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La dieta del alma

Toda idea aislada puede generar un fanático, alguien que piensa que todo ha comenzado con su nueva idea. Ignora la sabia afirmación de Chesterton: «Todas las nuevas ideas se encuentran en los viejos libros»

Cuando se compara la situación actual de Europa con la de épocas pasadas, aunque no sean las mejores, se percibe un descenso general de nivel, una mengua de la inteligencia y un declive de la moralidad. Vivimos tiempos indigentes. Sin embargo, sería precipitado y equivocado levantar actas de defunción. Es cierto que asistimos a un ascenso de la mentira y a un repudio de la verdad. La mentira se ha convertido en un nuevo derecho fundamental. Otro más. Y la verdad va camino de tipificarse como delito. Los errores se propagan y las verdades, avergonzadas, tímidamente se ocultan.

Pero, en realidad, si miramos con atención, la mayoría de los errores y falsedades son verdades que, frenéticas, han enloquecido deviniendo falsas. Como muchos errores filosóficos, según Wittgenstein, son el resultado de una dieta unilateral. Esta es una de las raíces del fanatismo. El fanático asume una verdad como si la hubiera descubierto él y fuera sólo suya, y, olvidándose de todas las demás, la proclama única y absoluta.

No hay nada malo, sino, por el contrario, todo bueno, en la protección de la naturaleza, en la liberación de las mujeres, en la lucha contra la pobreza o en el cuidado de la salud. Pero es muy fácil convertir estas nobles reivindicaciones en una locura. Basta con dejarse atrapar por una de ellas y, obsesionándose con ella, llevarlas al extremo y olvidarse de todas las demás. De este modo, el ecologismo, el feminismo, el comunismo y el cuidado del cuerpo se transforman en peligrosas patologías. Todo se puede sacrificar (la vida, la dignidad, los derechos, especialmente los de los demás) al filantrópico servicio de la maniática causa. Uno se convierte así en un monomaníaco, en alguien que se nutre de un solo alimento y, claro, se vuelve intelectualmente anémico. Michael Oakeshott caracterizaba así las ideologías y las políticas del libro. Es la política de los soñadores que conduce, inevitablemente, al choque de sueños. Y, añade, si ya estamos acostumbrados a soportar a los monomaníacos, es insufrible aguantar que nos gobiernen.

Por supuesto que la sexualidad influye poderosamente en la personalidad, pero eso no obliga a aceptar la teoría de las pulsiones sexuales que hace de ellas la clave y explicación de nuestras vidas. Naturalmente que, en ocasiones, las ideas y valores pueden encubrir intereses materiales disfrazados, pero eso no significa que lo hagan siempre. Claro que la moralidad puede a veces nacer del resentimiento de los débiles hacia los fuertes, pero eso no quiere decir que siempre sea así. Toda idea, por valiosa y aún genial que sea, está siempre amenazada de sucumbir a la estupidez.

El fanatismo no se da ni exclusiva ni principalmente en el ámbito de la religión. Habita también en parlamentos, cátedras, laboratorios y medios de comunicación, entre otros muchos lugares. Por lo demás, resulta incomprensible que haya cristianos fanáticos si se considera que el núcleo moral del cristianismo se encuentra en el amor y el perdón. Toda idea aislada puede generar un fanático, alguien que piensa que todo ha comenzado con su nueva idea. Ignora la sabia afirmación de Chesterton: «Todas las nuevas ideas se encuentran en los viejos libros». Pero el buen fanático nunca es conservador. La ignorancia del pasado es una de las raíces de la barbarie. La diferencia entre el inteligente y el fanático es que el primero ante una gran idea no queda preso de ella, sino que la atraviesa, y mira, a través de ella, más allá de ella.

Hay esperanza. Sólo es necesario cambiar la dieta, hacerla más rica y variada. Y la dieta es la educación que, según Platón, consiste en el cuidado del alma. El filósofo estoico Cleantes sostuvo que los hombres no educados difieren de las fieras sólo por su figura.