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Lágrimas de Irene

Si tan dramática fuera la situación de la mujer en España y tan imprescindible la tarea heroica de la colección de trastornadas que perpetran las leyes más delirantes del momento, no tendría justificación la baja voluntaria de una de las más contumaces partisanas de la causa

Irene Montero ha llorado mucho en las últimas horas por Noelia Vera, la secretaria de Estado de Igualdad, a quien hay que reconocerle una virtud extraña en su casta: ha abandonado un cargo público remunerado desde el que podía hacer el mal, sin que conste fortuna alguna en un juego de azar que le compense la retirada.

Tampoco consta la razón exacta de su abandono, que tiene otra virtud innegable para definir la filfa de su Ministerio: si tan dramática fuera la situación de la mujer en España y tan imprescindible la tarea heroica de la colección de trastornadas que perpetran las leyes más delirantes del momento, no tendría justificación la baja voluntaria de una de las más contumaces partisanas de la causa.

Sabemos más del adiós de la también dirigente de Podemos por los llantos de su jefa que por sus explicaciones, que lo mismo valen para borrarse del gimnasio o de clases de yoga que para dejar de imitar a Margarita Nelken sin saber que Margarita Nelken se oponía al voto femenino porque todas menos ella, y quizá Victoria Kent, eran idiotas.

Ella se ha limitado a decir que «en política lo más valioso es ser honesta y decir la verdad; y la verdad es que cuando el cuerpo avisa hay que saber parar, tomar aire y emprender otros caminos».

No consta grave enfermedad ni drama familiar ni ruina económica, así que hemos de concluir que a sus 36 añazos simplemente se ha cansado de un trabajo que no cansa, por cansado que sea fabular tonterías nuevas sobre las mujeres españolas y callarse a la vez con las afganas.

Pero Irene, micrófono en mano, voz trémula y henchida de sororidad, ha dado la clave de todo con el lacrimal más inflamado que el pescuezo de un urogallo en época de apareamiento: «Un abrazo a una compañera que no está aquí porque ha necesitado parar para cuidarse y que con esa decisión cuida también este espacio político».

Imagino a madres y abuelas preguntándose ahora cómo no hicieron ellas lo mismo y cómo no dieron ese paso atrás cuando, asfixiadas por la crianza incierta de tres hijos y el sobre insuficiente que Manolo traía a casa, siguieron al pie del cañón en ese Ministerio de la Familia que todas dirigían con lo puesto.

Y en ese contraste generacional se resume toda la política arrogante del Ministerio de Hiperventiladas; un conjunto de niñatas que, no conformes con regañarnos a todos los hombres que ya salimos regañados de casa; se permiten impartir lecciones a las mujeres que lograron que ellas, con la mitad de esfuerzo y el doble de pereza, vivan como Dios peleando contra monstruos imaginarios a cambio de sueldos con cuatro ceros.

Mientras unas cuantas siguen muriendo y otros cuantos siguen siendo machistas, por cierto, aunque nadie se para a pensarlo agotado por el exceso cotidiano de las Azúcar Montero del régimen heteroatolondrado.

Las lágrimas siempre desvelan una verdad, decía Platón, y las de Irene Montero cuentan la apabullante distancia entre su vida y la de las mujeres, a las que ahora quiere hacer abortar porque parir empieza a ser machista.

Pero puestos a llorar por algo de verdad, ministra, la invito a formularle una pregunta a todas esas mujeres en cuyo nombre habla en vano. «¿Ustedes abortarían si tuvieran el salario, la casa, la vida y las comodidades que tengo yo?». Atrévase, amiga, verá qué despliegue de empoderamiento recibe.