que, en ocasiones, parecía el camarote de los hermanos Marx.

La ceremonia litúrgica de su funeral, llenísima, nos dejó a todos con dolor, cierto, pero con una gran paz. Como mencionó uno de los testimonios ese día, nos enseñó a «hacer de la comunidad parroquial una familia».

Escribo, y acabo, para evitar el peligro de lo que puede ocurrirnos a los que vivimos en Roma: caminar entre la grandeza y la belleza y no darnos cuenta. Creo y espero que no será el caso de Álvaro. Me dicen que alguien ha incluso hecho una voz de Wikipedia…

Daniel Arasa Villar es decano de la Facultad de Comunicación Institucional de la Pontificia Università della Santa Croce (Roma)

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