Porcelana fina
El fervorín inquisitorial a veces puede resultar ridículo, pero siempre es letal porque no busca el bien sino la imposición. No busca el debate libre de las ideas sino cercenarlo descalificando moralmente al discrepante
Los presidentes González y Rajoy volvieron a coincidir esta semana en el Foro La Toja. Uno andaluz y otro gallego. Uno socialista, el otro conservador. Uno más exhuberante y elocuente, el otro más contenido y socarrón. Uno protagonista del denostado régimen del 78 y otro de la generación política posterior que nunca lo cuestionó. Difícilmente se podrán encontrar personalidades y estilos más dispares al de estos dos políticos retirados. Tal vez por ese motivo su conversación se espera con entusiasmo por el periodismo nacional y su encuentro, cada año que pasa, gana el lustre de las buenas tradiciones. Los medios disfrutan buscando en sus palabras recados más o menos velados a sus sucesores al frente del PSOE y del PP y ellos, que conocen ese juego mejor que nadie, se prestan al mismo con generosidad e inteligencia.
Más allá de sus previsibles sus llamamientos al diálogo y a la necesidad de recuperar ciertos acuerdos de Estado, ambos han apuntado este año a un problema creciente de nuestra convivencia: el asfixiante ambiente censor que se ha enseñoreado del debate público. Que dos personas tan distintas y de tan vasta experiencia política coincidan en esa denuncia sobre el superávit de Torquemadas que señaló Rajoy o las veinticinco o treinta inquisiciones a las que se refirió González, debería ponernos a todos en alerta.
En España no se puede poner un pie en la calle sin que alguien te diga cómo tienes que comportarte: cómo debe ser un buen español, un buen demócrata, un buen liberal e incluso un buen periodista. En este último caso consiste básicamente en no hacer preguntas molestas a los portavoces parlamentarios y evitar informar sobre la subida del precio de la luz. Ese fervorín inquisitorial a veces puede resultar ridículo, pero siempre es letal porque no busca el bien sino la imposición. No busca el debate libre de las ideas sino cercenarlo descalificando moralmente al discrepante.
Además tanta inquisición tóxica acaba llevándonos a la deriva de luchar contra la intolerancia con más intolerancia y buena prueba de ello es lo que ha sucedido con el Papa Francisco. Lo que dijo estos días sobre la evangelización de América no difiere en de lo que dijeron en su día Juan Pablo II o Benedicto XVI, pero a él le ha caído la mundial porque a todos nos irritan la estupideces indigenistas. Pero para la Iglesia el perdón es un bien universal que no depende de un populista atrabiliario y exótico como el presidente mexicano.
En esta sociedad tan polarizada y agreste nadie habla de tolerancia pero todos la echamos en falta. Tal vez ésa sea la clave del éxito de la conversación entre González y Rajoy y del Foro La Toja que cada año les reune. Los jarrones chinos lucen en todo su esplendor en las estancias adecuadas.