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El flanco sur se complica

Este es un juego en el que todos perdemos o todos ganamos y, por ahora, la primera opción gana por varias cabezas. Si a un Sahel incontrolado sumamos un Magreb desestabilizado nos enfrentaremos a situaciones irresolubles

La principal amenaza para nuestra seguridad procede de nuestro flanco sur. Durante años nuestros diplomáticos han tratado de explicar a nuestros aliados los graves efectos que el yihadismo, la inestabilidad política, la fragilidad institucional y la ausencia de grandes inversiones internacionales en esta región tendrían sobre la seguridad común. No sólo Rusia y China nos planteaban retos innegables. También el norte de África requería de atención. Si bien, no se trataba tanto de una amenaza clásica como de los efectos de una crisis generalizada.

En estos últimos años hemos visto cómo, por culpa de una intervención poco meditada, Libia se convertía en un estado fallido alimentando la tensión en la franja del Sahel. Al sur del Sáhara hallamos estados tan extensos como poco poblados, carentes de cohesión étnica y de instituciones solventes, el espacio ideal para que el contrabando y el yihadismo campen por sus respetos. Los esfuerzos realizados por las potencias europeas para contener la situación no están dando los resultados esperados. Con tasas de natalidad muy elevadas, los jóvenes se encuentran abocados al contrabando o a la emigración, si es que no optan por la Yihad. Desde estos territorios las organizaciones yihadistas tratan de acabar con los regímenes vigentes y proyectar sus operaciones hacia el Golfo de Guinea.

A esta situación se suma en las últimas semanas una nueva crisis diplomática en el Magreb. Trump reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara, dando alas a la diplomacia rabatí para nuevas exigencias. Lo ocurrido en torno a la presencia de Brahim Gali, secretario general del Frente Polisario, en España es de sobra conocido. Las relaciones bilaterales pasan por un mal momento, pero el uso de niños marroquíes para crear un problema migratorio llevó a la Unión Europea a emitir una dura condena. La sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea aclarando, una vez más, que no se puede negociar con Marruecos lo que sólo los saharauis pueden decidir, sitúa al gobierno de Rabat en una posición incómoda con su entorno natural.

En paralelo las relaciones de Marruecos con su vecino Argelia también han sufrido un grave deterioro, que ha llevado al cierre del gasoducto que desde Argelia provee a la Península Ibérica, en un momento en que los precios de la energía se disparan, tanto por un aumento de la demanda como por intereses de algunos estados productores, como es el caso de Rusia. Algunos estarán echando de menos las centrales nucleares que hemos cerrado o que no hemos querido construir.

Si las relaciones entre Madrid y Rabat están objetivamente mal, las de París con Argel están aún peor, tanto por la dificultad para devolver emigrantes ilegales como por unas declaraciones del presidente Macron, más propias de un académico que de un gobernante. Cuando más necesitamos establecer políticas conjuntas para ordenar la emigración, combatir el islamismo y garantizar el desarrollo, más leña echamos al fuego de la incomprensión y el nacionalismo tribal. Este es un juego en el que todos perdemos o todos ganamos y, por ahora, la primera opción gana por varias cabezas. Si a un Sahel incontrolado sumamos un Magreb desestabilizado nos enfrentaremos a situaciones irresolubles.