Y ahora quieren ser eternos
Cuando crees que ya lo tienes todo, solo surge un pequeño problemilla: la muerte
Supongo que debe suponer un subidón notable inventar en un cuartucho de estudiantes universitarios, o en el garaje de tus padres, un ingenio digital capaz de cambiar el mundo. También me imagino que ver aparecer en tu cuenta los primeros cien millones de dólares que te reporta tu invento debe tatuarte en la cara una irrompible sonrisa de ganador. Y cuando a esos millones se le añadan un porrón de ceros te embriagará una reconfortante sensación de amo del universo.
Los genios de Silicon Valley acumulan fortunas personales que desbordan el presupuesto de muchas naciones. Unidas a un éxito empresarial casi infalible, esos mega plutócratas sucumben a una ilusión de plenitud absoluta: todo está al alcance de la mano, todo se puede comprar. Mansiones de ensueño desperdigadas por medio orbe, aviones privados, yates de delirio a lo Gadafi, una pareja más joven (tras un divorcio con minuta de récord Guinness), colecciones de arte, la absorción a golpe de chequera de toda aquella empresa bisoña que despunte y amenace con hacerte algún día la competencia… Pero cuando crees que ya lo tienes todo surge todavía un problemilla: la parca, la gran igualadora. Como dicen los anglosajones, solo existen dos cosas seguras: la muerte y los impuestos.
Los magnates digitales, adictos al mantra de que «todos los problemas pueden resolverse», parecen ahora decididos a encararse con el mayor de ellos: la muerte. En un ejercicio de soberbia de ribetes un tanto delirantes se han puesto a trabajar para plantar cara al gran telón final. Jeff Bezos ha invertido muchísimo dinero en Altos Lab, una start-up que investiga cómo envejecemos y que trata de revitalizar nuestras células para evitarlo. Peter Thiel, el cofundador de PayPal, apuesta por Unity Biotechnology, que aspira a evitar o revertir las enfermedades asociadas al óxido del tiempo. Larry Page y Sergey Brin, los padres de Google, se gastaron hace ya ocho años 750 millones de dólares en Life Sciences, que estudia los procesos que controlan el envejecimiento. Como los soberanos de las fábulas de antaño, aspiran a encontrar el elixir de la vida eterna, o al menos a prolongar la vida humana cincuenta años más de sus límites actuales.
Juegan a ser dioses. Pero en realidad solo están en una carrera fútil para escapar del vacío que surge cuando se aparca al propio Dios. Como buenos progresistas, no se resignan a asumir las limitaciones del ser humano, o a aceptar algo bien evidente: por ahora, las acciones de Wall Street no cotizan en el más allá.