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Las terribles venganzas

Pedro Almodóvar no ha parado de hablar de Franco y de obsesionarse con Franco desde que su madre le comunicó que ya era mayor de edad

La venganza es humana, pero no cristiana. No obstante, muchos cristianos sentimos impulsos vengativos. Cuando fue legalizado el Partido Comunista de España y Santiago Carrillo se instaló en Madrid, mi madre reunió a sus diez hijos. Se trataba de planear la venganza contra Santiago Carrillo, responsable máximo del genocidio de Paracuellos del Jarama, y por ello, de la tortura y posterior ejecución mediante fusilamiento de su padre, don Pedro Muñoz-Seca, Siervo de Dios y en proceso de beatificación, que pasó por la vida haciendo el bien. Por mi incipiente actividad en los periódicos, me hizo distinguida mención para llevar a cabo sus deseos de venganza. – Sólo os pido una cosa, y a ti, Alfonso, que te lo encontrarás en cualquier momento, te lo ruego con especial rigor. Si a cualquiera de vosotros os presentan un día a Santiago Carrillo, no le estrechéis la mano. Su mano está manchada por la sangre de miles de inocentes, entre ellos la de vuestro abuelo Pedro. Nada más que eso-.

La terrible venganza urdida por mi madre, la llevé a cabo unas semanas más tarde. En la casa de la calle Oquendo de mi inolvidable amigo Juan Garrigues Walker, en el bar del Congreso de los Diputados cuando otro amigo grande, Antonio de Senillosa, me lo quiso presentar, y en un vuelo del Puente Aéreo desde Barcelona hasta Madrid, donde tuve la mala fortuna de coincidir con Carrillo y ocupar el sillón inmediato en clase “preferente”. El avión iba con el pasaje completo. Hablé con el sobrecargo, y éste me llevó hasta la cabina. Me presentó al comandante, muy simpático y señor, como casi todos los comandantes de Iberia. 

- Comandante, me han sentado al lado de Carrillo, el asesino de mi abuelo. ¿Me aceptarías en la cabina? 

Y en la cabina despegué, en la cabina volé y en la cabina aterricé. Además, durante el vuelo, el comandante me permitió fumar. En la casa de Juan Garrigues, por cortesía a Juan que no a Carrillo, tuve que darle una explicación. 

–Lo siento, pero mi madre me ha pedido que me vengue de usted negándole el saludo. Soy nieto de don Pedro Muñoz-Seca. 

Y mi venganza resultó atroz, porque conseguí que Carrillo enrojeciera –aún más- y se fuera a otro corrillo. Falté al espíritu de la Transición, pero cumplí con la venganza brutal de mi madre. Y en el bar del Congreso, Antonio de Senillosa, el formidable «Seni», tuvo una genial salida. Al advertir que no correspondí a la mano tendida del genocida con calle en Madrid, comentó: 

-Bueno, no os presento porque veo que ya os conocéis, aunque intuyo que os lleváis fatal. 

Y la terrible venganza se cumplió por tercera vez.

Pero la venganza terrible de mi madre queda en agua de borrajas comparada con la del director de cine Pedro Almodóvar contra el General Franco. Lo ha reconocido ahora, 46 años después de la muerte del vengado Jefe del Estado. «Mi modo de vengarme de Franco fue negarle en mi vida y en mi cine». Eso, Pedro Almodóvar, es excesivamente cruel. Lo de Troya es cuesco de colibrí comparado con lo suyo. Se dice que el General Franco, cuando agonizaba en un hospital de la Seguridad Social creada por él, preguntó angustiado, en plena zozobra ante la muerte inmediata:

-¿Se ha arreglado lo de Almodóvar? 

El equipo médico habitual, para tranquilizarlo, le respondió afirmativamente. 

–Entonces, ya puedo morir tranquilo.

Pero no. Con 46 años transcurridos desde su muerte, Pedro Almodóvar persiste en su despiadada venganza. Una falsa venganza, porque el realizador manchego, no ha parado de hablar de Franco y de obsesionarse con Franco desde que su madre le comunicó que ya era mayor de edad. No obstante, hay que reconocerle su coraje y su valentía. Ahí es nada. Negar a Franco en su vida y en su cine. Merece una medalla al valor. Y otra a la insuperable majadería.