400 euros para «kultura»
Como dijo Hannah Arendt, los grandes dramas se perpetran siempre por la participación de tipos normales que tramitan con la misma rutina un abono cultural que un pedido de gas zyklon
El Gobierno no es capaz de fijar el precio de la luz, pero tiene claro cuánto cuesta el voto de un joven de 18 años. En 400 euros, en una única entrega anual, valora Sánchez el precio de que los chavales hagan un poco de Fausto y le vendan su alma electoral a Mefistófeles.
De todas las faltas de respeto que el Gobierno perpetra a diario, ésta es la más leve económicamente pero la más grave conceptualmente, pues abarata la compra que en otros negociados al menos encarece mucho: ya que te quieren comprar, que paguen bien al menos.
A los mayores con unas pensiones disparatadas que encuentran el consuelo de que les mantienen a ellos y a menudo a sus familias. Y a los funcionarios con una subida salarial lineal que premia por igual al sanitario en el frente de batalla que al administrativo que lleva año y medio teletocándose en casa el psoas, el costurero y todos los músculos próximos al glúteo.
Pero los chavales solo cuestan 400 euros, cree Sánchez y ejecuta Iceta, viva prueba de la banalidad del mal descrita por Hannah Arendt en su célebre ensayo Einchmann en Jerusalén: los grandes dramas se perpetran siempre por la participación de tipos normales que tramitan con la misma rutina un abono cultural que un pedido de gas zyklon.
Tras aprobar una ley educativa que incentiva el suspenso como camino más corto para acceder al siguiente curso, se entiende mejor la concesión de un bono cultural que termine de modelar las conciencias juveniles con un catálogo de actividades permitidas y prohibidas que ayuden a refrescar la vieja idea de Stalin de imponer el «realismo socialista» como monocultivo cultural en la URSS.
Excluir a los toros e incluir los videojuegos ahonda en ese deseo de implantar un canon inflexible en los gustos y barato en las tarifas: hay que hartarse de Juan Diego Botto emulando a Lorca o de Ismael Serrano cantándole al antifascismo, que está muy bien si te da la gana y muy mal si te apetece lo mismo que una colonoscopia sin anestesia.
Porque hay cultura buena y cultura mala, como hay jueces buenos si condenan a Rato y malos si sancionan a Alberto Rodríguez, autor de una inocente patada progresista a un policía represor; o a Pablo Echenique, exégeta de los derechos de las asistentas que pagaba en negro a quien le ayudaba a él a limpiarse sus rincones más remotos.
En lo que acaba fallando Sánchez siempre es en la escasa coincidencia entre cómo ve él a los ciudadanos y cómo son en realidad: ese chaval al que quiere comprar por cuatro duros quizá esté en venta, pero con seguridad su tarifa es más alta.
Se ha criado entre tipos que, sin dar palo al agua, tienen chófer, coche oficial, mansión serrana, sueldo de CEO y a toda su camarilla colocada. Y ellos no se conforman con menos.