No son fascistas
Los ataques preocupantes a la democracia en España no vienen del fascismo, que es residual en nuestro país. Vienen del nacionalismo radical y del comunismo, que no solo no son residuales, sino que están en los apoyos parlamentarios del Gobierno de España y en el mismísimo seno del Consejo de Ministros
No son fascistas. Dejemos de utilizar mal ese término. Los violentos que atacaron a los miembros de S´ha Acabat! en la Universidad Autónoma de Barcelona son independentistas y comunistas, pero no fascistas. Son totalitarios de otro signo ideológico. Y cuando les aplicamos incorrectamente el término de fascistas, no solo contribuimos a la negación de otras ideologías totalitarias, sobre todo del comunismo, sino que incluso fomentamos su discurso, ese según el cual ellos son «antifascistas».
Pero, sorprendentemente, el mal uso del término fascista está generalizado en nuestro país; la izquierda lo aplica a casi todo lo que no le gusta, y la derecha cae una y otra vez en la trampa de aplicarlo a las actitudes antidemocráticas de la extrema izquierda. ¿Cómo no va a estar blanqueado el comunismo en nuestro país, si se oculta la verdadera naturaleza de sus seguidores cuando protagonizan cualquier acto violento? Consecuencia, la idea arraigada de que el único totalitarismo que ha existido históricamente y sigue existiendo es el fascismo o el nazismo. ¿Y los 100 millones de personas víctimas de las dictaduras comunistas? Una «utopía que se desvió del camino», tiene todavía la izquierda la desfachatez de responder. Hasta el liberal The Economist llamaba utopías a las dictaduras cubana y venezolana en un número del pasado mes de septiembre. Y consecuencia paralela, el mensaje de que el comunismo de Yolanda Díaz y compañía es democrático, y desviaciones fascistas algunas de sus violencias menos presentables.
Mi asombro con este blanqueamiento del comunismo comenzó hace muchos años en el País Vasco, cuando algunos llamaban fascistas a los actos violentos del brazo político de ETA. Daba igual que ellos mismos se identificaran claramente como independentistas y comunistas, lo mismo que ahora. Lo mismo que todo el nacionalismo radical en España, que es independentista y de extrema izquierda, con el comunismo trufado de otras corrientes actuales como el indigenismo, la antiglobalización, el feminismo radical, etc. De ahí la perfecta confluencia de ese nacionalismo con el Partido Comunista y con Unidas Podemos.
Los ataques preocupantes a la democracia en España no vienen del fascismo, que es residual en nuestro país. Vienen del nacionalismo radical y del comunismo, que no solo no son residuales, sino que están en los apoyos parlamentarios del Gobierno de España y en el mismísimo seno del Consejo de Ministros. De ellos proviene la deriva autoritaria en la democracia española, no de la extrema derecha. Y los graves ataques al pluralismo y al Estado de Derecho en Cataluña, el asalto a S´ha Acabat! Es la enésima muestra, son parte de esa deriva.
Pero tenemos un problema de autoritarismo y también un problema de lenguaje. Difícil defender la democracia cuando ni siquiera usamos las palabras correctas. O cuando las usamos con miedo. Como cuando llamamos constitucionalistas a los jóvenes atacados en Barcelona. Son, simplemente, demócratas, demócratas asaltados por una turba violenta de extrema izquierda y nacionalista.